EDITORIAL

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El Espíritu Santo, AQUÍ Y AHORA

El pasado 28 de mayo recordamos la experiencia vivida por los apóstoles en el Aposento Alto durante el día de Pentecostés, lo que conocemos como el derramamiento del Espíritu Santo. Esta experiencia -a la que Wesley llamó “la segunda gracia”- fue el cumplimiento de la promesa dada por Cristo, de que no nos dejaría solos, sino que nos enviaría a un Consolador, que estaría con nosotros para siempre. 

El Espíritu Santo ya estaba en los apóstoles, pero no había venido a llenarlos de una forma plena, invistiéndolos de poder de lo alto, hasta ese trascendental día narrado en Hechos 2. Con su venida, los discípulos se convirtieron en testigos eficaces del mensaje de arrepentimiento y fe en el Señor Jesús, que incendió en su tiempo -cumpliendo las palabras del Maestro- Jerusalén, Judea, Samaria y lo último de la tierra. Esa bendita persona, la tercera de la Trinidad, había venido en forma plena para ya nunca más dejar a la iglesia de Cristo.

Muchas iglesias ven al Espíritu Santo como sólo una doctrina, algo que hay que conocer intelectualmente, parte de un ritual aprendido; pero tenemos que entender que Él es una Persona que quiere relacionarse con nosotros los que hemos recibido a Cristo como Señor y Salvador, e ir tomando cada vez más autoridad en nuestras vidas. Hemos sido sellados con él, y ese sello tiene que irse marcando en nuestra mente y en nuestro corazón cada vez más.

La gente tenemos que entender que el Espíritu Santo nos da dones, regalos de los cuales la iglesia de Cristo está llena. No necesitamos leer un versículo en particular o hacer algo para tenerlos: esos dones han sido repartidos desde el momento mismo de la salvación, conforme al Espíritu Santo le ha placido hacerlo. Tener los dones del Espíritu y no utilizarlos es ser como el siervo malo y negligente que escondió el talento que su señor le dio, movido por el temor. En efecto, hay iglesias donde se tiene temor de dejar que los creyentes pongan a trabajar todos los dones -todos los descritos en Romanos 12, I Corintios 12-14 y Efesios 4-; pero la llenura del Espíritu Santo nos impulsa, nos conmina a dejarlos fluir TODOS -aún los que nos parecen más “escandalosos”- siempre y cuando lo hagamos “decentemente y con orden”. Nadie  tiene TODOS los dones individualmente, pero como iglesia sí debemos reunirlos y usarlos TODOS. Y hay que recordar que los dones del Espíritu Santo no son un fin en sí mismos, como para que nos estemos regodeando y exhibiéndonos al usarlos: son para edificación de la iglesia y testimonio a los incrédulos.

Lo anterior nos lleva a considerar una cosa más que necesitamos entender como iglesia: el Espíritu Santo nos ha dado esos dones con el fin de ayudarnos a crecer en el carácter de Cristo. El fruto del Espíritu, ése que ya sabemos se describe en Gálatas 5:22-23, es precisamente el conjunto de cualidades que mostró Jesús en la tierra, y ése sí debemos tenerlo TODO en nuestra vida -recuérdese que Pablo habla de “el fruto”, no de “los frutos”, como dando a entender que ninguna de sus partes es optativa o prescindible-. Ninguno tenemos TODOS los dones del Espíritu, pero TODOS hemos de mostrar en nuestra vida TODO el fruto del Espíritu, tarea que se logra sólo dejando que el Espíritu Santo vaya tomando control de nuestras emociones, pensamientos y actitudes. Que podamos dejar que el Espíritu Santo fluya de esta manera en nosotros.

En este segundo número de mayo invitamos a la lectura de los escritos de todos los autores que nos han regalado sus colaboraciones: reflexiones en torno a lo que somos como Iglesia Metodista de México a 150 años de su inicio, sobre las doctrinas prominentes del metodismo y sobre la necesidad de no “venerar” las experiencias de Juan Wesley, sino al Señor al que sirvió Juan Wesley; testimonios históricos de la iglesia de Tzomantepec, que concluye en este número, y una reimpresión del siglo XIX sobre la vida de Robert Walker MacDonell, además del júbilo de las actividades de las Ligas Metodistas de Jóvenes e Intermedios en su 134° aniversario.

El Seminario Juan Wesley cumple este año 50 de su nacimiento, así que compartimos una colaboración del Pbro. Baltazar González Carrillo sobre esta historia; y antes de que termine el mes queremos rendir otro reconocimiento a las madres, en un escrito tomado de la publicación Florilegio. Estos y otros trabajos que leerán aquí son fruto de la mente de creyentes tocados por el Espíritu Santo, que nos invitan a unirnos y colaborar en la tarea de que toda criatura conozca al Señor Jesús, lo reciba en su vida y con él tenga la experiencia de ser lleno del Espíritu Santo. Ese tesoro, lo sabemos, está en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros, como dice 2 Corintios 4:7. Nosotros: vasos de barro; Él: la gloria en nosotros.

María Elena Silva Olivares

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