
Drernestocontreras@hotmail.com
La geodesia es la disciplina científica que trata de la medida y la representación de la Tierra, de su campo gravitacional y los fenómenos geodinámicos (movimiento polar, mareas, movimiento de la corteza terrestre) en un espacio de tres dimensiones.
En algunas culturas antiguas (babilonia o Mesopotamia, los medo-persa, India, etc.), había el concepto de una Tierra plana, donde el mundo era visto como un disco plano flotando en el océano y rodeado por un cielo esférico. Esto formó la premisa de los mapamundis antiguos como los de Anaximandro y Hecateo de Mileto. Otras especulaciones sobre la forma del mundo incluyen: un zigurat de siete niveles o montaña mágica, al que se alude en el Avesta y otros escritos antiguos persas; una rueda, tazón o plano con cuatro esquinas mencionado en el Rig-veda; y los conceptos de que Atlas sostenía al mundo o que estaba soportado por unos elefantes sobre el caparazón de una tortuga.
Ha sido sugerido que probablemente los marineros proveyeron la primera evidencia observacional de que la Tierra no era plana, basados en observaciones del horizonte. Este argumento fue esgrimido por el geógrafo Estrabón (64–24 a.C.), quien sugirió que la forma esférica de la Tierra era probablemente conocida por los navegantes del Mar Mediterráneo al menos desde los tiempos de Homero.
El concepto de Tierra esférica se consolidó y difundió en todo el mundo conocido, gracias a la influencia de la cultura griega (la helenización), después de establecido el imperio griego por Alejandro el grande, entre el siglo IV y III a.C. Según Diógenes Laercio, «Pitágoras (s. VI a.C.), es el primer griego en afirmar que la Tierra es redonda», pero Teofrasto le atribuye este hecho a Parménides, y Zenón a Hesíodo; pero esto puede ser reflejo de la práctica de endilgar cada descubrimiento a uno u otro de los antiguos sabios. Platón (427–347 a. C.), también enseñaba que la Tierra era una esfera aunque no ofreció ninguna justificación. El hecho es que después del siglo V a.C., ningún escritor griego de renombre pensó que la Tierra era otra cosa que redonda. Aristóteles (384–322 a. C.) observó que «había estrellas visibles desde Egipto y […] Chipre que no se ven desde regiones del Norte.» Dado que esto solo puede suceder sobre una superficie curva, también creía que la Tierra era una esfera «de no gran tamaño, o de otro modo el efecto de tan pequeño cambio de lugar no sería rápidamente aparente» (De caelo, 298 a 2–10). Aristóteles escribió: La sombra de la Tierra sobre la Luna durante un eclipse lunar es redonda (De caelo, 297b31– 298 a 10).
Eratóstenes (276–194 a. C.) estimó la circunferencia de la Tierra hacia 240 a. C. En base de sus cálculos trigonométricos, estimó la circunferencia terrestre en 250 000 estadios. Se desconoce la longitud del ‘estadio’ usado por Eratóstenes, pero la estimación de Eratóstenes solo tiene un margen de error de entre cinco y quince por ciento del valor actual de la circunferencia terrestre que es de 40,068 km.
Alrededor de 830 a. C., el califa Mamun comisionó a un grupo de astrónomos y geógrafos musulmanes para que midiesen la distancia desde Tadmur (Palmira) hasta al-Raqqah, en lo que es hoy Siria. Encontraron que las ciudades estaban separadas por un grado de latitud y que la distancia del arco de meridiano entre ellas era de 56 2/3 de milla árabe (111.8 km) por grado, lo cual corresponde a una circunferencia de 40,248 km, muy cercano al valor conocido actualmente de 111.3 km por grado y 40,068 km de circunferencia, respectivamente.
Claudio Ptolomeo (90–168 d.C.) vivió en Alejandría, centro intelectual del siglo II d.C. En su Almagesto, que fue el referente estándar sobre astronomía durante 1 400 años, avanza muchos argumentos para la esfericidad de la Tierra. Entre ellos, la observación de que, al navegar hacia las montañas, estas parecen elevarse del mar, indicando que estaban ocultas por la superficie curva del agua, determinada por la gravedad de la Tierra. Ptolomeo era consciente de que solo conocía alrededor de un cuarto del globo. Los trabajos de los astrónomos indios clásicos y el matemático Aryabhata (476–550 d.C.), tratan sobre la esfericidad de la Tierra y el movimiento de los planetas.
Las últimas dos partes de su magnus opus, el Aryabhatiya (en sánscrito), denominados Kalakriya («cómputo del tiempo») y Gola («esfera»), establecen que la Tierra es esférica y su circunferencia de 4,967 ióyanas, lo que en unidades modernas equivale a 39,968 km, cercano al valor ya calculado por Eratóstenes.
Abu Rayhan Biruni (973-1048) utilizó un nuevo método para computar la circunferencia terráquea, obteniendo un valor cercano a los valores modernos. Estimó el radio terrestre en 6,339.9 km, tan solo 16.8 km menos que el valor moderno de 6,356.7 km.
En el Timeo, obra accesible en latín en la Edad Media, se lee que «[el Creador] hizo el mundo en forma de globo, redondo como un torno, con sus extremos equidistantes del centro en todas direcciones, de por sí la más perfecta de todas las figuras.
La exploración portuguesa de África y Asia, el viaje de Cristóbal Colón a América (1492) y finalmente la circunnavegación del globo por Fernando de Magallanes y Juan Sebastián Elcano (del 10 de agosto de 1519 al 6 de septiembre de 1522) proveyeron pruebas prácticas de la forma global de la Tierra.
Lo interesante para el cristiano, es que por inspiración del Espíritu Santo, la Biblia dice desde los tiempos en que se escribió el libro de Job (1,500 a.C.): ¿No está Dios en la altura de los cielos? Mira lo encumbrado de las estrellas, cuán elevadas están. Y dirás tú: ¿Qué sabe Dios? ¿Cómo juzgará a través de la oscuridad? Las nubes le rodearon, y no ve, y por el circuito del cielo se pasea. Dios extiende el norte sobre vacío y cuelga la tierra sobre nada (Job 22:12-15; 26:7,8 y 13); y desde los tiempos de Isaías el profeta de Israel (700 años a.C.): ¿No sabes? ¿No has oído? ¿Nunca se los han dicho desde el principio? ¿No han sido enseñados desde que la tierra se fundó? Dios está sentado sobre el círculo (globo) de la tierra (Is 40:21-22). Esto es lo que descubrieron los marinos, al observar a lo lejos la superficie circular de la superficie del mar.
La Biblia nunca da a entender otra cosa que un mundo esférico, y cuando habla de los cuatro confines de la tierra (Is. 11:12), se refiere a los cuatro cuadrantes del compás, y no a los cuatro extremos o esquinas de la Tierra. Luego dice: No había aún hecho la tierra, ni los campos, ni el principio del polvo del mundo (la materia). Cuando formaba los cielos, allí estaba yo (la Sabiduría o Jesucristo, el Creador); cuando trazaba el círculo sobre la faz del abismo y cuando afirmaba los cielos arriba (Pr 8:26-28).
Esta es solo una de las revelaciones (conocimientos que nunca pudieron en su tiempo conocer los humanos por observación, experiencia o estudio), que nos dejó por escrito Dios en las Sagradas Escrituras, cientos de años antes de que lo descubrieran los científicos.
Otros ejemplos son: El origen sobrenatural de la materia, el universo, la innumerable cantidad de estrellas (astros), la Tierra, el mar, la atmósfera, el ciclo del agua, y la vida terrestres a partir del polvo y agua; la naturaleza bisexual de la mayoría de las plantas y animales; y que hay dimorfismo sexual (que el macho es diferente de la hembra); que hay un libro en el embrión (el ADN) que codifica y controla la formación de cada una de las partes del descendiente; que la vida depende de la sangre; y que el universo, el sistema solar y la Tierra tendrán un fin catastrófico, con la caída de astros. Pero hay muchos más.
Realmente debemos exclamar con el escritor sagrado: ¡Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí! Alto es, no lo puedo comprender. ¡Cuán preciosos me son, oh Dios, tus pensamientos! ¡Cuán grande es la suma de ellos! Si los enumero, se multiplican más que la arena. ¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a Él primero, para que le fuese recompensado? Porque de él, y por Él, y para Él, son todas las cosas. Por tanto, al Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Que a Él sea la gloria por los siglos. Amén (Sal. 139:6-18; Ro 11:33-36; 1ª Tim. 1:17).

