Por Cristian Oseas
Decir que no somos religiosos, que somos agnósticos o ateos; sostener que tal o cual gobierno es laico o que no favorece a una visión religiosa de la vida, es un tema ampliamente discutible. La perspectiva que tenemos de la vida siempre está asociada a algo en que creemos con fidelidad. Esa fiel creencia o “motivo de fidelidad”, le da sentido a la interpretación de todos los aspectos de la vida individual; e incluso cuando se comparte con otros, le da sentido a la interpretación de la vida cultural.
Esta perspectiva interpretativa del todo se ha denominado de diversas maneras a lo largo de la historia. Por ejemplo, en alemán este concepto fue conocido como “Weltanschauung” que significa la “visión del mundo y de la vida”. Fue utilizado por algunos teólogos como Bultmann de una teología liberal existencialista; o por los neo calvinistas holandeses. Para efectos prácticos, y siguiendo a diversos pensadores cristianos, aquí usaremos la palabra “cosmovisión” (sin renunciar a la posibilidad de que este vocablo sea de uso transitorio si surge alguno más conveniente. Algunos han propuesto “visión confesional de la vida”, etc.)
En un sentido filosófico, aquello por lo cual se interpreta “la cosmovisión” (que le da sentido a todo) y que se concibe como ese “motivo de fidelidad” central, tiene el “aspecto de autoexistente e independiente, y de lo cual depende todo lo demás”. Ésta noción Aristotélica si se quiere, toda vez que aparece en la Metafísica de Aristóteles (aunque es luego refrendada por diversos filósofos a lo largo de la historia entre ellos, Kant, Hegel, Kierkegaard, Nietzsche, Jung y Jaspers entre otros); y que para el teólogo se comprende como lo “divino”, (independientemente de si lo divino sea o no una entidad espiritual personal, o solo el universo en otras formas de pensar que no son cristianas); esta noción, repetimos, afecta al entendimiento y práctica de lo que es moral, la historia, la esperanza, la relación con la divinidad, la naturaleza y el semejante en cada grupo social y persona.
Es literalmente imposible no adscribirse a un “motivo de fidelidad” que no modele nuestra “cosmovisión”; aunque también es prácticamente posible actuar en contra de esta fidelidad cuando sus implicaciones entran en disonancia con nuestros motivos egoístas. Para el cristiano, por ejemplo, lo es el Dios Bíblico, autoexistente, independiente de su creación en el sentido de que no necesita nada de ella para existir, y de Él depende toda la creación.
Para el hinduista y el budista, ese principio de fidelidad es panteísta, es una entidad cósmica no personal, pero que se expresa personal e impersonalmente de manera simultánea, y cuya autoexistencia se identifica con el universo, que por ser una expresión cíclica no depende de nada y cuyas expresiones individuales dependen del equilibrio que de esta entidad cósmica emana; y mientras que el hinduismo es politeísta, el budismo con la misma cosmovisión es sorprendentemente ateo en algunas de sus ramas más importantes. Según esta concepción el universo mismo es divino, la noción de un Dios trascendente al universo es inimaginable; es por ello que podemos hablar de que estos enfoques panteístas de lo divino se centran en ciclos naturales del universo y, por ende, son naturalistas.
Uno podría creer que las cosmovisiones orientales, las mágicas y las paganas distan mucho de la cosmovisión moderna y posmoderna, pero en realidad… no. El primer acercamiento occidental de una postura racionalista lo encontramos tan temprano como lo es la cosmovisión filosófica griega. El teólogo Bultmann (liberal y existencialista en su teología) explica la cosmovisión griega diferenciándola del pensamiento bíblico (al que por cierto no consideraba una cosmovisión porque desde su perspectiva el relato bíblico era una amalgama de diversos relatos y tradiciones). Decía que la cosmovisión griega giraba en torno al orden cósmico, donde el ser humano (así como todas las cosas), según su propia naturaleza, embonaba en el referido orden; y que a pesar de ser este orden un orden predeterminado por la propia naturaleza de las cosas, el hombre obtenía libertad al poder ejercer su albedrío dentro de sus capacidades naturales y racionales, lo cual lo diferenciaba de los animales y lo acercaba a los dioses (que por cierto tampoco estaban exentos del orden cósmico). Así, la razón y la virtud, eran la manera en que el hombre podía “manipular” el orden para obtener el bien. Este paso de una cosmovisión mágica a una cosmovisión centrada en la cultura y la razón también la explica el teólogo holandés Herman Dooyeweerd. Lo cierto es que tanto las cosmovisiones paganas como filosóficas centradas en la razón, aunque vislumbraran un mundo supramaterial, dicho mundo lo concebían como parte de la entidad natural de las cosas, el cosmos.
En el modernismo, el ateísmo y el materialismo solamente negaron la posibilidad de la existencia de lo supramaterial y conservaron la noción de que el universo sólo podía ser cognoscible desde una posición naturalista, sosteniendo como lo propuso Hegel que “lo real era racional”; aunque después, como comenta Carson, el posmodernismo criticó el racionalismo del modernismo pero conservó la noción naturalista. Es así, que en el posmodernismo se da la posibilidad de un retorno a lo mágico, en un ambiente donde se da más valor a la experiencia subjetiva y menos a la racional; pero que no por ello se abre a la cosmovisión cristiana auténticamente supernaturalista, sino que tiende a interpretar lo mágico como la manifestación natural de la energía del cosmos, la cual se puede manipular, por lo que el hombre puede ser “como dios”.
El Dios bíblico, trascendente e inmanente se revela en la persona de Jesucristo como el creador que es capaz de alterar la naturaleza al entrar en ella sin perder su trascendencia. El verdadero Señor soberano de todo, no supeditado a ninguna fuerza cósmica, sino Salvador y Glorioso: este era el mensaje de Pablo en Romanos; dice de los paganos y filósofos de su tiempo: “porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles. Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén”.
No nos engañemos, el llamado hoy es el mismo, ¿a qué o a quién damos nuestra fidelidad?, ¿es la razón, la emoción o la experiencia mística que gira en torno al propio hombre? No seas sabio en tu propia opinión. Pablo dijo que la clave era “la obediencia al evangelio”, es decir, la fidelidad a Cristo crucificado, el ápice de la revelación Dios – hombre, humillación – poder, en Cristo Jesús.
Vienen tiempos en que la cultura nos impondrá la dura decisión de ser fieles o no a la cosmovisión que el evangelio nos presenta. “Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis…” (Josué 24:15)
