Rubén Pedro Rivera
El pasado martes 12 de diciembre, la Suprema Corte de Justicia dio a conocer un dictamen mediante el cual cancela la suspensión que existía, de las corridas de toros. Esta suspensión se aprobó en el año 2021, debido a los fuertes y reiterados reclamos de los organismos que condenan el maltrato a los animales.
Ahora, ante los no menos reiterados reclamos de los amantes de la “fiesta brava”, la Suprema Corte ha dictaminado que podrán efectuarse nuevamente los eventos relativos a la tauromaquia.
El principal argumento que se ha dado para justificar la renovación de las corridas de toros es que con ellas se da trabajo a cientos de personas, desde los que se dedican a la cría de la raza especial de toros, hasta los que administran, y conservan los cosos taurinos en varias ciudades de la República, pasando por los que hacen de la tauromaquia su oficio como toreros.
El argumento es simplista, puesto que es obvio que las ganaderías de toros pueden dedicarse fácilmente a criar otras especies vacunas, avícolas, porcinas, etc. De igual modo los edificios relacionados con las corridas de toros bien pueden dedicarse a promover eventos artísticos, servicios sociales, instituciones gubernamentales, etc., donde se daría trabajo a las mismas o aún a más personas de las que ha utilizado el torerismo.
Pero más importante es el hecho de que estos eventos son un vergonzoso y detestable medio de promocionar el cruel sadismo de hacer de la tortura y muerte de un animal, un espectáculo “digno”, disfrazado de arte festivo. Bien se ha hecho al comparar estos eventos con los del circo romano, por cuanto en ambos se festeja a la muerte y al reprobable gusto de ver el sufrimiento extremo y mortal de un toro como la cosa más natural del mundo.
Nuestra Iglesia fue pionera al condenar firmemente en el pasado, esta mal llamada “fiesta”, juntamente con la pelea de gallos; basta ver las noticias al respecto en “El Evangelista Mexicano” y “El Abogado Cristiano Ilustrado” de fines del siglo XIX y principios del siglo XX, para darnos cuenta de los reclamos que se hicieron ante las instancias del Gobierno.
Han pasado los años y la voz de nuestra Iglesia ha guardado silencio ante la crueldad irracional de las corridas de toros. Es tiempo de recuperar nuestra posición haciendo llegar a las autoridades correspondientes nuestro más firme ¡NO! A LAS CORRIDAS DE TOROS.
Pero no solamente hay que condenar a la “fiesta brava”: también hay que denunciar las peleas de perros y de gallos, así como a la caza furtiva de aves y fauna silvestres. Estamos acabando con especies de animales que pronto serán irremplazables. Por ello hay que añadir un ¡NO! A LA CAZA FURTIVA DE AVES Y FAUNA SILVESTRES.
Quiero ver a mi Iglesia al frente del movimiento que procura “en Cristo reformar a la nación”, como lo establece nuestra Disciplina, a menos que tal afirmación sea solamente una frase retórica.
