Editorial

Época III, Año LXXXIV, Período 2014-2018, No. 10

Chihuahua, Chih., 31 de diciembre, 2014


1a
Pbro. Bernabé Rendón Morales

Con nuestra gratitud a Dios se nos fue el 2014, y con nuestra confianza en él nos llega fresco el nuevo 2015. Medir el tiempo en tramos largos, como por ejemplo por años, es un hábito creciente en nuestra mentalidad, en parte obligados por la conciencia de que sacrificar el largo plazo en pro del corto plazo es lo que ha malogrado el equilibrio ecológico. Nos hemos regalado comodidad y placeres inmediatos, aunque para disfrutarlos hayamos tenido que dañar permanentemente el ecosistema.

No obstante, no podemos pasar por alto el que la Biblia nos hable tan poco acerca de la celebración de cumpleaños, fiesta indispensable para nosotros hoy. Por supuesto que nada tenemos contra la celebración de nuestros años y aniversarios, ya que son uno de los recursos familiares para ponernos en el centro por un día. Esto es saludable para contribuir a una saludable autoestima. Pero en la mentalidad judía no estaba tan presente tal costumbre. Los únicos dos cumpleaños mencionados fueron de personajes ajenos al pueblo israelita (Gn. 40:20; Mt. 14:6). En esta línea, suena a exageración el manejo ingenuo de la Navidad como la celebración del cumpleaños de Jesús, idea que tiene más referencia a nuestras costumbres que a alguna expectativa que Jesucristo pudiera tener. La Navidad hace referencia a algo más grande, al hecho salvífico de un Dios de gracia hacia un mundo sin méritos, y no a un vano festejo cumpleañero.

Es claro que el Canon Hebreo es un documento sobre las grandes convocaciones para las fiestas anuales de la nación judía, pero también es claro que, al tratarse del tema de nuestra vida, se prefiere contar los días que los años, y permanece el mismo énfasis en el Canon Cristiano.

Al evaluar la vida, se pide que se nos enseñe a “contar nuestros días” (Sal. 90:11). La duración de la vida del hombre es conocida pues “sus días están determinados” (Sal. 39:5). Y la brevedad de la existencia se describe en  el Sal. 102:11 así: “Mis días son como la sombra que se va”. En vez de gozar los años, se nos dice que “Este es el día que hizo Jehová, nos gozaremos y alegraremos en él” (Sal. 118:24). Y por eso la gratitud no espera al final del año, sino que “Cada día te bendeciré” (Sal. 145:2). Nuestra confianza en el Padre debe darse cuenta de que su fidelidad se muestra en misericordias “nuevas cada mañana” (Lm. 3:22,23).

Las provisiones de Dios no eran para lapsos largos, pues eran diarias; el maná era del día, puesto que el de ayer estaba putrefacto y el de mañana no llegaba nunca (Ex. 16:19-21). De igual modo, Jesús nos enseñó a rogar por el “pan nuestro de cada día” (Mt 6:11), y nos pidió no afanarnos por el futuro, debido a que “basta a cada día su propio mal” (v. 34). El Señor no intentaba llevarnos al nihilismo respecto al futuro, sino a renovar nuestra confianza en su Padre en tramos cortos de tiempo, cada día. Si el ayer tiene su propio ayer, y el mañana su propio mañana, entonces hay dos eternidades, una antes y otra después de hoy. Resulta en un desastre intentar vivir hoy un segundo del ayer o uno del mañana, así que mejor podemos irnos con aquella canción que dice, “Señor, por mi bien, yo quiero vivir un día a la vez…” Vivamos, entonces todo el año 2015, pero en tramos diarios.

Pbro. Bernabé Rendón M.

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