Carta de Wesley a un Votante

Carta a un votante.

Rev. Juan Wesley
Rev. Juan Wesley

¿Qué piensas hacer en las elecciones parlamentarias?  ¿Votarás por alguno de los candidatos? Si es así, espero que no hayas recibido dinero a cambio. Estoy seguro de que conoces las exigencias del juramento que harás declarando que no has recibido «regalo o recompensa alguna, directa o indirectamente, ni promesa de ello, a cuenta de tu voto» en las presentes elecciones.

Seguramente te asusta la idea de cometer perjurio –un perjurio deliberado e intencional, hecho con toda calma y premeditación. Si ya eres culpable, detente ahora mismo; no sigas adelante. Está en peligro tu alma. ¿Venderías tu país? ¿Venderías tu propia alma? ¿Venderías a Dios, tu Salvador? ¡Dios no lo permita! Sería mejor que rechazaras las treinta piezas de plata o de oro, y le dijeras a quien te lo ofrece: «Señor, no venderé el cielo. Ni usted ni todo el dinero del mundo pueden pagar su precio.» Espero que no hayas recibido, ni recibas, alguna otra cosa: invitaciones, comida o bebida. Si aceptas alguna de estas cosas a cambio de tu voto, estás cometiendo perjurio. ¿Cómo podrás prestar juramento de que no has recibido regalos? Si no pagaste por ello, pues entonces fue un regalo. ¿Qué harás? ¿Venderás tu alma al diablo por un trago o por un mendrugo de pan? ¡Piensa en lo que estás haciendo!

Actúa como si toda la elección dependiera sólo de tu voto, y como si todo el Parlamento (y, por ende, la nación toda) dependiera de esa sola persona por quien tú votarás para que ocupe una banca. Pero si de nadie aceptas regalos, ¿por quién votarás? Por quien ame a Dios. También debe amar a su país y tener principios férreos, inconmovibles. Por sus frutos le conocerás: se abstiene de toda apariencia de mal, es celoso de buenas obras, y hace el bien a todos cada vez que tiene oportunidad. Se preocupa por poner en práctica constantemente los mandamientos de Dios. Y no lo hace simplemente como un deber o como algo de lo cual preferiría ser excusado, sino que se goza en estas oportunidades de servir, considerándolas un privilegio y bendición de los hijos de Dios. Pero ¿qué harás si ninguno de los candidatos presenta estos frutos? Pues, entonces, vota por aquel que ama al Rey, al rey Jorge, quien Dios en su sabiduría y providencia ha dispuesto que reinara sobre nosotros. Debemos amar al Rey y tenerle en alta estima, aunque sea sólo en virtud del lugar que ocupa. «Rey» es un nombre sagrado, adorable. El Rey es un ministro enviado por Dios para nuestro bien. ¡Cuánto más tratándose de nuestro Rey, que ha sido en muchos sentidos una bendición para sus súbditos! Te resultará muy fácil reconocer a quienes no le aman, porque tales personas se vanaglorian en avergonzarlo. No temen hablar mal de los dignatarios, ni siquiera de quien gobierna su pueblo. Quizás me digas «Pero yo amo a mi país, así que lo hago en defensa de sus intereses». Pues temo que no sabes lo que dices. ¿Porque amas a tu país estás en contra del Rey? ¿Quién te enseñó que se puede separar al rey del país, enfrentando a uno y otro? Puedes estar seguro de que quien lo hizo no ama a ninguno de los dos.

Quienes verdaderamente aman su país no dicen esta clase de tonterías. ¿Acaso no comparten un mismo y único interés, el país Inglaterra y el Rey de Inglaterra? Si el país fuese destruido, ¿crees que esto beneficiaría al Rey? Si algo malo le ocurriera al Rey, ¿acaso esto beneficiaría al país? No es posible separar sus intereses. El bienestar de uno implica el bienestar de ambos. O tal vez tengas otra clase de objeción.

Probablemente digas: «Yo defiendo la Iglesia, defenderé la Iglesia de Inglaterra por siempre. Por eso votaré por __________________, él es un verdadero hombre de iglesia, un amante de la iglesia.» ¿Estás seguro? Amigo, piensa un poco. ¿Qué clase de «hombre de iglesia» es él? ¿Un hombre de iglesia que frecuenta prostitutas, que juega por dinero, que se embriaga? ¿O es un hombre de iglesia que miente, que jura y maldice? ¿No es un fanático que persigue disidentes y está pronto a mandarlos al infierno a la menor señal? ¡Vergonzoso! ¡Vergonzoso! Llamas «hombre de iglesia» a alguien con menos conocimiento de Dios que un turco pagano; llamas «hombre de iglesia» a alguien que ni siquiera simula tener el interés que un pagano sincero tendría en la religión. Sólo ama a la iglesia quien ama a Dios y, en consecuencia, ama también a toda la humanidad. Cualquier otro que hable de amor hacia la iglesia, miente. Desconfía de una persona así. Por sobre todas las cosas, desconfía de quien dice amar la iglesia pero no ama al Rey. Si no ama al Rey, no puede amar a Dios. Y si no ama a Dios, no puede amar la iglesia. Esto significa que alberga el mismo sentimiento por la iglesia y por el Rey: no a ama a ninguno de los dos. Ten cuidado, tú que sinceramente amas a la iglesia y, por lo tanto, no puedes menos que amar al Rey: guárdate de no separar el Rey y la iglesia, así como tampoco debes separar al Rey de la nación. Deja que los demás hagan como les parezca; lo que ellos hagan no tiene nada que ver contigo.

Tú actúa como una persona honrada, un súbdito leal, un auténtico inglés que ama su país y la iglesia, en una palabra, ¡actúa como cristiano! Una persona que no teme a nada excepto al pecado y que no busca otra cosa que el cielo. Su único deseo es dar gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres.

Juan Wesley