
Fue líder laico metodista dentro de la CANO mientras vivió en Playas de Tijuana, B. C. Actualmente vive con su familia en San Diego, California, E. U. A., donde colabora con la Iglesia de Las Asambleas de Dios.
Cualquier varón fértil, aunque ni siquiera sepa leer o escribir, puede hacer la parte puramente biológica, necesaria para engendrar un hijo.
Pero científicamente, sabemos que para que finalmente se lleve a cabo la concepción, y sin accidentes su hijo llegue, después de unos nueve meses, a feliz término en el vientre materno, y sin accidentes sea dado a luz con éxito, tras la tremenda experiencia del parto hasta llegar al emocionante momento en que el hijo respira por primera vez el aire de este mundo, y ya llenos sus pulmones, llora, se mueve, se oxigena, y torna sus piel ceniza en un precioso color rosado, se necesita muchísimo más que una relación sexual.
Ahora sabemos, por ejemplo, que en primer lugar, la mujer sólo es fértil unas dos horas al mes (el día de la ovulación, alrededor del día 14 antes de cada ciclo menstrual), y que es una verdadera odisea la que tienen que completar con éxito, los espermatozoides depositados oportunamente en el vaso vaginal, si pretenden alcanzar al óvulo, en la primera porción de la Trompa de Falopio (conducto en forma de tubo, que lleva al óvulo o célula reproductora femenina, desde el ovario hasta el interior de la matriz), que es el único lugar en que puede ser fertilizado con éxito.
Este excepcional logro de los espermatozoides, se ha comparado con la hazaña del alpinista que llega con éxito a la cima del Everest, o al súper atleta que compite y triunfa en un triatlón, o en una competencia de resistencia extrema, como la llamada “hombre de hierro,” pues los obstáculos y retos que tienen que enfrentar los espermatozoides, y las probabilidades de llegar al lugar correcto son mínimas, ya que tiene que atinarle a la trompa de Falopio, que corresponde al ovario que produjo el óvulo ese mes (los ovarios generalmente se alternan: Un mes, el ovario derecho ovula, y al siguiente mes lo hace el izquierdo), y lograrlo en el mínimo de tiempo disponible (los mejores espermatozoides, los más sanos y fuertes, no viven más de 72 horas).
Por tanto, sólo los espermatozoides más sanos, mejor capacitados, y depositados en el tiempo correcto, superan tan monumental reto. Además, como en cualquiera de las competencias “de alto rendimiento,” de los pocos miles que llegan a la meta a tiempo, sólo uno, de más de doscientos millones iniciales, es seleccionado para llevarse el premio, la gloria, y el galardón de fecundar al óvulo, y así engendrar un hijo.
Pero si ese fuera el único reto que enfrenta un varón para merecerse el título de ser padre, aun con las dificultades mencionadas antes, casi cualquiera lo podría lograr.
Prácticamente todos en nuestra sociedad (desgraciadamente), saben muy bien cuál es la diferencia entre un “padre biológico” y un verdadero padre; entre uno que a manera de semental, ni siquiera se entera de qué sucede con la simiente que anduvo irresponsable y cobardemente, regando por todos lados, y el varón que, como un buen padre, responsablemente se encarga de hacer su parte, para que el hijo (que a veces ni siquiera es su hijo biológico), no sólo nazca en las mejores condiciones posibles, sino crezca con las mejores posibilidades de llegar a ser gente decente, cristiana, útil, necesaria y enteramente preparada para toda buena obra.
Este reto, no es menos demandante que el que enfrentan los espermatozoides ya mencionados, y exige así mismo, que el varón cumpla con su labor de padre, supliendo 24 horas al día, 365 días del año, por un periodo rara vez menor de 25 años por cada hijo, todas las necesidades que la madre y el hijo tienen, y que literalmente, significan una inversión de millones de pesos, que frecuentemente sólo puede proveer felizmente el padre, tras trabajar perseverantemente, 8 y más horas diarias.
Pero no es sólo dinero, lo que necesita el hijo para llegar a la meta, pues aún después de las horas de arduo trabajo, un buen padre, sacrificialmente, debe darse el tiempo para disciplinadamente, convivir, jugar, distraerse, darle buenos ejemplos, y educar a su hijo, y es por eso que cuando al fin lo ve graduarse, trabajar, y casarse como Dios manda, no puede menos que gozar legítimamente y en compañía de la madre, el suave olor del éxito, el dulce sabor de la victoria, el premio, gloria y galardón, que sólo los verdaderos padres se merecen y pueden gozar.
Así, es bueno que reconozcamos que tener un buen padre en esta Tierra, no es nada menos que una inmensa bendición de Dios, y un motivo más, para celebrar la vida, y festejar el día del padre, honrando, con palabra, conducta y hechos, al que no sólo nos engendró, sino amorosa y pacientemente, nos crió como Dios manda.
Al respecto, me permito compartirles una composición que le hice, en vida, a mi papito lindo, el Dr. Ernesto Contreras Rodríguez:
“Como todos, cuando niño, soñaba ser policía, bombero, famoso artista, pero sobre todo, un día, quería llegar a ser grande para ser como papá. Aunque les parezca raro, siendo ya un adolescente, y hasta un joven y estudiante, seguía encontrando razones para ser más adelante, un hombre como papá.
Lo que sí es extraordinario, es que siendo ya un adulto, casado y profesionista, aunque pasaban los años, seguía esperando, algún día ser grande como papá. Y ahora que ya soy abuelo, jubilado y pensionado, por más cosas que he alcanzado a lo largo de mi vida, todavía no he logrado ser como es mi papá.
Y es que habiendo trabajado junto a él, por tantos años, sigo pensando como antes, que si llego yo a ser grande, verdaderamente grande, quiero ser como papá. Y no es porque sea perfecto ni el mejor de los humanos, pero si es extraordinario: gente decente y cristiano, respetable, y admirable, cumplido y muy responsable.
Su vida es un buen ejemplo, es un reto y una meta; siempre un oportuno apoyo, y un estímulo que anima a querer ser aún mejores, así como es mi papá. No muchos a mi edad pueden tener este privilegio de honrar en vida, a su padre, diciendo, como yo digo: -Papá: Cuando yo sea grande, verdaderamente grande, ¡yo quiero ser como tú!”
