«La mejor manera de enfrentar el dolor es con las manos, Si lo haces con la mente, en lugar de aliviar el dolor, éste se endurece aún más».
Quiero compartirles mi testimonio con referencia a esto:
Cuando la enfermedad de Alzheimer llegó a nuestras vidas y mi esposo fue diagnosticado con ella, fueron 7 años en los que tuve el privilegio de cuidarlo y atenderlo, de día y de noche sin ayuda de enfermeras. Dios fue mi acompañante fiel y juntos vivimos una aventura de fe maravillosa.
Fue en ese tiempo en que experimenté lo maravilloso que es lo que con nuestras manos hacemos. Yo no sufrí el encierro como tal, porque me ponía a tocar y grabar himnos en el piano para traerlos a su cama y que mi esposo los escuchara; me ponía a cocinar y a hacer las papillas que él necesitaba para comer. También fue ése el tiempo en que empecé a escribir y compartir mis reflexiones de cómo día a día Cristo iba conmigo. Me ponía a tejer cuando él dormía, y el realizar diferentes proyectos con mis manos me llenaba de alegría a pesar de esos momentos tan difíciles; mientras los realizaba, el dolor de lo que estaba viviendo se iba porque mi mente estaba ocupada en el trabajo de mis manos.
Nuestras manos son las antenas de nuestra alma. Si las mueves tejiendo, cocinando, pintando, tocando un instrumento, escribiendo o hundiéndolas en la tierra, envías señales de cuidado a la parte más profunda de ti que es tu alma. Es allí cuando tu alma se ilumina, porque le estás prestando atención. Entonces las señales del dolor se aminoran.
Es bueno pensar en esto: los bebés comienzan a conocer el mundo, gracias al toque de sus pequeñas manos. Si miras las manos de los viejos, te cuentan más sobre su vida que cualquier otra parte del cuerpo.
Todo lo que se hace a mano, se dice que está hecho con el corazón. Porque es realmente así: las manos y el corazón están conectados.
Hay que mover nuestras manos. Comienza a crear con ellas y todo dentro de ti se moverá. El dolor no pasará; pero puedes estar seguro de que lo que hagas con ellas, se convertirá en la obra maestra más hermosa. Y ya no dolerá más. Porque habrás sido capaz de transformar el dolor.
Que el favor del Señor nuestro Dios esté sobre nosotros y confirme la obra de nuestras manos; sí, la obra de nuestras manos confirma, Amén (Sal. 90:17).
Aurora Lezama Becerra
