Reciprocidad
El abogado cristianizado Tertuliano, fue uno de los más educados padres de la iglesia en el siglo II-III. El Apologeticum fue no sólo la más importante de sus apologías, sino también, en la opinión de muchos, la mejor de todas sus obras. Si consultamos allí el Capítulo 33, encontraremos la referencia a la constante oración de la iglesia en favor del césar romano, en virtud de haber sido puesto por Dios para gobernar, lo que lo hacía más de los cristianos que de los mismos romanos: “Venerámosle como a hombre a quien eligió Dios entre todos; y como le puso en aquel estado nuestro Señor, con razón decimos: el César es más nuestro, pues nuestro Dios lo hizo César. Siendo, pues, más mío que vuestro, más debo yo trabajar por su salud” (1). Este dato nos recuerda que la práctica de los cristianos desde su origen ha sido seguir la pauta establecida por el Apóstol Pablo, conforme a sus instrucciones a la iglesia de Roma (Ro. 13:1-6). Pablo veía en los gobernantes terrenales personas sobre quienes la autoridad de Dios descansaba para bien de los ciudadanos, y por esa certeza los cristianos habían de estarles sujetos respetuosamente y orar para que, gracias a su administración, “vivamos quieta y reposadamente” (1ª Tm. 2:2). Los cristianos para quienes la oración es una práctica real y constante, oran por el bien de nuestros gobernantes como cosa saludable y común.
No obstante, la sujeción silenciosa no es toda la enseñanza bíblica sobre este tema. El comentarista bíblico escocés William Barclay nos ha dejado una clave hermenéutica que nos ayuda a apreciar el todo de la voluntad de Dios respecto a las relaciones humana. En la ética bíblica, explicaba él, deben considerarse las relaciones reguladas por una línea bilateral (2). Las relaciones no se establecen sobre una senda unilateral, ni siquiera la relación entre Dios y sus criaturas, pues la soberanía y la gracia de Dios deben encontrarse en la respuesta responsable de cada ser humano. La reciprocidad es indispensable para entender la mente de Dios. Él jamás exige a una esposa que se sujete a su esposo sin pedirle a él que la ame con un amor dispuesto al sacrificio (Ef. 5:24,25). Él jamás pide a los hijos que honren a sus padres sin pedirles a éstos que traten a sus hijos con respeto y consideración (Col. 3:20,21). No impone sujeción de los siervos a sus amos sin señalarles a éstos que deben tratar a sus subordinados con rectitud y justicia (Col. 3:22; 4:1). Y no pide a las congregaciones que se sujeten a sus pastores sin exigirles a ellos por lo menos dominio propio (He. 13:17; 1ª Tm. 3:1-13). Sería un lamentable error ministrar la consejería pastoral o espiritual a una persona sin tomar en cuenta a la otra parte. ¿Cómo habría sensatez al aconsejar a una esposa a ser sumisa ante un esposo que la trata con violencia y la humilla, sin buscar la consejería para ese hombre insolente, y decir que a Dios glorifica esa sumisión?
Lo anterior nos lleva a otras preguntas, ¿es el plan de Dios que los ciudadanos le estemos sujetos a una autoridad cuando ésta ha perdido su vocación y, en lugar de cuidar a su pueblo, lo daña? ¿Incluso si comete acciones que insulten las normas divinas? Ro. 13:4 describe a cada gobernante como un “servidor de Dios”, pero ¿cuál debería ser el papel de los cristianos si su gobernante ya no está sirviendo a Dios? Y necesitamos poner estas preguntas en el contexto de los hechos del domingo 19 de junio de 2016. Lo que viene detrás de esos hechos que podrían repetirse si nuestro gobierno no cambia su actitud, es la presión injusta que se ha ejercido por años contra los maestros por la pretendida “Reforma Educativa”. Si la violencia del domingo 19 fue originada por la policía, o por los maestros, o por grupos radicales infiltrados, no es el punto; pudo ser un grupo o todos, lo determinante aquí es que fue un incidente (que ya se había tardado) que resulta de la falta de una voluntad de diálogo abierto por parte de nuestro gobierno que sólo ha reiterado su estribillo: “Dialogaremos con los maestros si éstos se apegan a la Reforma Educativa (¿cuál?) …etc.” Y luego viene el discurso demagógico que los canales de TV repiten y repiten, “Lo que importa es que se vuelva a dar clases por el bien de las niñas y los niños de México… etc.” Claro, un discurso para sembrar en los mexicanos la animadversión hacia los maestros paristas, pero que nos lleva a otra pregunta: Si para ti, Gobierno, es importante la educación de la niñez, ¿por qué entonces no reconoces con humildad que te equivocaste y regresas a maestros y niños a las aulas a través de una revisión de tus reformas volviendo así al principio para construir algo entre todos?
Este tiempo de desencuentro entre maestros y un gobierno impositivo ha servido para que en el sector magisterial se hayan descubierto maestros corruptos, y celebramos que se haya puesto orden y corregido esos desmanes. Pero este beneficio no compensa el terror que Estados sureños están viviendo. Y la iniciativa presidencial para transformar el Código Civil de la Federación para establecer el “matrimonio igualitario”, echando a perder, de paso, el modelo tradicional mexicano de la familia, y la consecución de la suspensión de visas canadienses para los mexicanos, no son compensatorios ante la carencia de un gobierno que muestre nobleza, justicia y amor a la verdad.
No es deseable una ruptura final entre gobierno y gobernados, y muchos cristianos estamos orando porque nuestra nación aunque en alguna proporción se sienta ofendida, se conserve en paz. Nuestra sujeción es necesaria para asegurar el orden social. Pero no será una sujeción que evite decir que nuestro gobierno actual está cometiendo pecados contra Dios y contra el pueblo mexicano (Ayotzinapa no está olvidado). Aunque el Rey Acab era una autoridad designada por Dios, Elías cumplió con su deber profético de avisarle que Dios estaba contrariado por su gobierno. Y Juan el Bautista hizo lo correcto al denunciar el pecado de Herodes ante las puertas de su palacio. También el Apóstol Pedro aclaró que no es viable obedecer a los hombres antes que a Dios.
En fin, miraremos con ojos de esperanza los actuales diálogos para reconciliar a las partes involucradas en nuestra actual crisis. Nos aferraremos llenos de fe a la seguridad de que el verdadero Rey y Señor es Jesucristo y que él hará algo nuevo a través de nosotros, sin nosotros o a pesar de nosotros. Seguiremos orando por los que nos gobiernan para que sus corazones cambien y se avoquen a armonizarnos a todos para ser colaboradores en pro de una tierra deseable.
En el entendido de que probablemente no toda la IMMAR comparte los criterios aquí expuestos, el autor de este Editorial se hace responsable único de lo expuesto.
Pbro. Bernabé Rendón M.
- http://www.tertullian.org/articles/manero/manero2_apologeticum.htm
- Barclay, William, Guía Ética para el Hombre de Hoy, Editorial Sal Terrae, Santander, 1975, pág. 81,82.

De acuerdo con su comentario, Pastor Bernabé. El Salmo 119:126 dice: «Tiempo es de actuar, oh Jehová, porque han invalidado tu ley».
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Sí, Hna. Ma. Elena, no había recapacitado en ese versículo, pero es verdad. Reaccionar y hacer que se conozca nuestro criterio cristiano no es rebeldía sino responsabilidad profética ante Dios, ante nuestros gobernantes y nuestro pueblo; no es carnalidad sino espiritualidad. Bendiciones.
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