El mes de octubre es el mes de la Reforma Protestante, y casi en general las iglesias evangélicas se unen a celebrar la separación con la Iglesia de Roma. Pero si vemos un poco la historia en general, para los primeros protestantes éste no era el fin que buscaban: lo que querían era reformar a la iglesia romana para quitarle aquellas cosas que estaban añadidas a la Escritura, no quitar lo que la Iglesia había afirmado, desde su historia, lo que es verdad.
Con esto en mente quisiera explicar lo que es la “Sola Scriptura”, ya que se ha hecho un mal entendido con este término, deformándolo completamente a algo que los primeros protestante no afirmaban. Y es que es normal que el lema de Sola Scriptura lo usemos como grito de guerra contra todos aquellos que pertenecen a la Iglesia de Roma; pero muchas veces nosotros hacemos lo mismo con algunas prácticas en nuestras iglesias, o simplemente ni conocemos lo que realmente significa el término.
Para conocer éste debemos ahondar en el pensamiento y en el contexto de cuando se formulan estas ideas. Hacerlo también nos va a ayudar a reformarnos a nosotros mismos, a conocernos si tenemos algún punto de vista erróneo.
Lo primero que hemos de decir al afirmar la Sola Scriptura en Lutero, es que al decir que su última autoridad es la palabra de Dios, no significa que él sea un biblicista rígido como en el día de hoy los tenemos. Estos biblicistas son los que dicen: “Dime el versículo y el capítulo para creer lo que afirmas”; este tipo de gente es peligroso, porque primeramente para leer la Escritura no puedes leerla desde tu contexto particular, ni desde las aplicaciones culturales de tu día a día. A este tipo de gente se les llama generalmente “literalistas”, y este tipo de lecturas nos puede llevar a opiniones parecidas como las que afirman los “Testigos de Jehová” o los «Adventistas del Séptimo día”, y esto es algo que ni los Padres de la Iglesia o primeros cristianos hacían tampoco.
La “Sola Scriptura” no significa la eliminación de otras fuentes para el estudio cristiano: significa que ésta es la última de las autoridades y que resuelve las disputas entre las controversias. Es decir, que la Sola Scriptura no significa que dejemos la Tradición o la Razón en otro lado, sino que todas éstas pueden afirmar verdades bíblicas profundas, pero que deben de pasar al final por el filtro de la Escrituras. En palabras del mismo Martin Lutero, que dice:
“La verdad de las Escrituras es lo primero. Después de que se acepta eso, uno puede determinar si las palabras de los hombres pueden aceptarse como verdaderas”.
Esta definición no es algo que Lutero se “saca de la manga”, o que haya inventado él el hilo negro. Recordemos que Lutero era un monje agustiniano, por lo tanto conocía lo que la Iglesia ya había proclamado y declarado en la historia, y simplemente recoge y simplifica definiciones que ya otros habían hecho. Por ejemplo en la época escolástica, algunos de los exponentes de ese pensamiento ya habían hecho algunas expresiones así. Tomas de Aquino afirma muy fuertemente este punto en la Suma Teológica:
Nuestra fe descansa en la revelación hecha a los profetas y apóstoles que escribieron los libros canónicos, no en la revelación, si es que la hay, hecha a cualquier otro maestro.
Con esto sí debemos ser cuidadosos al decir que la Iglesia de Roma no considera la Escritura como palabra de Dios. Más bien el problema que tienen los reformadores, y nosotros también, es el nivel de autoridad en que se le coloca respecto a otras fuentes de pensamiento cristiano. Como protestantes nosotros también afirmamos los credos ecuménicos que toda la Iglesia que se haga llamar cristiana debe afirmar; y los podemos respaldar porque están sostenidos en la Escritura y porque el mismo testimonio de la Iglesia nos los vuelve a afirmar. Y es que cuando Lutero pelea con Roma, no se pelea con la Tradición en sí, sino con todos esos añadidos que se imponían de manera aleatoria y por gusto de las cabezas de la Iglesia. Para que entendamos un poco veamos esta afirmación del tiempo de la Reforma:
“Quien no se aferra a las enseñanzas de la Iglesia Romana y del Papa como la regla infalible de la fe, de la cual incluso la Sagrada Escritura obtiene su fuerza y autoridad, es un hereje”
Aquí vemos un punto muy interesante: esta afirmación que contradice la misma afirmación de lo que la Iglesia ha creído siempre, como vemos en la cita de Tomas de Aquino (la cual es considerada la misma doctrina de Roma según documentos citados más adelante). Es decir, más bien la acusación de los reformadores es que la Iglesia de Roma estaba, y está todavía, traicionando a la Tradición Apostólica. De lo que se acusa realmente es de que Roma está manoseando la Tradición, e imponiendo dogmas a diestra y siniestra a su gusto. Con esto podríamos entender más bien la idea de “Reforma Protestante”; es decir, no se quiere destruir lo que era verdadero, sino más bien volver a la forma original.
Esto nos lleva a ver, si es que alguien ha estudiado eso, cómo cuando Lutero es llevado a debatir con los teólogos católicos de la época él usó a los Padres y los Credos igualmente para reforzar sus ideas. Incluso en sus comentarios sobre Gálatas o en otros escritos vemos cómo cita a Agustín o también tiene muchas ideas de Bernardo de Claraval. Inclusive él mantiene creencias que para algunos evangélicos serían problemáticas, como pensar que el bautismo tiene un poder salvífico (cosa que Wesley también afirma en su tratado sobre el bautismo).
Con todo esto en mente, podemos decir nuevamente que la “Sola Scriptura” no representa que la Biblia sea la única autoridad, sino que es la última. La “Sola Scriptura” no personifica un biblicismo raquítico, que se convierte en un literalismo bíblico; más bien lo que significa es que vemos lo que otros cristianos han dicho y que está conforme a la Escritura. Lutero, de hecho, conoce los textos de dicta probanta -es decir los textos de pruebas o los comentarios que se ponían como notas de texto para reforzar alguna posición-. Ahora bien, todos estos comentarios para Lutero, aunque pueden ser una guía confiable y fiel, no significa que los vea como autoridad final; a Lutero le interesaba más discutir el significado de un texto, que discutir qué pensaban Orígenes o Clemente de un pasaje en específico; en palabras del mismo Lutero:
Esta es nuestra base. Donde la Sagrada Escritura es el fundamento de la fe, no debemos desviarnos de las palabras como están ni del orden en que están, a menos que un artículo de fe exprese una interpretación u orden diferente. Por otra parte, ¿qué pasaría con la Biblia?
Igualmente sus colaboradores y grandes teólogos como Melancthon afirman que aunque «sabemos que lo que se ha expuesto en los libros canónicos es la doctrina del Espíritu Santo. No sabemos que lo que se decida por los concilios es la doctrina del Espíritu Santo a menos que esté de acuerdo con las Escrituras». Otros reformadores también afirman lo mismo; como Zwingli, que decía que «La Palabra de Dios es tan viva, fuerte y poderosa que todas las cosas tienen que obedecerla necesariamente, y eso es tan frecuente y en el momento que Dios mismo lo designa».O uno de los grandes teólogos, al que no le hemos dado el lugar que corresponde, como Bullinger, quien dice que «todos los decretos de la fe cristiana, con todos los modos de vivir rectamente, bien y santamente, y, en fin, toda la sabiduría verdadera y celestial, se han sacado siempre de los testimonios, o juicios determinados por la palabra de Dios».
En este mismo escrito, que es un sermón, Bullinger hace distinciones acerca del uso del concepto de la Palabra de Dios, como cuando sale de la boca de un profeta o cuando el Ángel le habla a María. Él habla de que cuando dice Verbum Dei, está hablando de lo que está contenido dentro de las Escrituras, pero que también la Tradición Apostólica nos puede ser de gran beneficio para los cristianos:
Ahora bien, también nos beneficia conocer los principios fundamentales de esa tradición viva, transmitida por los santos padres, por designación de Dios, de mano en mano, por así decirlo, a toda la posteridad. Los padres enseñaron a sus hijos que Dios, por su bondad natural, deseando el bien de la humanidad, quería que todos los hombres llegaran al conocimiento de la verdad, y que fueran en naturaleza como Dios mismo: santos, felices y absolutamente bienaventurados.
La Escritura está ahí como autoridad final, pero también tenemos la Tradición y también tenemos nuestra experiencia personal con el Espíritu Santo. Los Reformadores, como vamos viendo, no es que rechazaran otras fuentes de autoridad para su vida. El mismo Calvino (que para muchos puede ser un teólogo demasiado sistemático) decía que:
Si deseamos cuidar de nuestra conciencia de la mejor manera, para que no vacilen ante la continua duda, debemos derivar la autoridad de la Escritura de algo más elevado que las razones, indicaciones o conjeturas humanas. Esto se debe a la declaración interna del Espíritu Santo, ya que aunque gana reverencia por sí misma por su propia majestad, aun así realmente nos impresiona realmente cuando está sellado por el Espíritu en nuestros corazones.
Otro reformador, el inglés Thomas Cranmer, hizo lo mismo en los 39 artículos de la Iglesia Anglicana al decir que:
La Sagrada Escritura contiene todo lo necesario para la salvación de tal manera que lo que no se lea en ella o pueda probarse a través de ella, no se exige a ningún hombre que sea creído como artículo de Fe, o se piense que sea requisito o condición para la salvación.
Como podemos ver, habla en este artículo acerca de la Escritura, de lo que no se lea en ella, pero también lo que puede probarse a través de ella. Lo que quiere explicar aquí es que la Escritura tiene doctrinas explícitas, pero también implícitas, las cuales es igual de beneficioso afirmarlas y creerlas. Tenemos de ejemplo la Trinidad, la doble naturaleza de Cristo o las definiciones ontológicas sobre la naturaleza de Dios; todas estas doctrinas no tienen un versículo y un libro específico, pero si leemos la Biblia en su conjunto podremos llegar a ver por qué los primeros cristianos las afirmaban y las pusieron en los credos ecuménicos.
Podemos terminar diciendo que a Jesucristo no se le puede entender sin las Escrituras del A.T.; por este mismo sentido, la Escrituras preceden a la Tradición Apostólica; pero también podemos decir que la Escritura crea una tradición. Entonces la Tradición es una manera en que interpretamos la Escritura. Como bien decía Lutero, al definir su triple definición de la palabra de Dios:
Por lo tanto, debemos saber que la palabra de Dios se habla y se revela de una manera triple. Primero, por Dios el Padre en los santos en gloria y en Sí mismo. Segundo, en los santos en esta vida en el Espíritu. Tercero, a través de la palabra externa y la lengua dirigida a los oídos humanos.
Extracto del libro: “Un esbozo de teología metodista” de J.R. González.
Jesús R. González
Miembro Iglesia Metodista en la CANCEN
