El Dios Fuerte

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Una de las doctrinas cardinales o fundamentales del cristianismo evangélico, es creer en la deidad de Jesucristo. La Biblia dice: Muchos engañadores han salido por el mundo, que no confiesan que Jesucristo (Dios Hijo) ha venido en carne. Quien esto hace es el engañador y el anticristo. Cualquiera que se extravía y no persevera en la doctrina de (la deidad encarnada en) Cristo, no tiene a Dios; el que persevera en la doctrina de Cristo (como perfecto Dios y perfecto humano), ése sí tiene al Padre y al Hijo. Si alguno viene y no trae esta doctrina, no lo recibas en casa ni le digáis:¡Bienvenido! Porque el que le dice: ¡Bienvenido! participa en sus malas obras (2ª Jn 1:7-11).

La Biblia claramente enseña que en Jesucristo, desde el momento en que fue concebido por el Espíritu Santo, (y no por José su padre legal pero no biológico), habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad, y que por lo tanto desde el principio, el Verbo (Jesucristo) es el verdadero Dios, y nuestro Gran Dios y Salvador; y que ese Verbo (Dios Hijo), se hizo carne y habitó entre nosotros, y vimos su gloria, gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad (Lc 1: 31-35; Col 2:9; Jn 1:1-14).

Jesucristo durante su ministerio terrenal, dijo que era Dios, cuando dijo que Él y el Padre son uno, y cuando múltiples veces usó el nombre de Dios: YO SOY. Y les dijo: Ustedes son de abajo, yo soy de arriba; ustedes son de este mundo, yo no soy de este mundo. Por eso les dije que morirán en sus pecados, si no creen que YO SOY. Por esto, dicen los evangelios que los judíos aún más intentaban matarlo, porque no sólo quebrantaba el sábado, sino que también decía que Dios era su propio Padre, haciéndose igual a Dios (Jn 8:23-25 y 5:18).

Además, Jesucristo demostró su deidad cuando perdonó pecados (pues sólo Dios puede perdonar pecados), le dio nueva vida a los muertos (sólo Dios puede dar vida); y cuando milagrosamente demostró su soberanía y omnipotencia sobre los demonios, las tempestades, la enfermedad, la naturaleza (al transformar el agua en vino, por ejemplo). Sus palabras tenían la autoridad que sólo Dios tiene. Las gentes que le escuchaban estaban maravilladas, y se decían unos a otros: ¿Qué palabra es ésta, que con autoridad y poder, manda a los espíritus impuros, y salen? Y se admiraban de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas (Lc 4:36; Mr 1:22).

En este mundo tan lleno de circunstancias, situaciones, diagnósticos adversos, y mil problemas más, que frecuentemente son imposibles de resolver sin la ayuda de Dios, ¡Que bendición tan grande es ser cristianos! y tener de nuestro lado a Jesucristo, el Dios Fuerte. En la Sagrada Escritura dice: Hijitos, ustedes son de Dios y los han vencido, porque mayor es el que está en nosotros (Jesucristo), que el que está en el mundo (satanás).

¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas que Él considere buenas, necesarias, y de bendición? ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro o espada? ¡Simplemente nada! Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó (Jesucristo). Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte ni la vida, ni ángeles ni principados ni potestades, ni lo presente ni lo por venir, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús, Señor nuestro (1ªJn 4:4; Ro 8:31-38).

Isaías nos consuela y fortalece al escribir 700 años antes de que Jesucristo naciera en el establo de Belén: Porque un niño nos ha nacido, hijo nos ha sido dado, y el principado será sobre su hombro. Y se llamará su nombre Admirable consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de paz (Is 9:6). ¡Gloria a Dios! porque Él es el único Admirable Consejero y Dios Fuerte, capaz y especialista, en resolver nuestros problemas imposibles, en dos formas principales: Siendo el que nos aconseja, convence de pecado, e invita a creer, aceptar, recibir y confesar a Jesucristo como nuestro único y suficiente Salvador; y siendo el Dios Fuerte y el Victorioso Conquistador del enemigo de nuestras almas que vive en nosotros, y que finalmente, vencerá y eliminará al dolor, el llanto, la enfermedad, y la muerte.

Nuevamente, recordemos que el contexto en que Isaías escribió sus consoladoras palabras, era cuando los Israelitas por causa de su idolatría, estaban a punto de caer en cautiverio por los crueles y depravados Asirios. Dice la Biblia: Mas no habrá siempre oscuridad para la que está ahora en angustia, tal como la aflicción que le vino en el tiempo en que livianamente tocaron la primera vez a la tierra de Zabulón y a la tierra de Neftalí; pues al fin se llenará de gloria el camino del mar, de aquel lado del Jordán, en Galilea de los gentiles (Is 9:1).

¡Bendita esperanza del cristiano! Pues aún en medio de las calamidades que por el solo hecho de ser humanos y vivir en este mundo gobernado temporalmente por el usurpador príncipe satanás (a quién nuestro ancestro Adán prefirió obedecer y darle así la autoridad sobre su vida, la de su descendencia, y la naturaleza, en vez de quedarse sumiso y sujeto a Dios), podemos vivir confiados en que a final de cuentas, a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien.

Y podemos tener por cierto que las aflicciones del tiempo presente, no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse, cuando dice la Biblia que nuestro Dios Fuerte, a los que por la gracia de Jesucristo, hayan salido salvos y victoriosos de la gran tribulación, les permita estar delante del trono de Dios, habiendo lavado y blanqueado sus ropas en la sangre del Cordero. Será entonces que el Dios Fuerte que está sentado sobre el trono extenderá su tienda junto a ellos, y ya no tendrán hambre ni sed, y el sol no caerá más sobre ellos, ni calor alguno, porque el Cordero que está en medio del trono los pastoreará y los guiará a fuentes de aguas vivas. Y nuestro Dios Fuerte, enjugará toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá más muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor. ¡Bendito sea Dios! (Ro 8:18 y 28; Ap 7:14-16 y 21:4).

¡Gloria a Dios! porque el escritor de la epístola a los hebreos, escribe: Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro (He 4:15-16). Jesucristo puede compadecerse de nosotros, porque padeció Él mismo, como perfecto humano. Refiriéndose proféticamente a Jesucristo, dice la Sagrada Escritura: No fue encubierto de ti mi cuerpo, aunque en oculto fui formado y entretejido en lo más profundo; mi embrión vieron tus ojos, y en tu libro estaban escritas todas aquellas cosas que fueron luego formadas, sin faltar ni una de ellas. Me vestiste de piel y carne, me tejiste con huesos y nervios, me concediste vida y misericordia, y tu cuidado guardó mi espíritu (Sal. 139; Job 10:11-12).

Y es que contrario a la forma ‘color de rosa’ que frecuentemente se nos narra, la historia de la primera navidad, es la de una adolescente embarazada de otro que no era su prometido; de un pobre carpintero que gracias a que el ángel le aclaró que había sido escogido para ser el padre legal y terrenal del Hijo de Dios, estuvo dispuesto a casarse con María, quien dio a luz al niño Jesús en un ambiente totalmente insalubre, en un establo, y en medio de sucios animales; y que esa misma noche fue visitado por un grupo de devotos, pero harapientos y apestosos pastores, que vieron al Hijo de Dios, envuelto en pañales, pero recostado en un pesebre, que es el cajón donde se le da de comer a los animales que comen paja. Como si esas fueran pocas vicisitudes, además fue amenazado de muerte por un rey Herodes, que se puso paranoico y mandó matar a todos los niños de la región, menores de dos años, al escuchar de los sabios de oriente, que en Belén de Judea había nacido uno que sería el rey de los judíos.

Dice la epístola a los Hebreos, que Jesucristo debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo. Pues en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados.

Solo el Dios Fuerte, pudo librar a Jesucristo de los múltiples riesgos de muerte que enfrentó desde que fue dado a luz; y sólo Jesucristo, nuestro Dios Fuerte, puede librarnos de todos los ataques de nuestro enemigo el diablo, que no tiene otro propósito, que hurtar, matar, y destruir nuestra integridad, felicidad, y vida, con el fin de mandarnos al infierno. Sólo Jesucristo, el Dios Fuerte, puede librarnos de la esclavitud del pecado, de la condenación, y de la muerte eterna.

Así, debemos reconocer que si logramos nacer, y vivimos un día o 100 años, es por la pura misericordia de Dios, que nos prolonga la vida, y nos da la capacidad y poder necesarios para que llevemos a cabo, con éxito, las buenas obras, tareas, y ministerios que nos encarga, dentro y fuera del hogar. Dice la Biblia: Antes, en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó. Pues somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas. Jesús dijo: Para los hombres esto es imposible, pero no para Dios, porque todas las cosas son posibles para Dios. Por eso Pablo escribió: Todo lo puedo en Cristo que me fortalece; y ¡Gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo! (Ro 8:37; Ef 2:10; Mr 10:27; Fil 4:13; 1a Co 15:57).

Que Dios nos conceda valorar en toda su magnitud, la bendición de que a Jesús se le llamara Dios Fuerte. AMEN.

ernesto_contreras