Época III, Año LXXXIV, Período 2014-2018, No. 06
Chihuahua, Chih., 31 de octubre, 2014
LA JUSTIFICACIÓN POR LA FE
ES POR LA FE
Yéndose ya octubre, nos deja con la noción de que hubo una vez una Reforma Religiosa, cuya incalculable herencia hemos recibido. El 31 de octubre es el aniversario exacto de aquel movimiento que trastornó al mundo.
El mayor descubrimiento de aquel siglo, el XVI, lo fue indudablemente la doctrina madre del pensamiento evangélico: la justificación por medio de la fe sola. En realidad corresponde a un arreglo bíblico acerca de la interacción entre la gracia de Dios y la fe en los humanos. Nos deja bien claro que la gracia no puede venir a salvarnos si no es por el camino de la fe, ya que es imposible que la gracia siga siendo gracia si requiriese algún mérito humano, por pequeño que éste fuera. Nuestras buenas obras o penitencias, ofreciéndolas a Dios a cambio del perdón, corromperían lo gratuito (la gracia) de la intención divina al justificarnos. Así que, podemos decirlo con las palabras del Apóstol Pablo, “es por fe, para que sea por gracia” (Ro. 4:16).
Esto ya lo sabemos bien. Sin embargo, el título de este escrito juega con las palabras para enfatizar esa bendecida doctrina que no debemos perder de vista. Los vientos “avivacionistas” procedentes de los siglos XVIII y XIX encuentran lugar entre nosotros de manera inadecuada cuando nos llevan hacia una supuesta justificación por medio de la conversión, en lugar de por la fe. Los avivamientos de aquellos tiempos hacían hincapié en la conversión debido a que promovían un despertamiento entre las personas que daban por hecha su salvación, sin contar con las evidencias posteriores a la justificación. Aquella llamada a la conversión era correcta pues había que sustituir con lo genuino lo que entonces era falsedad. Lo que no está bien es generalizar la necesidad de la conversión o cambio de vida a todos.
Hay hijos de creyentes que fueron educados en el conocimiento de Cristo desde que tuvieron uso de razón, gracias a padres de veras piadosos que los sentaron en sus rodillas para enseñarlos a creer en el evangelio de Jesús, y a orar de manera viva a un Padre de misericordia. Desde pequeños fueron guiados a preferir lo santo contra lo común. Y por lo mismo, no tienen idea de cuál fue el primer momento en que creyeron en Cristo de corazón, pero al creer, por supuesto que fueron salvos. Para ellos el evangelio no fue como un jabón que lava los pecados acumulados a lo largo de una vida impía, sino como un alimento que los nutrió y creó en ellos la misma vida de Dios. Si se les preguntara cuál fue la fecha de su salvación, no sabrían decirlo. ¿Cómo exigirles una conversión, un cambio de su vida, si siempre han vivido haciendo la voluntad de Dios, como fruto de su fe en el Hijo de Dios? ¿Cómo prescribirles que “tienen que recibir a Cristo”, siendo que cuando creyeron lo recibieron y sus corazones fueron llenos del Espíritu Santo, sin importar la edad que hayan tenido, ni que ignoren cuándo fue?
Realmente necesitamos repetirnos a nosotros mismos que la justificación en verdad Dios la da al que cree en Cristo con una fe salvadora, y no al que se convierte. La conversión será una imperiosa necesidad, sí, pero para aquel cuya vida vaga en las tinieblas. La justificación es a través de la fe sola. Esta es la razón por la que creemos que Juan Wesley no vivió una conversión el 24 de mayo de 1738, sino una iluminación celestial que clarificó en su alma cómo su fe dejaría de ser la de un esclavo para ser la de un hijo de Dios.
Pbro. Bernabé Rendón M.

Que importantes palabras para los tiempos que estamos viviendo, gracias.
Me lleva a reflexionar en cómo estamos cumpliendo el mandato de Jesús de ir y hacer discípulos a todas las naciones, lo cual incluye por supuesto nuestro propio país y ciudad, me hace preguntarme como estamos presentando el evangelio, estamos requiriendo de la gente la famosa oración de fe para poder declararla salva?
Personalmente me siento totalmente identificada con el penúltimo párrafo, tuve la fortuna de vivir esa experiencia de crecer en un hogar donde desde siempre me fue presentado Jesús y se me enseñó a seguirlo y amarlo. Sin embargo siempre que me veía enfrentada a escribir mi «testimonio de conversión» me era imposible ubicar una fecha exacta y luchaba mucho con eso porque parecía que el tener una fecha exacta era lo que validaba una vida cristiana. Hace poco, asistiendo a un taller de testimonio cristiano se nos pidió escribir el testimonio de nuestra conversión, y al tener ya años convencida de lo que usted escribe arriba, escribí unos días después una reflexión al respecto, de la cual me permito compartir unas líneas.
«… Muchos años después lo entendí, y recién ahora puedo ponerlo en palabras claras: yo no acepté a Jesús en mi corazón, yo creí en él y empecé a seguirlo desde que era niña, y ahora entiendo que Jesús no vino a “mostrarnos” el camino, El es el camino, yo creo que él no está interesado en que lo “aceptemos en nuestro corazón” al decir una oración, estoy convencida de que lo que el quiere es que lo sigamos.
Jesús no evangelizó con ningún método parecido a los que nosotros usamos a veces, nunca requirió de sus discípulos que “lo aceptaran en su corazón” el arrepentimiento y el cambio de vida fueron una consecuencia de creer en él y seguirlo, no una condición para hacerlo. Cuando llamó a sus discípulos no los reunió primero para que hicieran una oración y se convirtieran, los llamó para que estuvieran con el y a medida que pasaban tiempo con el, lo fueron conociendo y su vida iba siendo transformada.»
Definitivamente que esto sólo ocurre por fe y como lo menciona, no hay nada, ni el más mínimo acto que podamos hacer, todo es por la pura gracia de Dios.
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Claudia, has hecho una redacción muy emotiva, te felicito por abrir tu corazón así. Muchos cristianos están en tu mismo caso. Pero muchas iglesias presionan a sus niños, adolescentes y adultos, de manera indiscriminada, a precisar una experiencia y una fecha como señal de haber sido salvos. San Juan sólo dijo «..para que todo aquel que en él crea, no se pierda, mas tenga la vida eterna». Y luego viene el discipulado. Pero entendemos que también hay personas viviendo contra Cristo, y ellos necesitan, a la manera de San Pablo cerca de Damasco, sufrir una conversión.
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