Categoría: Del escritorio del Director

Editorial

reformaMientras el centro-sur de México se prepara para la celebración sincretista del Día de los Muertos, y el norte del país ya hace sus preparativos para repetir la importada y ajena fiesta de Halloween, las iglesias cristianas protestantes históricas avanzan en sus arreglos para conmemorar el 498 Aniversario de la Reforma Religiosa del siglo XVI, el próximo 31 de octubre.

Podemos aprovechar esta circunstancia para repasar someramente los así llamados “cinco solos” de la Reforma. Al igual que las cuatro (o cinco) fuentes de la teología metodista, que no fueron señaladas directamente como tales por Juan Wesley, tampoco los “cinco solos” fueron estructurados en ninguno de los muchos escritos de la Reforma. Son nuestros analistas de aquel enfoque doctrinal que propusieron los reformadores quienes descubren esos cinco énfasis que representan los fundamentos de la doctrina protestante, o evangélica, como preferimos denominarla ahora. Cinco frases latinas que resumen el pensamiento reformador: Sola Fide, Sola Gratia, Solo Christus, Sola Scriptura, Solo Spiritu.

Con estos cinco gritos de guerra queremos decir que solamente la fe en la expiación de Jesucristo nos es requerida por el Padre para otorgarnos nuestra completa justificación, sin necesidad de las obras buenas; milagro redentor que es debido solamente a la gracia de Dios, ya que es imposible encontrar algo en nuestra vida que signifique una ofrenda meritoria con la cual sufragar ninguna proporción del infinito costo de nuestra salvación; y esto ha llegado a ser posible en estos términos sólo debido a la mediación eficaz del único Sumo Sacerdote, Cristo sacrificado, resucitado y ascendido, quien nos reconcilia con el Padre, sin que sea posible ninguna otra mediación pues no estaría divinamente autorizada; conclusión a la que llegamos únicamente por la explicación que se nos ofrece en las Sagradas Escrituras, sin que éstas necesiten ser confirmadas ni completadas a través de la tradición acumulada por la iglesia; Escrituras que, para ser bien entendidas, no se requiere del auxilio del magisterio de la iglesia como algo necesario, puesto que se nos ha señalado nada más al Espíritu Santo como revelador de la mente de Dios.

Estos fueron los temas de discusión, asuntos que hacen la verdadera diferencia entre el cristianismo católico y el cristianismo evangélico. Por ello nos parece extraño que algunos escritores consideren la frase -soli Deo gloria- como el quinto “solo”. Que solamente a Dios sea dada la gloria, no fue un asunto en controversia, ni establece una diferencia doctrinal de fondo entre católicos y protestantes. Al menos en el aspecto oficial, la teología formal de la Iglesia de Roma ya había definido en el Segundo Concilio de Nicea (año 787) que los santos canonizados y los ángeles podían recibir un tratamiento de dulía (veneración), y María recibiría la hiperdulía (máxima veneración), pero que solamente la Trinidad, y nadie más, debía recibir el culto de latría (adoración). Con estos términos, los aprobemos o no, el catolicismo ha defendido que en su intención no está el darle a nadie la gloria sino exclusivamente a Dios. Por lo mismo, este asunto no entró a discusión en la agenda de la Reforma.

No hemos logrado determinar el sustento histórico para deducir soli Deo gloria como el quinto “solo” de la doctrina protestante. Por supuesto que no podría referirse al hecho de que J. S. Bach usara esa frase para terminar sus composiciones religiosas puesto que, por un lado, no la empleó en todas sus obras, y por el otro, él inició su trabajo como compositor hasta ya entrado el siglo XVIII, lejos de los tiempos de la Reforma. Entonces, parecería más bien que proyecta un sesgo calvinista de los escritores que la manejan como el quinto “solo”. ¿Por qué lo decimos? Porque para la teología de Calvino, quien veía a Dios principalmente como soberano absoluto sobre la creación, Dios determinó, solamente por su voluntad y para su gloria, escoger a una parte de la humanidad para que se salve; mientras que escogió, por su voluntad y para su gloria, a la otra parte de la humanidad para que se condene eternamente. Por otro lado, podemos leer un párrafo del Catecismo de Ginebra, escrito por Calvino: “Dios nos ha creado y nos ha puesto en este mundo, para que él sea glorificado por medio de nosotros”. De igual modo, en la primera respuesta que ofrece el Catecismo Menor de Westminster (calvinista), leemos: “El fin principal del hombre es glorificar a Dios”.

Independientemente de las observaciones del párrafo anterior, “Solo Spiritu” es parte del argumento completo en la cadena de los “cinco solos”. Sería una pena perderlo pues fue un elemento básico del pensamiento reformador, y establece una diferencia sustancial entre los polos católico y evangélico. Soli Deo gloria parecería únicamente una conclusión devocional (pero no argumentativa) al final de los otros “solos”, o quizá un trasfondo de ellos, pero no sería un compañero de la misma naturaleza demoledora de este conjunto o cadena doctrinal que transformó a Europa y después al mundo, marcando un antes y un después en la historia humana.

Pbro. Bernabé Rendón M.

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Editorial

Época III, Año LXXXIV, Período 2014-2018, No. 26
Monterrey, N.L., 15 de septiembre, 2015

kenosis

Acabo de leer el Tomo II del Plan Rector Nacional, particularmente la Lección 3 – La Trinidad, inciso b) Dios hijo, pág. 27, 28. Allí está la frase: “Como cristianos tenemos un modelo de vida a seguir; este ejemplo es la vida de Jesús. En la Carta a los Filipenses 2:5-7 dice que Jesús se despojó de su divinidad para darnos ejemplo de una vida en santidad en la tierra” (resaltado mío). Esta es una redacción desafortunada que, por supuesto, entendemos se debió a un descuido en el uso de los términos, y no a una propuesta doctrinal deliberada. Como sea, necesitamos cambiar tal redacción en el PRN para no propiciar en nuestras iglesias el entendimiento equivocado de que Jesucristo dejó de ser Dios por 33 años. He enviado al Gabinete General una propuesta al respecto, tendiente a mejorar nuestro magnífico instrumento de desarrollo cristiano vigente en la IMMAR. Pero al margen de ese procedimiento administrativo, abordaré hoy el tema en este espacio, debido al interés que en sí mismo conlleva.

No sería posible que Jesucristo se despojara de su divinidad pues nunca dejó ni dejará su calidad de ser Dios, su divinidad. Si Jesucristo hubiera dejado de ser divino durante sus 33 años de vida terrenal, entonces tendríamos que pensar que la Trinidad dejó de existir durante ese tiempo, puesto que para que Dios sea un ser trino necesita de las tres personas divinas. Desde este punto de vista, el Hijo conservó indispensablemente su deidad mientras vivió entre nosotros.

Pero yendo más allá, debemos considerar la verdad histórica del cristianismo universal sobre la doble naturaleza de la persona del Verbo encarnado. En la encarnación el Hijo no se despojó de su naturaleza eterna, su divinidad; al contrario, recibió una nueva naturaleza que nunca tuvo antes, su humanidad. La encarnación no significó renunciar a una naturaleza, sino recibir una nueva naturaleza añadida a la anterior. En Cristo estuvieron dos naturalezas unidas, como lo dice nuestro Artículo de Religión II: “…dos naturalezas enteras y perfectas, la divina y la humana, se unieron en una sola persona para jamás ser separadas. Por lo tanto, hay un solo Cristo, verdadero Dios y verdadero Hombre…”

Por otro lado, la traducción del griego de Filipenses 2:7 no dice que Jesús dejó su divinidad, sino que se despojó a sí mismo (eautón). Notemos que no dice que se despojó de sí mismo. Hay un canto contemporáneo que dice, “…Siendo en forma de Dios se despojó de sí mismo…”, lo cual es un sensible error tanto gramatical-exegético como teológico. Si el texto dijera que el Hijo se despojó de sí mismo, habría una posibilidad de que se vaciara de su divinidad. Pero si dice que se despojó a sí mismo, nos aleja de esa posibilidad y nos lleva a la idea de que se vació de algo que nada tenía que ver con su esencia, sino de privilegios y condiciones que gozaba en los cielos.

Esto nos remite a un viejo tema que en diferentes momentos de la historia de la iglesia ha surgido y resurgido para la discusión teológica, la kénosis del Señor. La palabra griega exacta que aparece en Fil. 2:7 es ekénosen, y es una declinación del verbo kenoo (vaciar), de grado que de ese verbo obtenemos el sustantivo kénosis (el vaciamiento). Es necesario advertir que todas las veces que ese término griego aparece en el Nuevo Testamento se aplica de manera metafórica, nunca literalmente (Ro. 4:14; 1 Co. 1:17; 9:15; 2 Co. 9:3), razón por la que no debe entenderse que Fil. 2:7 está explicando un vaciamiento real del Verbo eterno. Las conclusiones radicales acerca de la kénosis de Cristo consisten en afirmar que nuestro Señor se desvistió de sus atributos divinos, es decir, de su divinidad, pero han sido muy pocas debido a lo inaceptables que son. Las conclusiones moderadas afirman que se despojó solamente de algunos de sus atributos divinos por ser incompatibles con su humanidad. Y las conclusiones más ortodoxas, las más apegadas a la cristología del Nuevo Testamento, tal como lo afirmaron los reformadores en el siglo XVI, describen a Cristo con su gloria encubierta, pero sin la remoción de su deidad. Esta última explicación de la kénosis ha sido compartida también por la iglesia católica.

Por lo anterior, la doctrina cristiana general propone que Cristo retuvo sus atributos divinos, pues son requeridos para conservar su deidad, pero su humanidad representó por un lado un doloroso ocultamiento de su gloria y la renuncia a ser servido y adorado en los cielos mientras desempeñó su ministerio terrenal, y por otro lado significó no recurrir a sus cualidades esenciales y eternas para emplearlas en su beneficio durante los tiempos de tentación, prueba, sufrimiento y muerte. Así, nuestro Salvador siempre fue, es y siempre será verdadero Dios.

Pbro. Bernabé Rendón Morales

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Editorial

Del Escritorio del Director

Época III, Año LXXXIII, Período 2014-2018, No. 1
Chihuahua, Chih., 15 de agosto de 2014

Esta es la primera publicación a cargo de un servidor, iniciándome en un tipo de tareas que jamás había desempeñado. Estoy tratando de nadar, pero no porque me metí a la alberca, sino porque me arrojaron en ella los delegados del XXII período de sesiones de la Conferencia General de la IMMAR. Debemos sentirnos agradecidos por el período cuadrienal que cubrió nuestro buen amigo José Donato Rodríguez Romero, con quien tuve la grata circunstancia de haber colaborado juntos en algunas comisiones nacionales de nuestra iglesia en tiempos pasados. Él es periodista, tanto por su entrenamiento como por su experiencia en ese campo, y nos tocó cosechar de él aportaciones fundamentales. Gracias, Donato, el periódico no sería lo que es si no hubieras estado tú dirigiéndolo. De todos modos, Donato seguirá vigente y activo en El Evangelista Mexicano, pues tres secciones seguirán a su absoluta responsabilidad: Intolerancia Religiosa, Noticias Internacionales, e Himnología. 

Por otro lado, contaremos también con la participación sistemática de las Hnas. Lilia Palos de Ortega y Susana O. Zapata Suárez, la primera de ellas aportando bimestralmente materiales producidos por la Sociedad de Estudios Históricos de la IMMAR, y la segunda proveyéndonos mensualmente elementos interesantes del acervo de la Dirección de Archivo e Historia. Contamos con algunos colaboradores más, y confiamos en que, gradualmente, otros metodistas se sumen a este ministerio de comunicación.

Procuraremos conservar el periódico encausado como un medio de información principalmente, ya que esa es la finalidad prioritaria de un órgano informativo; claro, sin perder su aspecto formativo. El Dr. Emil Dovifat, intelectual germano de los siglos XIX-XX, dijo que “Las noticias son comunicaciones sobre hechos nuevos surgidos en la lucha por la existencia de los individuos y las sociedades”. Este hecho propició que, durante episodios de la historia humana, la necesidad inherente de los individuos por conocer los sucesos fuese aprovechada por algunos para controlar el detonador de ese mecanismo de la conducta humana, al grado de afectar la marcha de la historia.

Nosotros no pretendemos tanto, pero sí valernos de este instrumento que ha viajado junto con el metodismo mexicano durante su época de autonomía, para poner en contacto lo que pasa con los destinatarios del periódico. Al fin de cuentas, las figuras importantes no son ni el periódico ni quien lo dirija, sino los lectores que representan el ámbito de recepción. Ya veremos si logramos contar con los suficientes corresponsales, designados y/o voluntarios, ubicados en las diferentes áreas episcopales que nos ministren como fuentes frescas de información.

Que Dios nos ayude.

Pbro. Bernabe Rendón Morales