La vida cristiana encuentra su dimensión suprema en el servicio.
Reconocemos, con gratitud, la gran misericordia que Dios ha tenido hacia nosotros el darnos a Su Hijo Jesucristo para pagar el precio de nuestro pecado y adoptarnos como sus hijos y “si hijos, también herederos con Cristo”. Dios nos da “Así el querer como el hacer su voluntad” que se nutre en el servicio.
Al servir nos encontramos que somos en la Iglesia un equipo de personas de muy variadas características y condiciones, cada una de esas personas son sagradas delante de Dios, cada una ha sido comprada por la sangre de Cristo, el reto es adecuarnos en amor unos con otros y así, en armonía logremos la misión que Dios nos ha encomendado.
Complementamos la tarea con capacidades, talentos, conocimientos, experiencias, en sí personalidades muy diversas.
El riesgo es que nos fascinamos con la satisfacción de experimentar la ayuda de Dios, que logramos con éxito las metas, alcanzamos los objetivos: “aún más de lo que pedimos o entendemos” y llegamos a pensar que es por nuestra habilidad, nuestro ego se engrandece, nos sentimos dueños del proyecto y llegamos a sentirnos indispensables.
En muchas ocasiones lo anterior lo manifiesta algún miembro de la familia de la fe y nos sentimos lastimados, heridos en nuestro orgullo y se debilita nuestro gozo en el servicio, llegamos a perder de vista a Quién y por qué invertimos nuestro tiempo, recursos y devoción.
Nos enojamos y padecemos los síntomas de la “locura”: perdemos consciencia de realidad, no somos objetivos al manejar nuestras decisiones y nuestra capacidad de controlar nuestra voluntad disminuye o desaparece.
Jugamos con la idea de renunciar y lamentablemente algunas o muchas veces lo hacemos.
Las ciencias de la conducta nos afirman que tanto el enojo y la locura, como la renuncia y el suicidio son hermanos gemelos.
En el suicidio el sujeto pierde la valoración de sí mismo y de quienes le rodean, en su frustración, lo que predomina es la agresión: “me voy para que sufran”. Su aguda necesidad es fortalecer su autoestima que se le desmorona, espera que le rueguen y si esto no se satisface, se incrementa su coraje y deseo de agredir. Si se le hace el juego de rogarle, se desarrolla más su soberbia y daña más su persona y su entorno.
Nuestro Dios nos ha afirmado que lo esencial en la vida y nuestro servicio es el AMOR. Así hagamos lo más sublime, si no tenemos amor, de nada sirve (1°. Cor. 13).
Todo es por amor: Por amor Dios envió a Su Hijo para darnos vida plena; por amor nos ha dado una familia espiritual que nos ayuda a crecer en fe y nos apoya en el servicio. Por amor lograremos el proyecto de Dios para nuestra vida personal, los que amamos, los que nos es difícil aceptar y los que se unirán al equipo.
Dios nos dé la entereza de perseverar, ser fieles hasta la muerte y recibir la corona de la vida.


