«150 De la Misión Metodista en México» Presentación

«150 De la Misión Metodista en México» Presentación

Por Alan Sánchez Cruz
Gante, Ciudad de México, a 26 de noviembre de 2023

Como esfuerzo misionero, el metodismo llegó a México por medio de dos ramas cuyo origen común fue la Iglesia Metodista Episcopal en los Estados Unidos de América; una conocida coloquialmente como “del norte” y otra “del sur, o misión sur”. Enviados al país en 1873 por sus Juntas de Misiones, los misioneros se integraron al trabajo que otras denominaciones desempeñarían a la par en estados y comunidades cuya posición sería estratégica en favor de su labor proselitista. De acuerdo a Jean Pierre Bastian, fueron al menos cinco las sociedades misioneras provenientes del país vecino que habrían tenido presencia en México: la Junta Americana de los Comisionados para las Misiones Extranjeras, de la Iglesia Congregacional; la Sociedad Misionera de la Iglesia Presbiteriana del Norte; la Sociedad Misionera de la Iglesia Presbiteriana del Sur; y las respectivas sociedades de los metodismos antes mencionados.

En un inicio, no hubo diferencias doctrinales marcadas entre las denominaciones al presentar la nueva religión en un país de hegemonía católica romana, aunque sí en la ejecución y comunicación de sus tradiciones y modelos eclesiásticos. Lo que realmente interesaba en aquel momento era aprovechar la puerta que había abierto el gobierno mexicano tras el triunfo del liberalismo, la proclamación de la Constitución de 1857 y de las Leyes de Reforma en 1859. Tales sucesos promovieron la libertad de culto, así como la libertad de conciencia. La estabilidad política que México reflejó al exterior durante la segunda mitad del siglo XIX suponía a las sociedades misioneras estadounidenses un escenario ideal para su establecimiento y desarrollo. Además, no hay que olvidar que los representantes de estas últimas hallaron que existía ya actividad propagandística, misional, en pequeños núcleos evangélicos asentados en el país con quienes los misioneros crearon redes de apoyo en la propagación de su mensaje, de esa propuesta distinta de evangelio.

Por medio de la lectura llana, se dirá que la Providencia divina proporcionó lo necesario para el extendimiento de la obra. Es una posibilidad de lectura, aunque, no debemos olvidar que, al hablar de los albores del protestantismo mexicano, es indiscutible una visión de contexto. Tendremos que preguntarnos: “¿Qué pensaron los adeptos al catolicismo al arribo de los protestantes, y cuál fue la opinión que les merecían tanto a la feligresía como a sus autoridades eclesiásticas?”, y, “¿cuál fue la realidad que enfrentaron misioneras y misioneros cuando llegaron a un país cuya religión predominante era totalmente distinta a la suya?”.

Carlos Martínez García registra la opinión del diputado Marcelino Castañeda durante los debates del Congreso Constituyente de 1856-1857, quien observaba que el tema de la tolerancia de cultos era contrario a la voluntad nacional. Decía que el pueblo no quería conocer otra religión más que la católica. Señala Martínez García: “La libertad de cultos, en su perspectiva, daría la oportunidad a que las personas fuesen puestas ante el error, porque carecen de la «suficiente instrucción para distinguir a la mentira de la verdad»”. [1] Una visión sesgada de lo que representaba el protestantismo, pero que servía de justificación a la religión hegemónica para cerrar filas. En cuanto a la visión de los protestantes –y hay que poner atención a esto–, dice Rubén Ruiz Guerra lo siguiente:

México importaba a los misioneros como un rico campo para la evangelización, pues era, pensaban, un país en que millones de seres estaban deseosos de escuchar la Palabra de Dios y de acudir a cualquier llamado que se les hiciera para seguir sus enseñanzas. Pero la posibilidad de predicar ante nuevas y receptivas audiencias no era el único interés que impulsaba a los misioneros a nuestro país. México fue concebido también como la llave de entrada a Centro y Sudamérica.[2]

Lo último resulta lógico debido a motivos geográficos. Además, el ánimo redentor de las misiones extranjeras, así como la diligencia en la evangelización de un campo listo para la cosecha, se apoyaron en las doctrinas del milenarismo y del “Destino manifiesto”. La primera –que todavía se predica en algunos púlpitos, para que nos percatemos del alcance de las ideas– se basaba o se basa en la creencia de que, al final de los tiempos, Cristo retornaría en gloria para atraer a sí mismo a los justos, aniquilando a los poderes hostiles para establecer su reino glorioso en el mundo, que traería consigo toda clase de goces. En los últimos tiempos, los santos entrarían al cielo con Cristo y los pecadores serían enviados al fuego eterno. La duración del reino mencionado sería de mil años, por eso es llamado milenarismo o “el milenio”. Esto justificaba que pensadores cristianos y misioneros apurasen la evangelización. En cuanto al “Destino manifiesto”, era doctrina sostenida por tres ideas principales:

  1. El gobierno de los Estados Unidos, la Constitución y las instituciones del país y, a consecuencia de ello, los propios estadounidenses, poseen virtudes que los hacen únicos y especiales.
  2. Como consecuencia de lo anterior, los estadounidenses tienen la obligación moral de propagar su forma de gobierno y su visión del mundo.
  3. Y que en esta misión serán acompañados por Dios.

Una visión paternalista –que da seguimiento a un colonialismo ideológico– se entrevé en las líneas anteriores y, por supuesto, con toda la intención, en uno de los tres libros de John Wesley Butler, hijo de William, que dedicó al estudio del país en su devenir histórico desde la conquista española hasta el advenimiento y posterior asentamiento de la Iglesia Metodista Episcopal. En el último capítulo de Mexico coming into light (o, México se acerca a la luz[3]), escribía:

En cierto sentido, fue históricamente significativo y singularmente coincidente que, el 19 de febrero de 1873, William Butler, el primer Superintendente de las Misiones Metodistas en México, llegase al puerto de Vera Cruz y, junto a su familia, aterrizaran en suelo mexicano en el mismo lugar que Hernán Cortés hace trescientos cincuenta años. ¡Pero hay una gran diferencia entre la misión de William Butler y la del aventurero Español! En 1856, el Obispo Simpson le había encargado las “Indias Orientales” entre la raza Aria para sentar las bases de una obra idéntica a aquella emprendida en las “Indias Occidentales” entre la raza Azteca.

Ambas razas requerían la luz encendida de una convicción que fuese más allá de las palabras o un culto tradicional. La estela de la serpiente contaminó las Indias, Oriente y Occidente. El fanatismo asesino en Juggernaut[4] y la fe dura y feroz en Huitzilopochtli revelaban, también, la gran necesidad espiritual en la India y en México.

Finaliza:

Después de todo, no es una cuestión de raza sino de religión, otorgar a cada nación libertad para vivir y para creer; liberarla completamente de sacerdocio y superstición. Encaminar a esa nación a “la libertad gloriosa de los hijos de Dios”[5], para que realmente “se levanten y resplandezcan”[6], pues ha venido su luz.

Para John Wesley Butler, México se acercaría a la luz haciendo suyo el evangelio que el protestantismo estadounidense y particularmente el metodismo episcopal proclamaba (he mencionado al metodismo episcopal, pues recordemos que al país arribaron dos metodismos; en 1873, aclaro).

El metodismo estadounidense llegó dividido a México. Aunque sus dos ramas se unificarían de manera oficial hasta 1930, anterior a esa fecha tal división era marcada y, ha de decirse, todavía en nuestros días existen autoproclamados herederos ideológicos tanto de la Iglesia Metodista Episcopal como de la Iglesia Metodista Episcopal del Sur (o, Sur). De acuerdo a Gonzalo Báez Camargo, dos corrientes teológicas nacidas en Estados Unidos permearon en los esfuerzos evangelizadores de ambas misiones. Por una parte, el fundamentalismo, que no era otra cosa que regresar a los fundamentos del evangelio. En otras palabras, afirmar “la naturaleza pecaminosa del hombre, su incapacidad para salvarse aparte de la gracia de Dios, lo indispensable de la muerte de Jesús para la regeneración del individuo y la renovación de la sociedad, [así como] la autoridad de la revelación bíblica”[7]. Por la otra, el modernismo, que aceptaba la “alta crítica” bíblica “como reacción contra el escolasticismo y la teología dogmática católicorromana tradicional, considerando los dogmas sólo como símbolos de alto valor moral”[8]. En México, la pugna fue interna y en un sentido de política eclesiástica. Los considerados fundamentalistas hostigaban a los librepensadores que, por el hecho de estudiar, de saber, de desafiar la ortodoxia, eran vistos como “sospechosos”.

Báez Camargo, en diálogo con Jean Pierre Bastian, cuando este último le pregunta acerca de la idea de una Iglesia Evangélica Unida antes de la unificación y autonomía de la Iglesia Metodista de México, el primero responde:

Se frustró empezando. Los que éramos jóvenes entonces fundamos una Asociación Nacional Juvenil con elementos de varias denominaciones, pero los mayores no la veían con buenos ojos. No en la Iglesia metodista. Yo debo decir que en la Iglesia metodista siempre todos esos proyectos recibieron apoyo, por lo menos hasta que vino la fusión con la Iglesia Metodista del Sur en E. U. Los hermanos del sur –dicho sea con toda claridad– nos trajeron una corriente antiecuménica, fuertemente fundamentalista, y todo eso afectó mucho al movimiento metodista en México. Pero la Iglesia metodista, que entonces se llamaba del norte (…), fue de mucha inspiración. Yo recuerdo que para mí eran una inspiración los pastores: hombres de mente muy amplia, con mucha libertad, y que les gustaba mucho la lectura, el estudio y todo eso, y de un espíritu muy fraternal, por lo menos con otras denominaciones. Entonces se crearon esos proyectos de cooperación y unidad que tenían serios obstáculos para su logro[9].

La unificación también fue un proceso, aunque, la división ideológica no desapareció por completo. Es importante decirlo, antes de que algunas susceptibilidades resulten heridas, que lo que deseo enfatizar no tiene que ver con acentuar reminiscencias en las iglesias herederas del liberalismo del metodismo del norte o del fundamentalismo del metodismo del sur. Que, en algunos, todavía es motivo de orgullo. Ese no es el tema. Lo que digo es que la manera en que percibimos al mundo en el que vivimos, en sus distintos ámbitos –político, cultural, religioso, etc.– tiene también sus porqués. Podemos hacer un ejercicio retrospectivo y preguntarnos:

¿Por qué pertenezco a la Iglesia Metodista y no a otra denominación?

¿Por qué asisto a esta congregación y no a otra que está más cercana a mi hogar?

¿Tengo un pensamiento abierto o cerrado a las distintas expresiones de fe o a las distintas maneras de pensar?

¿Por qué tengo determinada postura teológica y no otra?

Cuando el movimiento metodista llegó a México recibió rechazo a partir de lo meramente religioso. Después pasó a lo ideológico. Contrario a algunas homilías que, lastimosamente, todavía llegamos a escuchar de que el asiento del protestantismo en el país involucró la lucha de “buenos” y “malos”, “justos” e “injustos” o “santos” contra “pecadores”, la entrada de las denominaciones extranjeras a la escena nacional trastocó la religión mayoritaria, la que le daba significado a una identidad nacional. Tomando en cuenta esto, en un examen de aquel proceso histórico, es que nos atreveremos a dialogar y a dejar de considerar a la otra, al otro, como ajeno y le miraremos como propio, y parte fundamental en la construcción de nuestra historia personal y comunitaria.

El metodismo nació con un espíritu de diálogo y encuentro, de cooperación antes que de juicio y rechazo, de inclusión antes que de sectarismo y marginalidad. Hoy que presento ante ustedes este libro, 150 de la Misión Metodista en México. Ciento cincuenta biografías breves, quiero enfatizar que los esfuerzos de muchos de los metodistas –no todos, desafortunadamente– cuyas historias son narradas aquí de manera sucinta hallaron su razón en ese espíritu de cooperación y de encuentro con la otra, con el otro.

Casi para finalizar quisiera hacer mención de algunos personajes, con la intención de meditar en lo que el metodismo fue, que ya no será, lo que es y lo que puede ser. Convenir esto último, por supuesto, les corresponderá a ustedes, metodistas.

150 de la Misión Metodista en México habla de los Butler: Clementine, William, John Wesley; de Gold Corwin Hauser, misionera, traductora, docente del Seminario Teológico Unido, cuyo nombre porta la Legión Blanca de Servicio Cristiano de Gante; de Levi B. Salmans, médico y pastor que fundase el sanatorio “El Buen Samaritano” en Guanajuato; de los revolucionarios Calixto Contreras, Antonio Hidalgo Sandoval, Rubén Jaramillo, Otilio Montaño, José Rumbia, José Trinidad Ruiz, Ángel y Benigno Zenteno; de los maestros Emilio Fuentes y Betancourt, Vicente Osorio, Guillermo A. Sherwell; de las maestras Sara Alarcón Tapia, Bertha Gamboa Munguía, Adelia y Juana Palacios, Adela Ruz; de Dolores Correa Zapata, “la mujer científica”; de los poetas Francisco Estrello y Raúl Macín; de los himnógrafos Pedro Grado Valdés, Vicente Mendoza y Manuel Vigueras Flores; de los que nos han dejado, Graciela Álvarez Delgado, Oscar Gutiérrez Baqueiro, Rebeca Chávez Domínguez, José Luis Rublúo Islas; y de quienes siguen con nosotros, Graciela Cedillo Vázquez, José Luis César Pérez Guzmán y Rubén Pedro Rivera Garza.

No me queda más que agradecer su escucha atenta y el interés por conocer este material que habla de una historia que se escribe en la misión, en el trabajo, en la escuela, en la revolución, en los templos que resisten el paso del tiempo, y que es una historia muy similar a la nuestra. Termino con un pensamiento que Raúl Macín dedicase a sus hermanos:

Para no morir es indispensable aceptar el riesgo de vivir. Es por eso que cristianos como los que lo son de verdad […], están conscientes de que han sido llamados a existir plenamente en un proceso que por revolucionario es vital, ya que transforma a la sociedad en la cuna del hombre nuevo, de la nueva criatura y de la auténtica vida que nace cuando el egoísmo muere[10].

¡Muchas gracias!


Términos:

Escolasticismo
Ecumenismo

NOTAS:

  1. Carlos Martínez García, Albores del protestantismo mexicano en el siglo XIX, Editorial CUPSA, México, 2015, pág. 179.
  2. Rubén Ruiz Guerra, Hombres nuevos. Metodismo y modernización en México (1873-1930), Editorial CUPSA, México, 1992, pág. 7.
  3. John Wesley Butler, México se acerca a la luz; trad. Alan Sánchez Cruz, Editorial CUPSA, México. De próxima aparición.
  4. El término se refiere a la Rath Yatra, una procesión celebrada en la ciudad de Puri, en India. En ella, una carroza procesional lleva la imagen del dios Krishna al que más tarde se le dio el título de Jagannātha o “señor del universo”.
  5. Romanos 8:21 RVR 1960.
  6. Isaías 60:1 RVR 1960.
  7. Diccionario de Historia de la Iglesia, CARIBE, Colombia, 1989, pág. 462.
  8. Íbid, pág. 745.
  9. Jean Pierre Bastian, Una vida en la vida del protestantismo mexicano, CEPROMEX-EL FARO, México, 1999, págs. 44-45.
  10. Raúl Macín, El juego del tú y yo. Antología, GOBIERNO ESTATAL PARA LA CULTURA Y LAS ARTES DE HIDALGO, México, 2011, pág. 42. Escrito en prosa debido al espacio en este documento.