¿LA IGLESIA  METODISTA  ES  INCLUSIVA?: SÍ Y NO

¿LA IGLESIA  METODISTA  ES  INCLUSIVA?: SÍ Y NO

Pbro. Rubén P. Rivera

Uno de los temas que más se discute en la iglesia contemporánea es la admisión de toda clase de personas en el seno de las congregaciones. A primera vista este asunto no tendría por qué ser motivo de discusión, por cuanto la Biblia nos da suficiente base para entender que debemos abrir la puerta a toda persona que quiera ingresar a nuestra Iglesia.

A partir del simbolismo que encontramos en el diseño del Tabernáculo, debe notarse que la entrada era baja y amplia, dando a entender que podía ingresar todo el que así lo deseaba; a diferencia de la entrada al lugar Santo cuya entrada era alta y angosta y sólo unas pocas personas podían entrar. A su vez, el diseño arquitectónico del templo construido por Salomón guardó las mismas proporciones en cuanto a las entradas, una amplia y otra restringida.

En el Nuevo Testamento abundan las citas que implican la amplia apertura para acudir al Señor Jesús, por ejemplo: “Al que a mí viene no lo echo fuera” (Juan 6:37),  “Venid a mi todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mat. 11:28) …   «Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura”. Notemos el caso de Pedro, quien se resistía a predicar a los gentiles y que es convencido por el Señor de que “En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas” (Hechos 10:34); lo mismo se implica en Romanos 11.32, que dice: “Porque Dios sujetó a todos en desobediencia para tener misericordia de todos”.  A su vez, el anuncio de Jesucristo da a entender la universalidad del ministerio de los creyentes: “Me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8). Pablo, por su parte, se considera enviado por Dios para ofrecer el mensaje salvífico a los gentiles, es decir, a los menospreciados y considerados indignos de recibir las bendiciones de Jesucristo, lo cual confirma la multicitada aseveración bíblica: “Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito para que todo aquel que en él crea no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16).  Con estas citas y muchas más que fundamentan la verdad de que Dios no rechaza a ninguna persona que viene a su presencia, podemos afirmar que la Iglesia no tiene la autoridad de cerrar la puerta a quienes Dios se las ha abierto.  Debe quedar claro que la Iglesia Metodista es y debe ser inclusiva y que por tanto son bienvenidas a nuestras congregaciones toda clase de personas, así sean sicarios, degenerados, inmorales, drogadictos, homosexuales, lesbianas (con sus variantes), mentirosos, pederastas, y un largo etcétera.

Una vez que las personas acuden buscando a Jesucristo, la Iglesia debe discipularlos, de acuerdo a la orden del Señor: “Id y haced discípulos a todas las naciones… enseñándoles” (Mateo 28:19, 20). Pertenecer a La Iglesia lleva implícita la disposición de sujetarse a la disciplina de un discípulo que debe recibir la enseñanza indispensable para progresar como cristiano: “Pues el que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo” (1a. Juan 2:6), y esto es cosa de someterse al tratamiento de Dios, quien “Nos salvó… por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo” (Tito 3:5). 

  Por todo lo anterior puede verse que para permanecer en La Iglesia es necesario nacer otra vez, como Jesucristo le enseñó a Nicodemo (Juan 3:1-5), y Pablo lo repite: “Si alguno está en Cristo, nueva criatura es, las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2a. Cor. 5:17). Explicado con las palabras de 1a. Corintios 6:9-11: «¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios. Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el Nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios”. Respecto a esta nueva vida en Cristo, Pablo enseña: “En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad…el que hurtaba, no hurte más…” (Efesios 4:22-28). ¿Cuál es nuestra meta al ingresar en La Iglesia?: “Ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación y como fin la vida eterna” (Romanos 6:22).  Caminamos ahora hacia la meta, firmes en la fe y colaborando con Dios en toda obra buena que él realiza por nuestro medio; esto sin perder de vista que debemos cuidar la salvación con “temor y temblor”, esto es, con cuidado, pues “el que piensa estar firme, mire que no caiga ((1a. Cor.10:12).  En La Biblia, ya casi al final, nos advierte el Señor: “Pero los cobardes e incrédulos, los abominables y homicidas, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda” (Apoc. 21:8). 

Concluyendo: Ante la clara enseñanza bíblica -aquí muy brevemente mencionada- podemos aseverar que como metodistas debemos recibir en nuestras congregaciones a toda persona que venga en busca del Señor Jesucristo, sin discriminación alguna, pues la oferta de salvación está abierta por Dios para toda persona. El metodismo es inclusivo en esta fase. Pero en lo que corresponde al crecimiento discipular de los nuevos creyentes, tenemos que ser cuidadosos si queremos ser coherentes con las disposiciones bíblicas. Quienes pretendemos ser parte de la iglesia hemos de llenar los requisitos del caso. Esta actitud selectiva  queda de manifiesto en los versículos arriba mencionados, tanto como en la reprensión que Pablo envió a los corintios a quienes, tras reprenderlos por sus divisiones y  tolerancia de inmoralidad en la iglesia les ordena: “Quitad a ese perverso de entre vosotros” (1a. Cor. 5:13); y en cuanto a otros falsos cristianos recomienda: “No os juntéis con ninguno que llamándose hermano fuere fornicario o avaro  o idólatra o maldiciente, o borracho o ladrón; con el tal ni aún comáis” (1a. Cor. 5:11), lo que equivale al aislamiento de tales personas; y queda aún  la posibilidad de entregar a Satanás a quienes persisten en pecar dentro de la iglesia (1a. Cor. 5:5 y 1a. Tim. 11:20).

 No se trata aquí de que se estén afectando los derechos de las personas a quienes se les demanda que muestren por sus frutos su serio compromiso con Dios y con la iglesia; porque cuando la Biblia habla de erradicar al pecado no hace concesiones, ya que el pecado no tiene derecho alguno, como no lo tiene el ladrón para seguir robando, o el asesino para continuar con sus homicidios, si ambos se han recibido en una iglesia cristiana.  

Por otra parte, es verdad que la misericordia divina puede perdonar toda clase de pecado (salvo el imperdonable), pero se trata de personas que reconocen su condición y quieren ser libertados de la esclavitud del Diablo y del pecado. La solución, como ya se mencionó antes, es la nueva vida que Dios otorga al que se le entrega incondicionalmente hasta el punto de que pueda afirmar con Pablo, “Con Cristo estoy juntamente crucificado y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí…” (Gal. 2:20).

Todo lo anterior nos lleva a no permitir que el que robaba siga robando, el pervertido pretenda seguir con sus costumbres, el fornicario, el pederasta y el homosexual continúen igual y pretendan que la Iglesia los acepte y tolere con sus   mismas formas de vida, lo cual es contrario a la ordenanza bíblica; pues si el Señor no lo permite, La iglesia no tiene la autoridad para contradecirlo.

Así que, finalmente, hay que confirmar la pregunta y respuesta del título de este artículo: ¿La Iglesia Metodista  es Inclusiva? SÍ, lo es para recibir a cuanta persona venga buscando en Cristo la solución para sus problemas existenciales. Pero NO lo es cuando se trata de personas que persisten en continuar practicando su antigua vida de pecado dentro de la Iglesia. Para tales casos La Biblia y nuestra Disciplina contienen las normas que han de aplicarse en obediencia al Señor y el respeto que toda persona nos merece.

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