La conversión de un ateo

Se le llama ateo al que no cree en Dios. Lo natural (porque no se necesita aprenderlo), y lo fácil, aún en los niños, es creer en Dios, pues es lo que obvia y elocuentemente, sugieren los maravillosos y hermosos diseños que vemos en las plantas, animales y humanos que nos rodean, y la infinidad de evidencias científicas que apoyan la idea de que todo en la materia, el universo, el mundo y los seres vivos, necesariamente fue diseñado inteligentemente, y tuvo un origen sobrenatural.

Pero sigue habiendo un pequeño porcentaje de gentes en el mundo, que brevemente aumentó sobre todo a partir de la segunda mitad del siglo XX, que impresionados y convencidos de que la materia y la naturaleza hacían innecesaria la existencia de Dios, escogieron no creer en un Ser Supremo, atribuyéndole mejor a la sabia naturaleza (?), toda la capacidad creativa que la Biblia y nosotros le atribuimos a Dios.

Dentro de la mayoría creyente en Dios, específicamente a los cristianos, se nos hace mucho más razonable y científicamente sustentable, creer por fe (apoyada por los hechos), que el universo fue constituido por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía; que en seis días hizo Dios los cielos, la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay; y que de Él, por Él, y para Él, son todas las cosas.

Al respecto, la Biblia dice: Sólo el necio dice en su corazón: No hay Dios; porque lo que de Dios se conoce nos es manifiesto, pues Dios nos lo manifestó. Porque las cosas invisibles de Él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas (la naturaleza), de modo que no tenemos excusa. Pues (los ateos), habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles, ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén (Sal. 14:1, Ro 1:19-25).

Ahora todos aceptan que se necesita muchísima más fe para creer fanáticamente (sin entender razones), que a la nada (sí: ¡a la nada!), un día se le ocurrió apretarse al máximo y luego explotar (teoría del Big Bang), produciendo de pura casualidad, neutrones, protones y electrones que en forma espontánea se organizaron en átomos de Helio e Hidrógeno, que quien sabe cómo, se organizaron y lograron (sin influencia ni control externo alguno) formar los demás 95 elementos naturales de la tabla periódica (lo cual ni experimental ni teóricamente es posible, ni por fusión ni por fisión: unión o fractura de átomos); los cuales (los átomos de Hidrógeno y Helio), sin ninguna fuerza externa (ímpetu lineal, gravedad, etc.), empezaron a girar y se acumularon en nebulosas (siendo que los gases nunca se condensan por sí solos), de lo que resultaron por azar, todas las galaxias, estrellas, sistemas solares, planetas y lunas en perfecto orden y armónica organización (cosa que experimentalmente ni el caos ni los accidentes pueden provocar); y en la tierra, en ausencia de oxígeno, por obra y gracia de la casualidad, se formaron las primeras moléculas, que eventualmente se transformaron quién sabe cómo, en azúcares, grasas, aminoácidos, y estos, en péptidos, proteínas y finalmente, por el equivalente en la naturaleza a lo que los creyentes llamaríamos milagro, apareció la primera célula de tipo bacteria, que por evolución, gradualmente se fue organizando con otras células, hasta formar el primer organismo multicelular de tipo esponja, y de allí, por mutaciones benéficas (que no se ha demostrado que sucedan en la naturaleza, pues todas las demostradas son perjudiciales o incosecuentes), que le agregaron más información y capacidad de formar más y más complicadas proteínas; y en unos 500 millones de años, las más de 3 millones de especies diferentes conocidas, que actualmente no tienen la más mínima posibilidad de evolucionar, mutar, o transformarse en otra especie.

En otras palabras, que actualmente no hay evidencia alguna (ni en los fósiles acumulados supuestamente en esos más de 500 millones de años, en los estratos fosilíferos de la tierra, ni en los seres vivos actuales), de que algún organismo (ni aún los virus que son estructuras subcelulares y parásitos celulares forzosos), esté en evolución.

En cambio, a partir del descubrimiento de la estructura del ADN, el código genético (el lenguaje en que está escrita la información contenida en los genes), los genes (fragmentos de ADN), los nucleótidos (las 4 “letras” con que está codificada en los genes, el ADN y los cromosomas, la información única y no intercambiable que controla la formación de las estructuras del organismo de cada especie, y hace que este funcione y se reproduzca), y el complejo proceso por medio del cual la información contenida en el ADN del núcleo celular, se transporta ( por el ARN mensajero, a través de la membrana del núcleo celular), se traduce y se expresa en acciones concretas y perfectamente controladas (por intrones que encienden y apagan oportunamente el proceso, en los ribosomas del citoplasma), como la formación de las cantidades exactas de las proteínas necesarias (como la insulina, las enzimas y la hemoglobina); cada vez más hombres y mujeres de ciencia (incluyendo premios Nobel), están valientemente dispuestos a publicar sus hallazgos científicos que descartan en forma irrefutable toda posibilidad del origen de los seres vivos por generación espontánea (ahora llamada el origen abiótico de la vida), y por evolución gradual, aun arriesgándose a que los evolucionistas que controlan dogmáticamente, los centros de investigación y las universidades, los dejen sin trabajo.

Todos éstos, han declarado y publicado en revistas científicas de prestigio, que en todo proceso vital, necesariamente hay evidencias de diseño inteligente (simetría, belleza, variedad, etc.), propósito (una evidencia de diseño inteligente), y estasis (que no hay evolución en las especies), a pesar de que esto es considerado una herejía científica imperdonable. Al respecto, H.J. Lipson, profesor de Física de la Universidad de Manchester, Inglaterra, declaró: “Si la materia viva, no es causada por la interacción de átomos, las fuerzas de la naturaleza y las radiaciones, entonces ¿cómo es que apareció? Yo creo, sin embargo, que debemos ir más allá y admitir que la única explicación aceptable, es la creación. Pero reconozco que esto es anatema para los físicos, como lo es también para mí; pero no debemos rechazar una teoría que no nos gusta, cuando las evidencias experimentales la apoyan” (H.J. Lipson, F.R.S. Professor of Physics, University of Manchester, UK, «A physicist looks at evolution» Physics Bulletin, 1980, vol 31, p. 138).

Los que ante tales evidencias, que prácticamente a diario se incrementan más, quieren dejar de ser ateos, si no se convierten en creyentes, cuando menos se vuelven agnósticos (que no creen porque no pueden demostrar que Dios existe), y se unen a la declaración de Georges Wald (1906-1997), investigador de la Universidad de Harvard, ganador en 1967 del premio Nobel de medicina y fisiología por sus trabajos en la bioquímica de la visión, quien declaró: “En cuanto al origen de la vida en esta tierra, sólo hay dos posibilidades: Creación o generación espontánea. No hay una tercera. La generación espontánea fue refutada hace 100 años (con los trabajos de Redi en 1688, Spallanzani en 1780 y Pasteur en 1860); pero eso nos lleva únicamente a la otra conclusión: La creación sobrenatural. Esta no podemos aceptarla por razones filosóficas y personales; por tanto, escogemos creer lo imposible: Que la vida surgió espontáneamente, por causalidad.”

Hablando de conversiones, Alfonso Aguiló, comparte lo siguiente: Narrando la historia de su conversión, C. S. Lewis explicaba cómo advirtió, en un momento concreto de su vida, que su racionalismo ateo de la juventud se basaba inevitablemente en lo que él consideraba como los grandes descubrimientos de las ciencias. Y lo que los científicos presentaban como cierto, él lo asumía sin conceder margen a la duda. Poco a poco, a medida que iba madurando, su pensamiento se estrellaba una y otra vez contra un escollo que no lograba salvar. Él no era científico. Tenía por tanto, que aceptar esos descubrimientos por confianza, por autoridad…, como si fueran, en definitiva, dogmas de fe científica. Y esto iba frontalmente en contra de su racionalismo. Lo relataba a la vuelta de los años, asombrándose de su propia ingenuidad de juventud. Sin saber casi por qué, se había visto envuelto en una credulidad que ahora le parecía humillante. Siempre había creído a ciegas en prácticamente todo lo que apareciera escrito en letra impresa y firmado por un científico. «Todavía no tenía ni idea entonces –decía– de la cantidad de tonterías que hay en el mundo escritas e impresas.» Ahora le parecía que ese candor juvenil le había arrastrado hacia una inocente aceptación rendida de un dogmatismo más fuerte que aquel del que estaba huyendo. Los científicos, ante el gran público, tienen a su favor una gran ventaja: el tremendo complejo de inferioridad frente a la ciencia que tiene el hombre corriente.

¿Y si la ciencia demostrara un día que Dios no existe? Porque mucha gente piensa que llegará un día en que la ciencia logrará que se prescinda de lo que llaman la hipótesis de Dios, forjada en los siglos oscuros de la ignorancia… Es un viejo temor, que surge a veces incluso entre los propios creyentes, avivado por la fuerza divulgativa del ateísmo cientificista. Sin embargo, el temor del creyente ante la ciencia no tiene ningún sentido. Si demostrar con seriedad la existencia de Dios puede ser una tarea laboriosa para la filosofía, demostrar su inexistencia es para la ciencia una tarea imposible.

El objeto de la ciencia no es más que lo observable y lo medible, y Dios no es ni lo uno ni lo otro. Para demostrar que Dios no existe, sería preciso que la ciencia descubriera un primer elemento que no tuviera causa, que existiera por él mismo, y cuya presencia explicara todo lo demás sin dejar nada fuera. Y si lo pudiera descubrir –que no podrá, porque está fuera de su ámbito de conocimiento–, sería precisamente eso que nosotros llamamos Dios.

Robert Jastrow, director del Goddard Institute of Space Studies, de la NASA, y gran conocedor de los últimos avances científicos en relación con el origen del universo, decía: «Para el científico que ha vivido en la creencia en el ilimitado poder de la razón, la historia de la ciencia concluye como una pesadilla. Ha escalado la montaña de la ignorancia, y está a punto de conquistar la cima más alta. Y cuando está trepando el último peñasco, salen a darle la bienvenida un montón de teólogos que habían estado sentados allí arriba durante bastantes siglos.»

La invitación del salmista, inspirada por el Espíritu Santo, dice: “Vengan, aclamemos alegremente a Dios; cantemos con júbilo a la Roca de nuestra salvación. Lleguemos ante su presencia con alabanza; aclamémosle con cánticos. Porque Dios es Dios grande y Rey grande sobre todos los dioses. Porque en su mano están las profundidades de la tierra y las alturas de los montes son suyas. Suyo también el mar, pues Él lo hizo y sus manos formaron la tierra seca. Vengan, adoremos y postrémonos; arrodillémonos delante de Dios nuestro Hacedor, porque Él es nuestro Dios y nosotros el pueblo de su prado, y ovejas de su mano”. AMEN (Sal. 95:1-7).


Artículo fue escrito por el Dr. Ernesto Contreras Pulido, médico especializado en el tratamiento del cáncer mediante quimioterapia y radioterapia. Fue líder laico metodista dentro de la CANO mientras vivió en Playas de Tijuana, B. C. Actualmente vive con su familia en San Diego, California, E. U. A., donde colabora con la Iglesia de Las Asambleas de Dios.

El Dr. Ernesto Contreras Pulido es médico especializado enel tratamiento del cáncer mediante quimioterapia y radioterapia. Fue líder laico metodista dentro de la CANO mientras vivió en Playas de Tijuana, B. C. Actualmente vive con su familia en San Diego, California, E. U. A., donde colabora con la Iglesia de Las Asambleas de Dios.

2 comentarios sobre “La conversión de un ateo

  1. Para los que nos gusta la ciencia, aun como aficionados, (y que en otro tiempo fuimos incrédulos en este tema) este es un excelente articulo para compartir con amigos y familiares que no aceptan la mano del Creador como el Arquitecto del Universo. Aun para compartir con los jóvenes que tienen dudas acerca de cómo se originó todo lo que existe y si lo que la Biblia dice es cierto o metáfora o fabula. Ojalá se siga tratando este tema en este periódico. Saludos y felicitaciones.

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