(Parte 15)
Proseguimos con la publicación de su obra más conocida entre laicos, pastores y teólogos, VIDA EN COMUNIDAD. Consta de cinco capítulos. Estamos compartiendo el tercer capítulo, El Día en Soledad, donde el primer subcapítulo es Saber estar solo y el segundo es Saber vivir en comunidad.
- El día en soledad
Saber estar solo
«El silencio, oh Dios, es tu alabanza en Sión» (Sal 65,2). La traducción habitual es: «A ti, ¡oh Dios!, se debe la alabanza en Sión». Muchos buscan la comunidad por miedo a la soledad. Su incapacidad de soledad les empuja hacia los otros. También ciertos cristianos, que no soportan estar solos por experiencias negativas consigo mismos, esperan recibir ayuda en compañía de otros seres humanos. La mayoría de las veces se ven defraudados y entonces reprochan a la comunidad lo que deberían reprocharse a sí mismos. La comunidad cristiana no es un sanatorio espiritual. Refugiarse en ella huyendo de sí mismo es convertirla en lugar de parloteo y distracción, incluso bajo la apariencia de una elevada espiritualidad. Porque en realidad no se busca la comunidad sino la embriaguez que permita olvidar por un buen tiempo la propia soledad y que, por lo mismo, sumerge al hombre en una soledad todavía más mortal. Tales tentativas tienen como resultado la anulación de la palabra de Dios y de toda experiencia auténtica, y provocan la resignación y la muerte espiritual.
El que no sepa estar solo, que tenga cuidado con la vida en comunidad. No podrá sino hacerla daño y hacerse daño a sí mismo. Solo estabas ante Dios cuando él te llamó y solo respondiste a su llamada; solo tuviste que cargar con tu cruz, luchar y orar, y solo morirás y darás cuenta a Dios de tu vida. No puedes huir de ti mismo, porque es Dios mismo quien te ha puesto aparte. Rehusando estar solo rechazas la llamada que Cristo te hace personalmente y no podrás tomar parte en la comunidad de los llamados. «Todos estarnos llamados a la muerte y ninguno morirá por otro, sino que cada uno debe medirse personalmente con la muerte… yo no podré estar entonces contigo, ni tú conmigo» (Lutero).
Saber vivir en comunidad
Pero lo contrario también es verdad: el que no sepa vivir en comunidad, que tenga cuidado con la soledad. Has sido llamado en el seno de la Iglesia y esta llamada no se te ha hecho solamente a ti; llevas tu cruz, luchas y oras dentro de la comunidad de los llamados. No estás solo; incluso en la muerte y en el día del juicio no serás sino un miembro de la gran comunidad de Jesucristo. Si desprecias la comunión fraterna, rechazas la llamada de Jesucristo y tu aislamiento no te acarreará más que desgracia. «Si muero, no estoy solo en la muerte; si sufro, ella (la Iglesia) sufre conmigo» (Lutero).
Lo comprendemos: sólo dentro de la comunidad podemos estar solos, y sólo aquel que sabe estar solo puede vivir en comunidad. Ambas cosas van unidas. Sólo en la comunidad aprendemos la verdadera soledad, y únicamente en la soledad adquirimos realmente el sentido de la comunidad; sin embargo, no se trata de dos experiencias sucesivas, ambas comienzan al mismo tiempo: con la llamada de Jesucristo.
Por separado, ambas están llenas de trampas y peligros. Querer vivir en comunidad sin estar solo es arrojarse al vacío de palabras y sentimientos; querer estar solo sin la presencia de la comunidad es caer en un abismo de vanidad, narcisismo y desesperación.
El que no sepa estar solo, que tenga cuidado con la vida en comunidad. El que no sepa vivir en comunidad, que tenga cuidado con la soledad.
La comunidad diaria de la familia cristiana camina a la par de la soledad diaria de cada uno de sus miembros. Debe ser así. De lo contrario, individuo y comunidad se verán afectados de impotencia.
La señal distintiva de la soledad es el silencio, como la palabra lo es de la comunidad. Silencio y palabra guardan la misma íntima relación que soledad y comunidad. Lo uno no se da sin lo otro. La palabra oportuna nace del silencio, y el silencio, de la palabra.
Callarse no significa estar mudo, como tampoco hablar significa discutir. El mutismo no crea soledad, como tampoco una discusión crea comunidad. «El silencio es el exceso, la embriaguez y el sacrificio de la palabra. El mutismo, en cambio, es malsano, como algo que sólo fue mutilado, pero no sacrificado… Zacarías se vuelve mudo en vez de silencioso. Si hubiera aceptado la revelación, tal vez hubiera podido salir del templo silencioso, y no mudo» (Ernest Hello). La palabra que fundamenta y une de nuevo a la comunidad va acompañada de silencio. «Hay un tiempo para callar y un tiempo para hablar» (Ecl 3, 7). Del mismo modo que existen en la jornada del cristiano determinadas horas para la palabra, especialmente las horas de meditación y de oración, deben existir también ciertos momentos de silencio, a partir de la palabra. Esto se dará sobre todo antes y después del culto. La palabra de Dios no se manifiesta en el ruido, sino en el silencio. El silencio del templo es la señal de la sagrada presencia de Dios en su palabra.

