Cada vez que escucho esta línea del himno del Seminario Juan Wesley, mi piel se vuelve a erizar. Aún recuerdo aquel 17 de agosto de 2019 que llegué con mis maletas al Seminario Juan Wesley, llena de expectativas, de emociones, miedos e inseguridades, pero con una certeza plena de querer aprender a servir a mi Señor como Él me lo indicara. De verdad que era un día soleado, y ya podía notar que no estaba en mi natal Delicias. A pesar de ser el mismo sol que me abrazaba, lo hacía de manera distinta; las calles, los árboles, la gente, todo me decía que estaba lejos de mi ciudad, pero más cerca de cumplir el propósito de Dios en mí, a través de mí y a pesar de mí.
Soy Fátima Manzo, tengo 29 años y soy de Delicias, Chihuahua. Estoy segura que el llamado de Dios para su ministerio siempre estuvo ahí; sin embargo, fue hasta hace apenas poco más de 4 años que el Espíritu Santo inquietó mi corazón de tal manera que ya no me pude resistir más y decidí obedecer el venir a Monterrey a prepararme de manera amplia para el servicio de tiempo completo a Dios.
Mi proceso inició una tarde de enero cuando el director de ese tiempo, el Dr. Raúl García de Ochoa, y el pastor Arturo Barrera visitaron mi iglesia para hacer promoción del Seminario por Extensión (SETE). Yo asistí, porque me lo insistió mi novio, pero en realidad veía imposible poder dejar mi vida entera para venir al seminario; pero algo sucedió en mi corazón que me hacía sentir que no era suficiente prepararme en el SETE. Después de mucha oración, Dios puso paz en mí y en la decisión de prepararme para servirle.
No es sencillo dejar toda una vida atrás: familia, empleo, un compromiso con mi novio, amigos y muchos planes que tenía en mi Delicias. Confieso que venir al seminario ha sido una de las decisiones más difíciles que he tomado, pero de la cual jamás me voy a arrepentir.
Cuando llegué al seminario, me topé con realidades que no tenía contempladas: no conocía a nadie en este lugar, no tenía familia, amigos o conocidos con los que pudiera acercarme. Nunca voy a olvidar que una de las primeras llamadas que hice a mamá llorando fue porque tenía un mes entero sin recibir un abrazo. La economía en mi familia no era la más estable; ahora sin recibir un sueldo, dependía totalmente de mi madre y hermana. Pero mi realidad más dura de afrontar fue darme cuenta del pánico que sentía cuando tenía que orar, predicar o hablar en público.
Dios había lanzado su llamado a una niña llena de inseguridades que se sentía incapaz de poder hacerlo, que no tenía herramientas o habilidades para cumplir el propósito de Dios, que, por cierto, aun no me quedaba claro de qué se trataba. En un mar de inseguridades e incertidumbres, mi roca fue el amor tan intenso que me quemaba en el corazón por Jesús y por llevar su Verdad a las almas que no le conocían aún.
Han pasado ya 4 años desde que llegué al Seminario. Estoy a un mes de terminar mi preparación teológica, y nunca había estado tan agradecida con mi Señor como lo estoy en este momento. Hoy puedo ver que aquella niña que llegó, ha sido transformada, capacitada y aun pasada por el fuego y es ahora un poco más lo que el Señor desea que sea; que ha logrado permanecer en ese mismo amor y pasión por las almas, pero ahora sabiendo identificar las herramientas con las que fue equipada y sabiendo ponerlas a disposición de la iglesia para su beneficio. Ahora, para la gloria de Dios, puedo reconocer claramente a lo que fui llamada, y trabajar de manera eficaz para lograrlo, confiando en que el que me llamó, continuará perfeccionando su buena obra en mí, hasta que Jesucristo regrese.
Mucho de esto tiene que ver con el Seminario Metodista Juan Wesley que, desde hace 4 años hasta el día de hoy, ha sido una herramienta útil para prepararme a mí y a un gran número de pastores, pastoras, misioneros, etc. a lo largo de 50 años. Pastores, profesores e incluso el personal del Seminario, cada uno de ellos ha marcado mi vida con sus enseñanzas, su pasión por transmitir el mensaje de Dios y sus maneras de reflejar el amor de Jesús a través de sus vidas. ¨el Semi¨, como lo llamamos con cariño, ha sido mi alma mater, mi hogar y maestro. Estoy segura que siempre voy a recordar con amor cada una de sus enseñanzas.
Una semana después de llegar, mi compañera de habitación me dijo: ¨en este lugar vas a conocer las amistades más bonitas de tu vida, a las mejores personas¨. ¡Cuánta razón tenía! En un mes regreso a mi casa, pero me llevo a los más grandes amigos que he conocido, seres humanos que aman a Dios y que le sirven con una pasión y una calidez que provoca que les admires y que te contagian a vivir sirviendo con ese mismo gozo que salpica de ellos. Algunos son mis compañeros de generación, o de generaciones anteriores o posteriores a la mía; algunos mayores que yo, otros mucho menores que yo; pero todos con una grandeza de espíritu y de amor que no puedo describir con letras. A cada uno de ellos los amo, les admiro y les agradezco su compañía, sus abrazos, las risas y los llantos que hemos vivido juntos. Mi familia chiquita, Dios permanezca en sus corazones para siempre.
Cada día en el Seminario, Dios fue nutriendo y fortaleciendo mis raíces, formando mi carácter y preparando mi espíritu para lo que está a punto de llegar, para poder sostener el buen fruto que viene; y como mi jardinero, seguro tendrá más tiempos de invierno en que las podas serán necesarias para cortar aquello que no me sea útil, y de nuevo vendrán primaveras con fruto nuevo; pero el tiempo que me permitió prepararme en “el Semi”, siempre va a ser el más especial en mi corazón.
Sobre cada una de las cosas que acabo de escribir, el Seminario me ha dejado una enseñanza práctica y que es mayor a todas las demás: verdaderamente, el Señor va conmigo todos los días, hasta el fin del mundo, y puedo reposar mi confianza en su buena, agradable y perfecta voluntad. No hubo un solo día en que Él me dejara sola, sin aprender; aún en el dolor, siempre hubo consuelo y crecimiento. Y estoy segura que, como dice el himno:
¨…Llegará el fin y aún tendré junto a mi oído el dulce calorcito de su voz¨.
Reseña autoral:
Fátima Manzo actualmente es estudiante del Seminario Metodista Juan Wesley. Se encuentra cursando su 8º semestre, siendo estudiante de excelencia. Procedente de Delicias Chihuahua, es reconocida como una mujer sencilla, responsable y entregada al estudio. Ha sido parte del ministerio Aprendiendo Amor, llevando el Evangelio a niños y niñas hospitalizados y a sus familias. Pastoreó al equipo y a la iglesia que se levantó en ciudad Juárez, Nuevo León, como fruto del punto de predicación del Seminario Metodista Juan Wesley. Ha colaborado con su participación en el devocional Amigos de Dios y ha servido en casas hogar para niños y ancianos, casas de acogimiento y casas para migrantes, llevando Palabra a los necesitados.
Tuvimos la oportunidad mi esposo Javier y yo de conocer a Fátima en este tiempo como Seminarista de Príncipe de Paz, en San Pedro Garza García, N.L., y es fácil encariñarse con ella, además de poder platicar diferentes tópicos y disfrutar de su conversación y amistad …Felicidades, Fato, y Dios contigo en esta Aventura de Fe.
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