“El pragmatismo* conduce inevitablemente a una pluralidad de creencias, todas ellas transitorias y ninguna de ellas eterna o universalmente verdadera” (Nancy Pearcey)
Decir “yo tengo la sana doctrina,” al día de hoy pareciera decir un chiste mal formulado; ya que habiendo tantas denominaciones y comunidades de fe que diferimos en demasiadas cosas, no vemos claro lo sano que se proclama; pero vamos hablando sólo de aquellas que consideramos a la Escritura como base y último filtro de lo que creemos.
El problema es que cada día se suman “nuevas revelaciones y prácticas” a lo que decimos creer, desestimando el patrimonio intelectual de casi dos mil años de reflexión teológica.
Si cada denominación o comunidad tiene establecido su marcos teológico y doctrinal,
¿por qué fácilmente hay filtraciones en nuestras creencias y prácticas?
Cuando las iglesias históricas y algunas de las que no lo son, tienen marcos doctrinales y teológicos bien estructurados y delimitados es fácil reconocer filtraciones en lo que creemos.
Pero ¿por qué la feligresía no los conoce?
Al no conocerlos crea un gran problema, pues estas filtraciones o anexiones a nuestras creencias y prácticas poco a poco van desviando a la feligresía hacia otros caminos “más atractivos”, basados muchos en la experiencia vivencial y no en la Escritura.
Todos decimos ser bíblicos en nuestras creencias, pues todas estas enseñanzas y prácticas nuevas y otras no tan nuevas (pero ajenas a nuestros marcos teológicos y doctrinales) están únicamente basadas en uno o dos versículos o en alguna porción mínima de la Escritura, dejando de lado la estructura más firme que ya se tiene.
El turismo eclesiástico y la migración entre congregaciones ha agravado este asunto, pues van y llevan conocimientos, corrientes y prácticas que no siempre van acorde con lo que se cree en donde llegan y nadie las detiene cuando son enseñadas o expuestas.
-El primer filtro debería ser el conocimiento doctrinal y bíblico que cada uno tiene.
-El segundo, la guianza pastoral.
-El tercero, los maestros.
Aquí no se trata de tener la razón y la verdad absoluta, pues creo que nadie cumple con estos requisitos. Pero sí creemos que lo que enseña y predica cada quien de manera denominacional en su entorno y dentro de determinados marcos teológicos y doctrinales es verdad, aunque reconociendo que no somos únicos poseedores de toda la verdad.
El reclamo es el porqué permitimos que estos marcos, sean cual fueren, sean adulterados fácil y rápidamente.
¿Donde están las barreras y filtros?
Estas barreras están en los maestros.
La Escritura es clara: Dios estableció además de pastores, maestros en cada comunidad de fe.
Los maestros en gran medida van a regular y filtrar lo que se enseña y predica dentro de su entorno, esto es gracias a lo que ya han enseñado en donde están o porque ellos mismos ven con claridad el error y lo señalan.
Un maestro lleva años para formarse. Si bien Dios le da la sabiduría y lo necesario para ejercer este ministerio, el que es llamado a ser maestro tiene que estudiar y buscar el conocimiento por sí mismo, éste no llega solo. Son años de lectura, escrutinio y aprendizaje de las Escrituras y permanencia en un lugar lo que le da la solidez y autoridad en donde se desempeña. No es un improvisado ni alguien que enseñe a la ligera sobre “algo” que acaba de aprender o leer; todo lo filtra a la luz de la Escritura, pone cuidado de cuál ha sido la tendencia de la Iglesia Universal y trascendente en lo que enseña; si ya se había clasificado alguna enseñanza como errónea no la revive, discierne entre vientos de doctrina dañina y mentirosa, no hace caso de las novelerías ni de los mitos. Todo lo pasa por el filtro de la Escritura; y por maravilloso, bueno y deslumbrante que parezca, si no está perfectamente respaldado con bases escriturales, no sólo lo desecha, sino que enseña y señala el error y el porqué no se recibe tal o cual práctica o enseñanza.
Toda una tarea enorme y grande peso tienen sobre sus hombros los maestros. Pero NO están solos:tienen la ayuda y guía del Espíritu Santo, el cual les guiará a toda verdad.
Los tiempos nos llevan a querer ser más prácticos que ir por el lento camino de la enseñanza, sin siquiera hacer una pausa a pensar si algo va en concordancia con lo que creo; tiene más peso él cómo me siento, el sí me gusta o no, lo espectacular es más llamativo.
Si la iglesia donde te congregas no tiene marcos doctrinales y teológicos claros, ahí no es; si donde asistes, sólo una persona es la autoridad en la enseñanza y no permite que nadie enseñe, tampoco ahí es; pues Dios levantó todo un grupo dentro de cada comunidad para que, apoyados unos con otros, eviten desviarse; si donde asistes sí los hay, pero no los conoces, creo que es responsabilidad personal el buscar conocerlos y aprenderlos.
-Hay varios desafíos que tenemos por delante:
1er Desafío.- No conocer la Escritura después de tantos años. Hay que ser responsables y aprenderla.
2do Desafío.-No conocer nuestros marcos Teológicos y Doctrinales. Hay que preguntar.
3er Desafío .- Lidiar con el turismo eclesiástico y la migración interdenominacional.
4to Desafío.-El individualismo. El no estudiar juntos y valerse sólo de la revelación personal.
“A continuación hay algunas de las partes que Dios ha designado para la iglesia:
-en primer lugar, los apóstoles;
-en segundo lugar, los profetas;
-en tercer lugar, los maestros;
-luego los que hacen milagros,
-los que tienen el don de sanidad,
-los que pueden ayudar a otros,
-los que tienen el don de liderazgo,
-los que hablan en idiomas desconocidos.”
(1 Corintios. 12:28 NTV)
Los maestros, pues, son esa parte del Cuerpo de Cristo que Dios ha designado para edificar a la iglesia a través de la enseñanza fiel de las Escrituras.
Carlos Alejandro Muro
CANCEN
