
El primer registro de una abeja está en una pintura rupestre de hace 7,000 años, en la cueva valenciana de La Araña; y su más antiguo ejemplar fósil está incluido en ámbar de la mina de Myanmar (antigua Birmania), en el estrato Cretácico (supuestamente de hace 100 millones de años). Su aspecto es prácticamente idéntico a la de las abejas actuales, y se aprecia que fueron contemporáneas de las plantas dicotiledóneas (bisexuadas), por lo que son los animales polinizadores más antiguos conocidos. Hoy, las abejas polinizan más de 90 tipos de cosechas y producen a escala mundial, entre 1.200.000 y 1.300.000 toneladas de miel.
En el mundo existen aproximadamente 20,000 especies de abejas, dentro de las cuales solamente entre 5 y 10% son sociales. La abeja de miel, junto con los primates y las hormigas, forma una de las pocas sociedades animales complejas de nuestro planeta, que requiere de una estricta jerarquía, división del trabajo, y coordinación entre todos los individuos de la comunidad. Esto lo logran a base de un sofisticado sistema de comunicaciones.
El entomólogo Robert Page dice que en las abejas, avispas, y hormigas (los himenópteros), un huevo fertilizado da por resultado una larva diploide (con dos genes sexuales csd), que se convierte en una hembra, que puede llegar a ser obrera o reina, mientras que los machos nacen de huevos no fertilizados (haploides). La abeja que a partir de su tercer día de vida es alimentada exclusivamente de jalea real (sustancia proteínica producida en las glándulas hipofaríngeas de las obreras), se transforma en una reina, 2 a 3 veces más grande que las obreras, y cuya función principal es poner hasta 2,000 huevos por día; el resto de las larvas femeninas, al modificar su dieta mezclando jalea real, miel y polen, se desarrollan como obreras, que viven 10 veces menos que la reina, y no dejan descendencia. Esto, porque esta alimentación diferencial provoca la expresión de muchos de sus genes, y la supresión o desactivación de otros, causando diferencias importantes en el fenotipo (aspecto externo), y el comportamiento de la abeja (Jordá y Peinado, 2009). Hay investigadores que encontraron cinco factores de transcripción en los genes (que “encienden o apagan los genes”), con una correlación estadísticamente significativa, con la modificación en la expresión de genes socialmente regulados (Alaux y Robinson, 2007).
La reina, también por medio de múltiples feromonas, como la feromona mandibular, provoca cambios rápidos y temporales en la expresión de miles de genes del cerebro de la abeja, y así, regula el comportamiento de la sociedad o colmena, inhibiendo el desarrollo de realeras (compartimientos para nacimiento de más reinas), y de los ovarios de las obreras; también la reina influye en la edad a la cual las obreras cambian su función de cumplir tareas dentro de la colmena (como nodrizas, y haciendo labores de limpieza, y construcción), a tareas fuera de la colmena, como traer alimento, vigilancia, y protección de la colonia (Page y Robinson, 1991; Nelson et al., 2007).
El genoma de Apis mellifera (el tercero descifrado en un insecto, tras la mosca y el mosquito), se publicó el 26 de octubre del 2006, en la revista Nature, Science y Genome Research. Así fue que se concluyó que aunque el cerebro de la abeja solo tiene un millón de neuronas (1 por cada 100 mil del humano), la información principal que regula su conducta, está escrita, codificada, y programada en sus 236 millones de nucleótidos (Adenina, Guanina, Citosina y Timina), que organizados a manera de letras de un abecedario, contienen su código genético completo en sus 10, 157 genes (menos que la mosca Drosophila que tiene 13 mil), que de acuerdo con influencias de la reina y el medio ambiente, determinan las diferentes alternativas de conducta de las abejas (Oldroyd y Osborne, 1999).
Se han identificado que 2,404 de los genes de la abeja, tienen algún equivalente en las moscas y los humanos; pero que al no ser intercambiables (pues el gen del ojo de la abeja y del humano, están escritos en un “idioma diferente”), anulan toda posibilidad de parentesco entre estas y cualquier otra especie.
Una de 9 duplicaciones del gen llamado yellow, es responsable de la capacidad para fabricar jalea real, ‘el manjar de la reina.’ Y la duplicación 4 veces del gen FOXO, el gen de la longevidad, es el responsable de que la reina viva 10 veces más que las obreras. Además, ya se descubrió que las abejas también disponen de un sistema de regulación genética (expresión o represión de la información contenida en su “banco de genes”), que le permiten la plasticidad necesaria para el aprendizaje y la adaptación a los cambios de conducta tanto individual, como colectiva.
Según Javier Sampedro, la abeja “despliega unas sofisticadas capacidades cognitivas: no sólo aprende a identificar las flores por el olor, el color, y la forma; y a comunicar su posición mediante una danza de sutil coreografía y gramática, sino que, con adecuada instrucción, llega a manejar conceptos abstractos como mismo y diferente.”
La abeja tiene 157 receptores ligeramente distintos (tres veces más que la mosca), que explican su finísimo olfato para el tipo de compuestos químicos (perfumes, etc.) que emiten las flores. Las abejas guardias, examinan las abejas que entran al nido y reconocen a sus compañeras por el olor de su cutícula; mientras que a las abejas extrañas, las rechaza y agrede (Breed et al., 1990; Hunt et al., 2007).
La nueva disciplina sociogeonómica, se enfoca en la determinación de los genes que tanto en forma individual como colectiva, regulan el comportamiento individual y social de estas comunidades, y la relación que este comportamiento tiene con el medio ambiente (Robinson et al., 2008). De acuerdo a diversos factores del medio, hay histonas (un tipo de proteínas) que actuando como enzimas reguladoras, influyen en la expresión o supresión de los genes que determinan funciones como: 1. La interpretación de la información recibida en los órganos sensoriales; 2. La capacidad, coordinación, y percepción de sistemas intermedios (nervioso, endocrino, etc.); 3. La respuesta de los órganos efectores (Saurabh Sinha, Profesor de genómica).
LA ASOMBROSA ANATOMIA DE UNA ABEJA OBRERA.
El maravilloso diseño y coordinado funcionamiento prácticamente perfecto de cada una de las estructuras de la abeja, es realmente asombroso: Tiene ojos compuestos que aparte de ayudarle a identificar las flores, son capaces de analizar la luz polarizada, y ayudarle así en su navegación; (2) Tiene otros tres ojos adicionales y necesarios para su navegación; (3) Tiene dos antenas para oler y tocar; (4) Surcos en las patas delanteras que le sirven para limpiar sus antenas; (5) Una probóscide tubular que le sirve para succionar y regurgitar agua y néctar; que cuando no está en uso, se enrosca bajo la cabeza; (6) Dos mandíbulas que le permiten sostener, triturar, y moldear la cera; (7) Un tanque (llamado buche melario) para el depósito temporal del néctar succionado; (8) Y enzimas que en el interior de ese depósito, transforman, tras varios pasos, el néctar en miel; (9) Glándulas en su abdomen que producen cera, la cual es excretada en forma de escamas, por su parte trasera; (10) Tres pares de patas segmentadas, articuladas, y capaces de voltearse en cualquier dirección necesaria; (11) Garras frontales en cada una de sus patas, que le permiten sostenerse en las flores; (12) Glándulas submaxilares en su cabeza, capaces de formar jalea real; (13) Otras glándulas que producen saliva; (14) Pelos en la cabeza, tórax, y patas, para recolectar el polen; (15) canastillas (corbículas) en las patas traseras para transportar el polen y propóleos; (16) Varias estructuras más para recolectar el polen; (17) Y unas “espuelas” para empaquetarlo; (18) Una hilera de ganchos en los bordes externos de las alas delanteras (ámulos) que al engancharse con las alas traseras durante el vuelo, le dan mayor poder de vuelo; (19) Un puntiagudo y venenoso aguijón que usa para defenderse a sí misma y a su colmena; (20) Un enorme biblioteca de conocimientos heredados sobre: cómo crecer, fabricar colmenas y sus celdillas; cómo alimentar a los infantes y asistir a la abeja reina; cómo encontrar las flores, y cómo analizar, localizar, y transmitir tal información a sus colaboradoras; cómo navegar a base de la luz polarizada del sol; cómo colectar materiales en la pradera, cómo proteger la colmena; detectar y vencer a los enemigos; y muchas tareas más.
¿Cómo es que un panal, con paredes de menos de un milímetro de espesor, puede soportar hasta 30 veces su peso? ¿Cómo es que una colonia madura y sana, con 50,000 a 60,000 abejas, puede trabajar en armonía, en una gran variedad de tareas, sin necesidad de tener un instructor o supervisor? ¿Cómo es que una abeja puede identificar si el sabor es dulce, agrio, salado, o amargo? ¿Cómo es que puede identificar adecuadamente una especie de flor, y sólo visitar esa especie en sus viajes a la pradera, aunque a su paso se le presenten sabrosas oportunidades en otras especies de flores?
Todos estos misterios y más, se hacen obvios durante toda la vida de una abeja melinífera (que produce miel), que volando a una velocidad promedio de 22.5 Km por hora, es capaz de colectar durante toda su vida (unos 85 días), 45 g. de miel. Una abeja en una pradera de tréboles, tendría que viajar unos 20,000 Km (4 veces la distancia entre San Francisco y Nueva York), para producir 450 g. de miel.
Realmente es sorprendente que todavía haya personas universitarias que prefieren fanáticamente (sin entender razones), cerrar los ojos a la realidad de que todas estas característica tienen una complejidad tal, que por simple ley de probabilidades, es imposible que sean el producto de la casualidad, independientemente de los millones de años que se les asignen de oportunidad de provocar espontáneamente, cambios benéficos (evolución), por puros sucesos al azar.
Es más que obvio que lo razonable es aceptar inteligentemente, que las maravillosas y extraordinariamente complejas estructuras y funciones de miles de millones de animales, e insectos como la abeja, son necesariamente la obra de arte de un Diseñador Inteligente omnisciente y omnipotente, al que la Biblia llama Dios.

