LA REVOLUCIÓN QUE HACE FALTA
Este 20 de noviembre estaremos recordando una vez más el comienzo del primer gran movimiento social del siglo XX: la Revolución Mexicana. En la escuela nos han dado una visión redentora de este movimiento, y aprendimos a asociarlo con desfiles cívico-militares y día de asueto -algunas veces un puente vacacional- sin que tengamos una conciencia clara del alcance de esta gesta. Nos ayudaría, como dice Enrique Semo, equipararlo con el movimiento independentista, otra revolución:
En México, las dos revoluciones fueron precedidas por un periodo en que los círculos dominantes, embriagados por los éxitos de la modernización desde arriba, dejan de cumplir con el principio establecido en su tiempo por José María Luis Mora: cada gobierno debe “representar a toda la sociedad, a la vez que se defienden los intereses de una parte de ella”. En un país eminentemente rural, los campesinos sienten amenazadas sus comunidades, no sólo por la expropiación de tierras, sino por el ataque a su tejido social, cosa que sucedió antes de la Revolución de Independencia y de la Revolución Mexicana. (Semo, 2015).
Los metodistas tenemos referencias históricas de la participación de laicos y pastores en el movimiento revolucionario de 1910, y en este número el Fan Ganteano nos ayuda a recordarlos. Pero ahora, en 2023, año del Sesquicentenario, tenemos aún pendientes temas que harían una revolución en la vida de nuestra iglesia, y no necesitamos esperar a que otros los hagan en nuestro lugar. No son todas las cosas que podríamos hacer, pero valdría la pena tratar algunas de ellas:
- Podríamos empezar a hablar en primera persona de singular al señalar nuestros defectos, en vez de cubrirnos con la primera persona de plural: es más cómodo decir: “hemos sido negligentes al enseñar la Palabra a las nuevas generaciones”, que decir “He sido negligente al enseñar la Palabra a las nuevas generaciones”; pero la segunda frase es más cierta y desafiante, y sí que sería revolucionaria.
- Podríamos empezar a pensar cómo podemos ser parte del extendimiento del reino, con los dones que el Espíritu Santo nos ha dado, y acercarnos al líder, al pastor, para ponernos a sus órdenes y poner a trabajar esos dones que recibimos, sin juzgar el trabajo que otros hagan.
- Podríamos empezar a dejar de pensar que el pastor de nuestra iglesia es quien debe orar, visitar, predicar, y comenzar a ofrecernos como apoyo para estas tareas. No se trata de decir o pensar: “el pastor debe orar, porque para eso se le paga”, sino entender que la labor de orar es tarea de todos, pastores y laicos.
- Podríamos empezar a pedir perdón específicamente, a lo valiente. ¿Qué pasaría si dijéramos a quienes hemos ofendido, “perdóname porque te ofendí en esta ocasión, de esta manera”, reconociendo sin reservas nuestra falta, en vez del vago y cómodo “perdóname si en algo te he ofendido”? (además, si supuestamente no sabemos si hemos ofendido, ¿para qué ser hipócritas pidiendo perdón?).
- Podríamos empezar a reconocer que si no vamos a la iglesia es porque NO QUEREMOS HACERLO, en vez de cubrir nuestra indiferencia alegando que dejamos de asistir por el hermano que decimos nos ofendió, o la manera del culto que decimos no es de Dios. Y podríamos empezar a avergonzarnos de no querer formar parte del Cuerpo de Cristo, en vez de justificarnos en nuestro capricho de aislarnos.
- Podríamos empezar a dejar fluir todos los dones del Espíritu, no sólo aquellos con los que nos sentimos cómodos o a gusto. Hay iglesias donde la gente gusta del don de misericordia, o de servir, pero no quiere saber nada del hablar en lenguas o el discernimiento de espíritus; o al revés, quieren las lenguas y el discernimiento, pero nada de servir o de tener misericordia. Dejemos de limitar al Espíritu, que es quien reparte los dones COMO ÉL QUIERE.
Estas conductas cuestan, porque nos llevan a golpear nuestro orgullo. Pero es ese orgullo el que necesitamos doblegar, para que la revolución del Espíritu Santo cambie nuestra vida. Recordemos que sólo si el Espíritu Santo nos guía, podemos considerar que somos hijos de Dios, según dice la Biblia.
Invitamos a leer y dialogar con nuestros escritores de esta edición. El diálogo con ellos usando el espacio de comentarios que dejamos al final también puede ser parte de una pequeña revolución, un cambio de pensamiento.
Fraternalmente en Cristo,
María Elena Silva Olivares.
Referencia
Semo, E. (2015, March 4). Tres Fines de Siglo. Enrique Semo Calev. Retrieved November 14, 2023, from https://esemo.mx/wp-content/uploads/2020/07/TRES-FINES-DE-SIGLO-04-03-15.pdf
