Roberto Walker MacDonell

Roberto Walker MacDonell

SOCIEDAD DE ESTUDIOS HISTÓRICOS DEL METODISMO EN MÉXICO, CAPÍTULO CANCEN*

Reproducido para beneficio del Distrito de Filadelfia de la CANCEN y para la IMMAR toda, en su sesquicentenario, del  memorial impreso en las actas de la Conferencia Misionera Fronteriza Mexicana de octubre 16 al 21 de 1889.

ROBERTO WALKER MACDONELL 

Con mano trémula y corazón henchido de tristeza, pero en entera sumisión a la voluntad inescrutable de Dios, tomamos  la pluma para dictar unos recuerdos de nuestro inolvidable y ahora redimido hermano y colaborador en el campo misionero  mexicano, el Rev. Roberto Walker MacDonell. En el pleno uso de todas sus facultades, en el vigor de una robusta varonilidad, con  un corazón lleno de amor hacia la obra en que acivamente se ocupaba, y regocijándose en las halagüeñas esperanzas de un feliz porvenir, fue cortado y trasplantado en el huerto del Señor. 

Pero su semblante es eternamente grabado en los corazones de sus hermanos, su monumento más perdurable las  misiones que fundó en el estado de Durango y su memoria es cual un grato perfume en todas las iglesias. En seguida daremos unos datos de su historia, sacados principalmente de una carta escrita a propósito por su padre,  digno miembro de la Conferencia del Sur de Georgia. Éste dice: 

Roberto Walker MacDonell, hijo mayor del Rev. George G. W.  MacDonell y la Señora Margarita R. de MacDonell, nació en Savannah, Georgia, el 11 de octubre de 1857. Su educación primaria  la obtuvo de las escuelas públicas de la misma ciudad, donde graduó con los honores en 1872. En 1873 se matriculó en el Colegio  Emory de donde se graduó en 1877, ocupando un puesto honorable en su generación. Se convirtió en una reunión campestre en  Springfield en octubre de 1872, y yo mismo lo recibí como miembro de la Iglesia en noviembre de 1872. Desde muy niño manifestó  tener una fuerte y determinada voluntad de tal forma que tuvimos éxito al poder sojuzgarlo a seguir el gobierno doméstico  apropiado y, en lo sucesivo, fue obediente y fácilmente manejable. Se distinguió por su energía y perseverancia y siempre brindaba  guiaba a los muchachos de su edad. Al terminar sus estudios universitarios, fue maestro en una escuela en Waynesboro, Georgia,  por dos años. Recibió su Licencia para Predicar en el otoño de 1877 y fue empleado por la Iglesia en Waynesboro a predicar por  ella dos domingos al mes. Fue admitido a prueba en la Conferencia del Sur de Georgia, en su sesión en Perryville, en diciembre  de 1879, y nombrado Predicador Ayudante en el Circuito de Talbot con el Rev. George S. Johnston por Predicador Encargado.  Durante la primavera de 1880 se sintió llamado a la obra misionera foránea. Fue ésta llamada tan clara como su llamada a predicar.  Se puso en comunicación con el Obispo Pierce quien presentó su nombre ante la Junta de Misiones, en mayo de 1880, y fue  aceptado y nombrado para la Misión Mexicana Central como ayudante de Rev. Guillermo M. Paterson, D.D. La Junta, por favor,  le permitió quedar en Georgia, el resto del año, para poder ser ordenado antes de partir para su obra en México. En julio de 1880  fue transferido a la Iglesia de Trinidad en Savannah como ayudante del Rev. R. J. Corley, el pastor, quien estaba incapacitado por  un accidente en el ferrocarril. Aquí siguió hasta el fin del año. En la Conferencia Anual de Hawkinsville, en diciembre de 1880, fue  recomendado para ordenarse de Diácono y Presbítero y fue ordenado por el Obispo Pierce. Estando para salir a un campo distante  y extranjero, el Obispo le cedió el honor raro de reunirse juntamente con él y los Presbíteros Presidentes para presenciar el modo  de nombrar a los predicadores a sus diferentes cargos. De allí fue formalmente nombrado a su obra en México. El martes,  diciembre 28, fue unido en matrimonio con la Señorita Tochie Williams, hija del Sr. W.D. Williams, Presidente del Instituto del  Estado para Ciegos. El día 13 de enero de 1881 salieron para México. Éstos son en breve los eventos principales en la vida de mi  hijo hasta su ida a México.  

De México Central no tenemos muchos datos de sus trabajos, pero sabíamos que por algún tiempo ayudaba en la  Superintendencia de la Misión Mexicana Central durante la ausencia del Supt. Dr. Paterson, en los EE. UU. de A., y que su hábil  manejo de las misiones en este tiempo fue causa de felicitaciones de parte del Dr. Paterson en su regreso. Después de esto estaba de P.P. del Distrito de León. Permaneció poco más de tres años en la Misión Mexicana Central. Y de él se dice durante esta época  fue activo, decidido y celoso en la viña del Señor. Se conquistó el aprecio de los misioneros de todas las denominaciones; todos  eran sus amigos, y él era amigo de todos. 

En abril de 1884 fue transferido a la Misión Mexicana en la frontera y estacionado en la Iglesia Americana de El Paso, Texas. Aunque encargado exclusivamente de una iglesia americana, sin embargo, ayudó mucho al finado Palomares predicando a  los mexicanos cuando la ocasión lo ofrecía. En la Conferencia Anual de 1884 fue nombrado para abrir una nueva misión en la ciudad  de Durango, México, pero tuvo que permanecer todavía en El Paso hasta no venir un nuevo predicador para recibir la Iglesia  Americana. 

En marzo de 1885 llegó a su nuevo campo de trabajo. Allí halló un pequeño rebaño de creyentes en el Evangelio por  un vendedor de Biblias de la Sociedad Bíblica, quien ahora es predicador Bautista en Monterrey, el Rev. Tomás M. Westrup. La  semilla que éste sembró allí había caído en unos corazones honestos y buenos y estos permanecieron en la fe durante largos años de estar solos. Recibieron como mensajero de Dios a nuestro buen hermano. También encontró allí a una señora que había  servido de misionera por algunos años en Sur América entre los Presbiterianos, la Srita. Catarina McFarrin. Esta mujer cristiana  había hecho lo que podía para alentar la chispa de fe que quedaba en los corazones de los ya referidos creyentes. Fue empleada  para enseñar una escuela misionera por el hermano MacDonell, y todavía sigue trabajando allí cual heroína cristiana, único  representante en la actualidad de nuestra iglesia en ese pueblo fanático. Pero con la antorcha de la ciencia en una mano y la de  la verdadera religión en la otra, sigue en su puesto, digna de toda admiración y fiel sucesor a las mujeres que acompañaban y servían a Cristo y que ayudaban a Pablo en el Evangelio. Podemos decir que el hermano MacDonell bien ha conquistado el derecho de ser llamado el Apóstol del Metodismo en Durango. 

Por los años de 1887 y 1888 fue eficazmente ayudado por el infatigable y juicioso trabajador Hermenegildo C. Hernández, en cuya casa, cama y brazos murió en la Villa de Nombre de Dios, Estado de  Durango. Este hermano mantenía la obra durante los largos viajes del Hermano R.W. MacDonell, cuando éste era Presbítero Presidente; y ahora después de su muerte él ha sido, humanamente hablando, absolutamente indispensable a la obra en esas tres  misiones de Durango, Nombre de Dios y San Juan del Río, siendo un fiel Predicador Encargado. 

En la Conferencia en San Antonio, en 1885, fecha de la organización de estas misiones, en una Conferencia Anual, el  hermano MacDonell, fue electo Secretario y siguió desempeñando este oficio hasta el fin de su vida. Es de notarse que nuestro  primer Presidente y nuestro primer Secretario, respectivamente el Obispo McTyeire y el hermano MacDonell partiesen de este  mundo tan cerca el uno del otro. Ya deben haber sido recibidos en la plena conexión en la conferencia de los justos, presidida por  el Obispo de Almas, y cuyas actas se registran por arcángeles. Seamos fieles para poder también un día subir a esa conferencia  universal y tomar parte en la eterna fiesta de amor. 

De la Conferencia de 1885 fue devuelto a la Misión de Durango, y en un año más lo pasó allí sin ayuda ministerial, salvo una sola visita que su Presbítero Presidente pudo hacerle, de unas dos semanas. Ya para este tiempo se notaban muy buenos  adelantos y esperanzas. Lo alcanzado era de obra sólida metodista cristiana; y las esperanzas no han probado vanos. Estuvo con  nosotros en la Conferencia Anual de Monterrey en noviembre de 1886, presidida esta Conferencia por el Obispo Key, natural y  residente de su propio estado nativo de Georgia, y quien le había conocido desde su niñez y a sus padres antes de su nacimiento. De esta Conferencia fue cuando llevó consigo de ayudante en Durango al hermano Hermenegildo C. Hernández. El nombramiento  de este hermano para ayudante en Durango ha sido una providencia notable como ya queda dicho. 

La próxima sesión de la Conferencia Anual fue en Monclova, Coahuila, noviembre de 1887. Aquí fue formado el Distrito de Durango, y nombrado su Presbítero Presidente el hermano cuya memoria escribimos. El Distrito era muy grande, compuesto  de toda la obra que teníamos en los Estados mexicanos de Durango, Chihuahua, Sonora y Sinaloa y los Territorios americanos de  Nuevo México y Arizona y la misión de El Paso, Texas. Por vastas que fueron las distancias y penosas las vías de comunicación él  no se perdonaba, sino se ocupaba cual un fiel predicador metodista en el cumplimiento de su tarea, trayendo a la Conferencia Anual en su sesión de noviembre de 1888 en Del Río informes que demostraban mucho celo tanto el cómo en los predicadores bajo su intendencia. Aquí por segunda vez fue colocado a la cabeza del Distrito de Durango, pero éste ya reducido por la formación  del Distrito de Sonora. Lleno de salud y fuerza, vigor y fe, amor y esperanza, volvió a su casa en Durango. Se ocupaba en trabajos  y responsabilidades más inmediatos a su residencia y en preparativos para pronto salir a hacer una de esas largas vueltas de su  Distrito, cuando Dios se reveló en él de otra manera. Por disposición divina, el 21 de diciembre de 1888, nuestro querido hermano  emprendió la jornada más larga y última de todas la de este mundo al otro desde el tiempo hasta la eternidad. 

En la Conferencia Anual de Del Río, se quejaba un poco de indigestión. Parece que este mal gradualmente le aumentaba  hasta que se puso de tanta gravedad que su largo viaje a caballo desde Durango hasta Nombre de Dios el 18 de diciembre resultaba  en un ataque de dolores tan fuertes que no pudo soportar; mas fue hasta el día 21, a las cuatro de la tarde, cuando voló su espíritu  a las mansiones de descanso eterno. 

Su devoción al deber y a su adoptado pueblo mexicano se evidenció hasta el fin, porque en la noche de su llegada a  Nombre de Dios insistió en predicar y predicó un sermón, su último, con mucho fervor y espiritualidad. Nuestro hermano dejó  una inconsolable esposa con tres hijitos que lloran su triste suerte y para ser objetos de nuestro más alto aprecio y profunda  simpatía. Para su consolación y protección ofrezcamos diaria oración al Dios de las viudas y al Padre de los huérfanos. 

Para mostrar el alto aprecio en que fue tenido este hermano citaremos unos cortos párrafos de unos corresponsales a los  periódicos de la Iglesia. El Obispo Duncan ha dicho: 

«La Iglesia ha perdido uno de sus más recogidos hombres en la obra misionera. Un hombre de Dios más fiel y consagrado  jamás he conocido. No solamente devoto y fiel sino verdaderamente heroico, siempre estaba listo y voluntario para toda  demanda del deber en uno de los campos más difíciles.» 

Aprendí a amarle como raras veces los hombres aprenden a amarse el uno al otro y en su muerte tengan una sentida  aflicción personal. Cuando nos separamos en la última Conferencia Anual, de la cual era Secretario, era tan vivo y alegre, y habló  tan animosa y confiadamente de su trabajo, que yo me aseguré que de alguna manera especial fue llamado por Dios para una  gran obra en México. Todas las apariencias eran que Dios le iba a honrar más que a nadie en el gran movimiento protestante de 

México. Firme, decidido, valiente y con todos tan amable, manso, fácil de enseñar, y gobernar, fuerte en la fe, y completo en su  consagración, nunca vacilando, nunca parándose, exigente que fuese el mandato, parecía escogido por Dios para victorias grandes y decididas en el cercano porvenir. Mis esperanzas y profecías han fracasado. Dios supo mejor, y ha llevado al obrero de sus trabajos a su premio.» 

El Dr. Morton, Secretario de la Junta de Extensión de Iglesias ha dicho: 

«En mi vida me he encontrado con pocos hombres a quienes he sido tan fuertemente atraído y para quienes he tenido  tanta admiración. Sus dotes naturales eran ricos, sus adelantos extensos y variados, y en la inteligencia, empresa y  actividad se contaba entre los primeros de nuestros obreros misioneros. Un celo sencillo y santo para con Dios y las almas,  y una devoción completa y desinteresada a su alta vocación, parecían los principios que impulsaban todo lo que pensaba 

decía y hacía. Era un teólogo recto, bien instruido, un orador de gracia, igualmente fácil de expresarse en el Inglés y en el  Español, y un escritor de precisión y fuerza en las dos lenguas.» 

Otro escritor ha dicho de él: 

«Convertido cuando joven y llamado al ministerio, fue fiel en el descargo de sus deberes ministeriales por diez años. Hace  cerca de tres años buscó y halló la bendición del amor perfecto; que le trajo tanta profundidad de paz, tanto fuego de  amor y tanto poder para con Dios y los hombres, que más antes jamás conocía, ni creía de su privilegio. No se descuidó  del don que en él se hallaba, sino lo cultivaba, y crecía rápidamente en gracias y conocimiento.» 

Concluimos con un extracto de su última carta al Rev. A. H. Sutherland, escrita ya muy de noche la noche antes de  madrugar en camino el 18 de diciembre para Nombre de Dios. Éste es su último testimonio sobre este particular y es de suma  importancia. Dice: 

«Yo creo en esta experiencia, y creo que con énfasis debemos enseñarla a nuestro pueblo, y exhortarlo a buscarla y  esperarla como una bendición instantánea por la fe por un salto de fe, para decirlo así. Ésta es la única manera de  predicarla, lo creo firmemente. Es exactamente como predicamos la justificación y la regeneración. Uno puede  lentamente llegar al punto de justificación etc., pero ningún predicador sería tolerado entre nosotros quien predicaría que tenemos que alcanzarlas por el proceso del crecimiento. Predicamos que ‘ahora es el tiempo acepto’ en cuanto a la  justificación y la regeneración, lo mismo es verdad cerca de la entera santificación.» 

Mucho más escribió él y mucho más podíamos decir, pero estas palabras bastan para indicar que nuestro hermano era  un teólogo recto en este particular. 

Depositamos este sencillo recuerdo de nuestro muy amado hermano en los anales de la Iglesia que tanto amaba y tan  fielmente servía. Dios proteja su viuda y huérfanos, y conserve en sana fe y doctrina la Conferencia Fronteriza tan querida para él. 

A.H. Sutherland 
Samuel G. Kilgore 
H.C. Hernández 

* CANCEN: Conferencia Anual Norcentral (nota de la dirección)