Los siguientes párrafos aparecieron en el número anterior de El Evangelista Mexicano, edición No. 13, del 28 de febrero de 2015. Se trata de un comentario de uno de nuestros lectores, colocado en la sección de Noticias Internacionales. Lo estamos publicando por contener razonamientos bien planteados, pero sobre todo porque representa un sentido llamado a la moderación y al entendimiento humano, condición muy deseable en medio de un mundo permeado por el odio hacia los que no son iguales. Muy bien representa la intención del Espíritu Santo, siempre pugnando por acercarnos con “el vínculo de la paz”, frecuentemente a pesar nuestro.
Muy interesante el artículo de “Identidad Evangélica” y el ecumenismo con la Iglesia Católica Romana. En las doce posturas que nos presenta, muestra todo el panorama de las condicionantes posibles que hoy mismo reflejamos y que van desde la aceptación basada en los principios éticos cristianos que nos son comunes (que los hay), hasta la concepción pecaminosa de siquiera “rozarnos” mínimamente con ella, en una postura muy parecida a la farisea de los tiempos de nuestro Señor: allí está el ejemplo de lo escandaloso que fue para algunos de los discípulos el encuentro de Jesús con una mujer samaritana con la que no sólo dialogó, sino en la que encontró cobijo de corazón para la Buena Nueva.
El tema es complicado -creo yo- porque está íntimamente ligado a condicionantes culturales, sociales y personales que nos impiden actuar libremente sin prejuicios y claridad. En el Editorial de hoy se habla valientemente sobre el tema del “Miércoles de Ceniza”, como una posible pérdida litúrgica que bien pudiera ayudarnos a significar y vivir más plenamente el tiempo de Cuaresma ¡Pero cómo abordar el tema si para algunos de nuestros pastores y hermanos laicos simplemente utilizar la palabra “liturgia” les causa escozor!
Y ni hablar de la tradición dentro de la Iglesia… porque ello les parece casi aberrante.
He escuchado con mucha frecuencia cómo los partidarios a un NO tajante al ecumenismo utilizan pasajes bíblicos para fundamentar su rechazo, cuando otros ven en la ACCIÓN del Señor Jesucristo plasmada en los Evangelios, una evidencia del por qué SÍ y el cómo hacerlo (las referencias al pueblo samaritano, tan odiado y rechazado por los líderes de la fe judía, son excepcionales en el tema). Y es que, sin duda, se mezclan en ello factores y sucesos que forman parte de nuestras vidas.
Para quienes hemos aceptado la verdad evangélica después de haber sido católicos practicantes, la respuesta puede ser en dos vías: Algunos recordamos, incluso con gratitud, ciertos aspectos de nuestra experiencia; mientras que otros se esfuerzan por “romper lanzas” en los términos más absolutos, como si en ello se fuera la Salvación y la Gracia. Y en el caso de los evangélicos de nacimiento, mi experiencia (otra vez en el ejemplo propio) delata que en algunos casos, especialmente entre ciertos pastores y líderes, se evidencia una especie de suspicacia permanente hacia aquellos que no traemos “en la sangre” lo que ellos sí… Lo que asumen les da derecho para juzgar, señalar y denostar.
Al final, para mí el hecho es sencillo: si no me hubiera topado un día con una persona que siendo evangélica metodista me brindó su amistad sin reservas (lo que incluyó respetar íntegramente y por mucho tiempo mis posturas religiosas), que jamás me juzgó ni sentenció, sino que con su conversación y testimonio me brindó un nuevo y vívido ejemplo… quizá nunca hubiera tenido la oportunidad de reflexionar con sinceridad sobre mi fe y mi espiritualidad. Esa persona nunca me obligó a nada y mucho menos me atosigó con las preguntas obvias de una contraposición religiosa. Sólo fue cristiana. Y ello me llevó de un paso a otro… hasta que finalmente, brotó en mi corazón una decisión personal.
Pero más allá de lo que subsiste en cada persona, hay una evidencia que me parece muy real: el actuar del Señor Jesús. Y la Iglesia tiene también una dimensión que se inserta en la cultura y en la sociedad. Espiritualmente es el Cuerpo de Cristo, pero también es parte de un fenómeno social que debe situarse en el nivel del diálogo y de la constante interacción con los demás como ente que ayuda a equilibrar el sistema de libertades, sin menospreciar por ello sus propios decálogos y creencias más íntimas y fundamentales. En nuestro país, los metodistas se inscribieron en esos procesos históricos de nación y lucharon por la libertad de culto (que no a la abolición de unos y al establecimiento de otros con afanes supletorios). Ejemplos hay muchos, y sería un grave error soslayarlo.
La Iglesia tiene también una misión social. Y generar y coadyuvar a los entramados de una convivencia sólida, es parte intrínseca de su naturaleza. Entonces, cuando la Iglesia -como figura social y por cierto pública- se cierra a la expresión de los demás y a la insana acción de rechazar e imponer, está quebrantando principios de cohesión que son los que actúan en la paz y en la armonía de la sociedad, en la convivencia humana y en la demostración de la bondad y la caridad a la que, en el caso de los cristianos, hemos sido llamados por el Dios Vivo que habitó entre nosotros. Y aparecen entonces deformaciones terribles, como lo que hoy se vive con ciertos sectores musulmanes y su permanente persecución contra todos aquellos que no participan de su concepción religiosa: el llamado “Estado Islámico” es uno de los ejemplos de mayor crueldad.
El diálogo interreligioso debiera llamar al respeto y a una altura de miras en pro del beneficio común. No se trata de despojarse de nada, sino de estar abiertos al intercambio racional (el don que Dios nos ha dado para pensar más allá del “yo” intransigente), a la esperanza y a la convivencia… que son los fundamentos de una fe práctica, y también los dones del Espíritu Santo.
Quizá otra interpretación sería incoherente con nuestra fe… corriendo el riesgo de invocar insensatamente a la intolerancia y al fanatismo.
Héctor J. Villanueva-Maynez
IMMAR La Trinidad
Chihuahua, Chih.
