Soledad.

Soledad.

Un día soledad volvió; y tocó a mi puerta, pero no le abrí.

Me asomé por la ventana, y le pregunté: – ¿qué haces aquí?

-Vine a saludarte, y a ver si me puedes hospedar como antes, ¿lo recuerdas?

-Lo recuerdo, pero, ¿sabes una cosa?

Ya no hay lugar para ti.

La casa está llena

Invité a gozo, a paz, y a alegría. Ahora todo es muy diferente.

Además, tú nunca vienes sola: traes a tus amigas angustia, desesperación, y tristeza.

En una palabra, soledad, te diré:

Invité a Jesucristo a mi corazón.

Él lo llenó, de paz, de gozo, de amor y de perdón.

Así que nunca más vuelvas, soledad.

Mi puerta está cerrada para ti.

Rocio Soto Hernández.