Editorial

cuarenta

El primer día festivo anual acordado por la iglesia cristiana en sus tiempos primeros, fue el Domingo de Resurrección. Posteriormente se vio la conveniencia de no llegar abruptamente a esa gran fiesta, la mayor de las fiestas cristianas, por lo que se estableció desde el siglo IV la estación previa de la Cuaresma (del vocablo latino quadragésima, que significa cuarentena). En 2016, la Cuaresma dio inicio el día 10 de febrero, Miércoles de Ceniza. Como cada año, esta Estación del calendario cristiano coincide con la fiesta hebrea del Purim (suertes).

El lapso de 40 días se dedica a la preparación espiritual mediante la oración, el ayuno, la reflexión y la purificación sincera; intención que se redobla en su parte final que es la Semana Santa… y así poder levantar manos, voces y corazones el Domingo de Resurrección para celebrar la victoria definitiva de la vida sobre la muerte en la persona de Aquel que ha sido señalado como el Señor de la Vida. Las iglesias bien organizadas saben desarrollar este proceso de modo que alcance su objetivo primigenio.

El tiempo de espera premeditada, establecido en 40 días, fue de carácter simbólico. Se tomó en cuenta, en primerísimo lugar, que Jesús había ayunado por ese número de días en preparación para su ministerio terrenal. Luego, se concluyó que las historias bíblicas con bastante frecuencia mencionan períodos de 40 días o años, y que éstos están asociados con la prueba y/o la preparación. Sucede con Moisés en el desierto de Madián (Hch. 7:29,30), con los ayunos del mismo Moisés (Ex. 24:18; 34:28), con Israel en su camino hacia la tierra prometida (Dt. 8:2-5), con Israel bajo el liderazgo de Gedeón (Jue. 8:28), con el período de Elí como juez (1° S. 18), con el camino de Elías hacia Horeb para su restauración (1° R. 19:8), con el período de espera del arrepentimiento de los ninivitas (Jon. 3:4), con el tiempo que usó el Resucitado para preparar a sus discípulos para su partida (Hch. 1:3), y muchas veces más.

La designación de un período de 40 días llevaba el propósito de que los cristianos aprendiéramos de ese número. Pero ningún número tiene valor en sí mismo. Solamente nuestros hermanos en la fe que gustan de ser supersticiosos conceden facultad intrínseca a palabras, ademanes, acciones mágicas y símbolos. De allí que a veces les escuchamos decir “Declaro que…” “Cancelo y rompo con…” “Decreto que…” Se figuran que las palabras en sí mismas tienen vida propia y que al decirlas se altera a su gusto el devenir del universo; o que, si alguien les dijera algo que les parezca una “maldición”, sólo habrá que ordenar su cancelación para ganar la guerra de palabras. Repitamos, el número cuarenta no nos beneficia en nada, por bíblico que sea. Somos nosotros, con una disposición consciente y de fe, quienes optamos por asignar importancia a un período eclesiástico. Dios nos convoca a través de la iglesia histórica de su Hijo, a preparar nuestra vida para comprender por qué era necesario un Mesías sufriente, un Mesías crucificado que expiase nuestro pecado, un Mesías resucitado para nuestra total restauración.

bernabe_rendon

2 comentarios sobre “Editorial

Los comentarios están cerrados.