Educación y Deseducación Sexual

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Por Fernando Pascual, L. C.

Es posible explicar lo que es el sexo de muchas maneras. Una, por desgracia, aparece (distorsionada), cuando menos lo esperamos en un programa de televisión. Otra puede ser ofrecida (en forma tendenciosa), en una escuela, bajo las indicaciones de la Secretaría de Educación. Otra, puede darse en casa, por los papás o los hermanos mayores. Otra, (generalmente sin un trasfondo moral), se puede recibir en la calle, entre los amigos, en una taquería… Desde luego, hablar de «educación sexual» implica algo más que explicar lo que es el sexo.

Con un poco de sentido común podemos comprender cómo el misterio de la vida, en muchas especies animales y también en muchas plantas, se transmite gracias a la combinación de cromosomas que vienen (a razón de un 50% por progenitor), del padre y de la madre. Pero el hombre es capaz de descubrir otra dimensión de la sexualidad: la de una plenitud, la de un gozo intenso, la de una continuación del amor. Esta segunda dimensión, por desgracia, puede degenerar en búsqueda egoísta de placer, y entonces el sexo se convierte en algo parecido a la droga o al alcohol. Para algunos parece que «educación sexual» significa: «disfruta, pero ten cuidado, no sea que tu compañera quede embarazada». «Disfruta, pero mira que, por ser mujer, puedes verte, por sorpresa, esperando un hijo».

El así llamado «sexo seguro» pretende ser un método para que no se inicie una nueva vida y para que tampoco ni el chico ni la chica (ni el señor, ni la señora) puedan contraer alguna enfermedad de origen sexual, como el SIDA. De este modo, consideramos (y tácitamente apoyamos la idea de) que nuestros jóvenes (y algunos adultos) no son capaces de controlarse, y de disfrutar (adecuadamente el sexo, y que) a pesar de los muchos riesgos que esto implica, (necesitan incontrolablemente) lanzarse a la aventura del «don Juan» sin (importar, o) pensar en lo que luego pueda ocurrir. La difusión del preservativo, o los programas de ventas de píldoras anticonceptivas o abortivas, demuestran para algunos, que los demás son incapaces de vivir su sexualidad de otra manera (conveniente y saludable). Que el sexo, como todo lo humano, no puede vivirse «con altura», (responsablemente), desde un compromiso serio y sincero, dentro del matrimonio entre un hombre y una mujer que se aman de veras, sin egoísmos, ni trampas engañosas.

Por lo mismo, se hace urgente iniciar un nuevo tipo de educación sexual. El presupuesto de partida no puede ser otro que éste: cada hombre y cada mujer puede ordenar y controlar sus propios actos, por fines y amores más elevados que los simples instintos del placer y del miedo. Cada hombre y cada mujer están llamados a vivir el amor con responsabilidad, y esta responsabilidad también debe darse cuando se unen sexualmente dentro del matrimonio, en el marco del mutuo respeto (fidelidad), y amor generoso. Cualquier otro tipo de relación sexual lleva a dos callejones que no son dignos del hombre: o se inventan trucos para evitar (engendrar) un hijo no esperado ni deseado (incluso con su asesinato por medio del aborto), o se trae a este mundo a un nuevo ser humano en condiciones injustas y peligrosas, como son la falta de unos padres que vivan unidos con un amor verdadero y comprometido.

Un programa de educación sexual que no crea que los jóvenes son capaces de vivir sin relaciones sexuales antes del matrimonio, es un programa que desprecia (o menosprecia), a nuestros hijos, y que también dice (y refleja) mucho de nosotros mismos, de nuestros miedos y egoísmos. Si realmente hay quien cree que un joven es incapaz de la castidad, también, en el fondo, lo considerará incapaz de vivir a fondo un compromiso serio y sincero ante la otra o el otro, (ante la familia, ante Dios), y ante la sociedad entera… O, de otra forma, si quienes promueven el preservativo creen (y estamos seguro que lo creen) que un chico o una chica son capaces de ser «prudentes» a la hora de tener una relación sexual (cosa que las estadísticas sobre los embarazos en las adolescentes, comprueban que no sucede), ¿por qué no se lanzan a proponerles metas más elevadas y más hermosas, como son el poder llegar al matrimonio (vírgenes, y sanos sexualmente), habiendo logrado el mayor respeto recíproco, sin cometer actos sexuales prematuros, e incoherentes con un amor pleno y plenificante?

Vivimos en un mundo en el que los ideales de otras generaciones (como la pureza y la fidelidad), nos parecen inalcanzables. No nos damos cuenta de que, de este modo, quizá un día las próximas generaciones se rían de nosotros porque defendimos valores como la tolerancia, el respeto, la justicia, e «ideales inalcanzables» según ellos… El hombre puede lograr mucho más de lo que puede imaginarse él, y de lo que puedan decir los demás. Tal vez nos hemos acostumbrado a ver lo contrario: el descenso (moral) de quien se deja llevar (necia e imprudentemente), por su cuerpo (dejando sin rienda o control, sus instintos y hormonas), y va ‘de flor en flor,’ (irresponsable y arriesgadamente), en busca de nuevas experiencias y aventuras placenteras. Pero eso no puede dar como resultado un buen ciudadano, ni un futuro esposo o esposa fiel (y sana sexualmente), ni un padre o una madre de familia (ejemplar), capaz de dar algo que valga la pena a sus hijos.

Es urgente promover una educación sexual que enseñe el respeto, el autocontrol, el aprecio por los demás (sea la pareja sexual, o los hijos que se pueden engendrar), y la capacidad de darse (uno al otro por amor sincero, fiel y comprometido), «hasta que la muerte los separe,» a todos los que desean acercase al matrimonio. Quizá habrá que empezar, por lo tanto, una auténtica y genuina formación sexual en familia, pues es allí donde los hijos pueden descubrir un modelo de amor generoso y fiel. Siempre es tiempo para dar ese ejemplo. Y nunca nos arrepentiremos de haberlo dado.

(Artículo seleccionado y enviado por el Dr. J. Ernesto Contreras P.)