
El Dr. Henry Morris, Ph D. (1918-2006; fundador del Instituto para la investigación de la Creación), escribió: Ante los conocimientos científicos actuales, que alguien siga creyendo en la evolución es algo realmente sorprendente. Sin embargo, la comunidad científica oficialmente, defiende a la teoría de la evolución en forma fanática (sin entender razones), a pesar de que no puede presentar una sola evidencia incontrovertible de que haya alguna vez sucedido, o que actualmente esté sucediendo algún caso de macro-evolución (el cambio de una especie bien definida en otra).
Esta creencia en la teoría de la evolución sostenida férrea y apasionadamente, por la comunidad científica dominante, se sigue enseñando obligatoriamente en las escuelas, universidades, y centros de investigación, a pesar de que los mismos evolucionistas han encontrado y publicado en las revistas de mayor prestigio, literalmente, miles de hallazgos científicos que hacen inverosímil y por simple ley de probabilidades, prácticamente imposible, que el ADN de una planta o animal, pueda experimentar los monumentales cambios necesarios, para que se modifiquen y formen los miles de genes indispensables (un nuevo genoma), para que aparezca, a partir de otra, una nueva especie con todas sus estructuras, órganos, funciones, y características aparentes y distintivas (fenotipo).
Si la evolución fuera un hecho (como se establece sin prueba alguna), en los libros de texto de biología, deberían haber innumerables evidencias de ella en la naturaleza, tanto en los fósiles, como en las especies actuales que literalmente, en vez de mostrar características distintivas e inmutables, todas deberían estar en fases de transición entre una especie y otra. Sin embargo, lo que todos podemos observar son únicamente variedades o diferentes razas de las especies bien definidas (la llamada micro-evolución o evolución horizontal); pero nunca alguna evidencia, ya sea a nivel del ADN, como de la anatomía, o fisiología de un ser vivo, que demuestre que se está transformando en otro individuo de una especie diferente, o salvando las infranqueables brechas genéticas que hay entre una especie y otra.
Por ejemplo, hay múltiples variedades de pichones, perros, y gatos, pero nunca se ha encontrado un animal que sea mitad ave y mitad reptil (los llamados “eslabones perdidos de la evolución), o mitad gato y mitad perro, que demuestren la macro-evolución, o sea, el cambio “vertical” de una especie en otra. Los genetistas de la evolución, por décadas han experimentado con especies de rápida reproducción, como las moscas de la fruta, provocándoles artificialmente múltiples mutaciones, a base exponerlas a radiaciones, agentes químicos, y virus, y lo único que hay logrado, en vez de nuevas y mejores especies, son cambios y monstruosidades dentro de la misma especie.
El evolucionista Jeffrey Schwartz, profesor de antropología en la Universidad de Pittsburgh, reconoció que con excepción de la declaración de Dobzhansky, sobre la supuesta aparición de una nueva especie de Mosca de la Fruta, las evidencias demuestran que la formación de una nueva especie, cualquiera que sea el mecanismo que se use, nunca ha sido demostrada (Schwartz, J. 1999. Sudden Origins. New York: John Wiley and Sons, Inc., 300).
El método científico tradicional, siempre ha requerido de experimentación y reproducción. El hecho de que la macro-evolución, jamás ha sido observada, parecería suficiente argumento para que quedara excluida del dominio de la verdadera ciencia. Aún el evolucionista Ernest Mayr, por décadas profesor de biología de Harvard, quien originalmente alegaba que la evolución era simplemente un hecho, reconoció que (la evolución), realmente era un hecho histórico para el cual las leyes y métodos de experimentación actualmente disponibles, no son técnicas adecuadas, para explicarla o provocarla (Mayr, E. 2000. Darwin’s Influence on Modern Thought. Scientific American. 283 (1): 83).
Cuando se les confronta con el hecho de que jamás en el pasado hubo evidencia de evolución, los evolucionistas responden diciendo que la evolución se lleva a cabo tan lentamente, que es imposible que la podamos apreciar en la actualidad. Anteriormente, desde el tiempo de Darwin (1856), y hasta fines del siglo XX, se aseguraba que eventualmente los fósiles demostrarían la presencia de formas de vida transicionales y los eslabones perdidos necesarios para comprobar la evolución de peces en anfibios, de anfibios en reptiles, de reptiles en aves y mamíferos, y de simios en humanos, por ejemplo. Pero actualmente, después de haberse coleccionado y analizado más de doscientos millones de fósiles en los principales museos de antropología del mundo, jamás se logró encontrar un solo ser vivo con estructuras inequívocamente transicionales, o sea, en proceso de evolución.
Dado que según Darwin, la evolución estaba siempre en un proceso de continuo cambio, lógicamente se concluyó que el registro fósil, debería abundar en evidencias de formas de vida transicionales, de especies menos evolucionadas, transformándose en otras más evolucionadas (Schwartz, J. 1999. Sudden Origins. New York: John Wiley and Sons, Inc., 300).
Aún los evolucionistas que creen en la brusca y repentina evolución de una especie en otra (como los que creen que un buen día de un huevo de ave, salió un reptil), reconocen que se necesitarían varias generaciones, para que se completara la evolución de una especie en otra más complicada. Esto implicaría que aparecieran y fueron evidentes, un considerable número de estructuras transicionales en los fósiles, junto con los billones de estructuras no transicionales que hasta hoy, se pueden identificar en ellos; pero las evidencias demuestran que con la dudosa excepción del Arqueoptérix (supuestamente un reptil alado), y una supuesta ballena deambulante, no hay ni una sola. En vez de que tales formas intermedias y eslabones se encuentren llenando las brechas entre dos especies bien definidas, los paleontólogos reconocen que en los fósiles, tales brechas son definitivas (Schwartz, J. 1999. Sudden Origins. New York: John Wiley and Sons, Inc., 300).
La supuesta evolución de la vida a partir de materia inerte; de los vertebrados a partir de invertebrados; y del humano a partir de simios, por ejemplo, carece en forma absoluta, de formas intermedias en evolución. Tanto en el registro fósil como en los seres vivos actuales, todos los eslabones necesarios para comprobar la evolución, siguen perdidos y ausentes. Con respecto al origen de la vida, investigadores como Leslie Orgel, tras reconocer que ni las proteínas ni los ácidos nucleicos podían haber aparecido por separado, concluyeron que a simple vista, uno debe concluir que la vida nunca pudo haber aparecido como consecuencia de reacciones químicas (Orgel, L. 1994. The Origin of Life on the Earth. Scientific American. 271 (4): 78)
Que alguien tan comprometido con la teoría de la evolución como Orgel, aceptara tal cosa, es algo inaudito, por lo que él sugirió como alternativa que lo primero que apareció fue en ARN (ácido ribonucleico); pero aun así, tuvo que admitir que los procesos que llevaron a cabo la aparición del primer ARN, siguen sin definirse, a pesar de las múltiples hipótesis propuestas por los investigadores, que en el mejor de los casos, solo se apoyan en evidencias fragmentadas (Orgel, L. 1994. The Origin of Life on the Earth. Scientific American. 271 (4): 78).
En otras palabras, no se conoce ningún mecanismo por medio del cual, la vida haya podido surgir en forma natural. Y es desafortunado que más de dos generaciones de estudiantes e investigadores, haya crecido con la falsa idea de que el famoso experimento de Stanley Miller (quien en forma artificial, en el laboratorio, logró sintetizar algunos aminoácidos), fue capaz de comprobar el origen natural de la vida, cuando no fue así. La realidad es que no hay ni una sola evidencia sobre la trasformación y evolución del supuesto organismo unicelular, del mundo primordial, hasta formar todos los grupos básicos de seres vivos representados en el periodo cámbrico (el primero con fósiles pluricelulares), y las millones de complejas especies existentes y extintas, de las que se tiene conocimiento. Ante tales evidencias, aun el reconocido evolucionista y paleontólogo Stephen Gould, admitió: La llamada “explosión cámbrica” ha sido el más asombroso e intrigante evento de la historia de la vida (Gould, S. 1999. The Evolution of Life. Evolution: Facts and Fallacies, Schopf, ed. San Diego, CA: Academic Press, 9).
Sin embargo, resulta igualmente intrigante, cómo es que una creatura invertebrada de un supuesto océano arcaico, con todas sus duras partes externas (exoesqueleto) bien formadas, pudo lograr que por evolución, se convirtiera en el primer vertebrado, que tuviera todas sus estructuras duras (esqueleto), exclusivamente en su interior. Tal transición o transformación de un invertebrado (carente de espina dorsal), en el primer animal con columna vertebral, aún se considera un total misterio, a pesar de las múltiples teorías propuestas (Long, J. 1995. The Rise of Fishes. Baltimore, MD: John Hopkins University Press, 30).
Las brechas entre las especies sin ninguna de las formas transicionales que la evolución requiere, son muy abundantes. Así, un acérrimo oponente del creacionismo científico, el paleontólogo Niles Eldredge, admite que en el registro fósil, si es que existe, la evidencia de las transiciones evolutivas, es mínima. Es una verdad evidente que prácticamente todos los miembros de un sistema biológico, se conservan inmutables, o con mínimas fluctuaciones, desde su primera aparición hasta su extinción (Eldredge, N. 1998. The Pattern of Evolution. New York: W. H. Freeman and Co., 157).
¿Cómo es pues que los evolucionistas logran hacer sus árboles evolutivos a partir de especies que jamás han cambiado? El hecho es que los fósiles claves o representativos de cada era geológica, no son creaturas en evolución o intermedias, y que cada una de las nuevas estructuras presentes en el resto de los seres vivos, aparecen en forma súbita y completa (Shubin, N. 1998. Evolutionary Cut and Paste. Nature. 349: 12).
En lo que se refiere a las supuestas formas intermedias entre los simios y el humano, sucede lo mismo. A pesar de que los antropólogos las han estado buscando afanosamente, por muchos años, y algunas han sido propuestas como válidas, todas a final de cuentas, han sido descartadas. Lo único que los paleo-antropólogos han podido mostrar tras más de100 años de búsqueda, son restos de menos de 2,000 ancestros humanos, que consisten más de pedazos de mandíbulas, dientes, y fragmentos óseos, que junto con hallazgos moleculares de especies vivas, son acomodados para formar una supuesta línea de ascendientes que se remonta hasta hace unos 5 a 8 millones de años, tiempo cuando los chimpancés y los humanos, supuestamente evolucionaron a partir de un supuesto ancestro común (Tudge, C. 1995. Human Origins Revisited. New Scientist. 146: 24).
Los antropólogos han intentado suplementar su extraordinariamente escasa evidencia fósil, con estudios de ADN y otro tipo de evidencias de genética molecular de individuos vivos, en su intento de estructurar un árbol evolutivo; pero la realidad es que esta evidencia genética, no ha ayudado mucho a sus propósitos, porque generalmente, contradice las evidencias dadas por los fósiles. El antropólogo Roger Lewin hace notar que en general, la filogenética molecular (las supuestas evidencias de parentesco, por similitudes en las moléculas de diferentes especies), no es para nada, tan clara como los pioneros en esta ciencia suponían. La dinámica relacionada con los cambios en el genoma (conjunto de genes e información genética de una especie), nos lleva a muchas otras conclusiones dentro de la filogenética molecular, incluyendo que los genes supuestamente homólogos (que se relacionan con la misma función como la formación del ojo) se comportan en forma diferente en cada especie (Lewin, R. 1998. Family Feud. New Scientist. 157: 39).
Otro autor concluye en forma pesimista, que la información genética de los humanos, incluyendo la secuencia del ADN, no demuestra el proceso de evolución. Por lo tanto, la reconstrucción objetiva de nuestro pasado extinto, solo puede ser logrado a base de una creativa imaginación (Takahata, N. 1995. Genetic Perspective on the Origin and History of Humans. Annual Review of Ecology and Systematics. 26: 343).
Dado pues que no hay ninguna sólida evidencia científica de que la evolución está ocurriendo, u ocurrió alguna vez en el pasado, es razonable concluir que la evolución ni es un hecho, ni una hipótesis científica válida, como algunos afirman. Más que ciencia, es un sistema arbitrario de creencias basadas en la fe en el naturalismo universal (que la naturaleza en sí, es omnipotente). Todas estas y más evidencias incontrovertibles en contra de la evolución, son a la vez poderosas evidencias a favor del origen de todas las cosas por creación especial, siguiendo el modelo de creación del libro de los orígenes (el Génesis).
Es por eso que para los creacionistas, no es problema el que haya brechas infranqueables entre las especies creadas simultáneamente, ni que tengan la capacidad de desarrollar variedades dentro de su misma especie, con el fin de adaptarse mejor al medio ambiente circundante y frecuentemente cambiante, evitando así su extinción. Para los creacionistas es fácil aceptar que es más factible la degeneración (por los daños acumulativos y heredables, causados por la contaminación ambiental: radiaciones, tóxicos químicos, y algunos virus), que la evolución (cambio espontáneo y al azar de una especie en otra más complicada), pues las evidencias demuestran que cada una de las especies fueron creadas originalmente, completas, funcionales, y perfectas.

