Tal vez tuviste un padre amoroso y tierno que se preocupaba por tu vida y tu futuro, y fuiste afortunado con tan bienaventurada suerte. Pero quizá creciste en medio de una atmósfera de insultos y peleas y nunca te sentiste aceptado ni protegido. ¿Necesitas una “sobredosis” de gestos y palabras cariñosas de la gente para sentirte bien? Si tu respuesta es “sí”, esto indica el dolor de tu alma.
Cuando David derrotó a Goliat, el rey preguntó al general del ejército: “¿De quién es hijo este joven?” (1º Samuel 17:55). El jovencito había matado al gigante y conquistado la victoria para toda la nación; el pueblo estaba eufórico y la gente vitoreaba su nombre, y lo único que parece interesarle al rey es quién era su padre. Como nadie podía dar respuesta a su inquietud, el rey tuvo que preguntarle personalmente: “Muchacho, ¿de quién eres hijo?” (v. 58). Y la respuesta de David revela honra: “Yo soy hijo de tu siervo Isaí, de Belén”. ¡Qué orgulloso se sentía David por ser hijo de Isaí!
Es probable que si la relación con tu padre no fue buena, tu voz no se escuche con claridad. Si sufriste abandono, abuso o maltrato quizá no puedas decir con orgullo quién es tu padre. Si no sentiste el cariño y el cuidado amable de un padre bondadoso, necesitas experimentar por primera vez un padre diferente. No te preocupes. Todavía hay esperanza. No es demasiado tarde. Cristo nos ha revelado a Dios como Padre en verdad, y quedas bajo su paternidad cuando su Hijo viene a ser tu Hermano por la fe.
Hoy mismo comenzarás a experimentar la restauración. Dios cerrará esas heridas y comenzarás a vivir tu vida como alguna vez la soñaste. La paz llegará, la alegría se extenderá y vivirás en plenitud. Dios cortará el circuito de dolor y te traerá libertad. Basta ya de estar amargado. Basta de culpar a otros. Basta ya de preguntarte el porqué y, basta ya de dudar de Dios. No devanes tus sesos analizando desde todos los ángulos lo que sucedió. El rechazo que experimentaste en el pasado ya no debe dañarte. Los traumas y carencias emocionales sobre tu vida deben quedar sin efecto. Las influencias degradantes vividas en el círculo familiar, que se anulen. Los sentimientos de inseguridad que se vayan. El temor a no ser querido, o el miedo a no formar una familia mejor de la que tuviste, que se disipen mientras cultivas una ferviente amistad con Jesús.
No tienes por qué verte como resultado de un fracaso familiar. Es tu responsabilidad no acoger voluntariamente residuos malos en tu acervo emocional. Procura que los medios de gracia en tu caminar cristiano motiven tus capacidades de crecer y tus talentos para desarrollarlos. A tu Padre eterno, quien te abraza en su gracia, pide que sólo en su amor tus sueños se cumplan.
- Anónimo –
