Pbro. Baltazar González Carrillo
Nota de la Dirección: La presente historia escrita por el Pbro. Baltazar González Carrillo forma parte de su página de Facebook “Historias de una Historia por Baltazar González Carrillo”*, y fue publicada el 21 de enero de 2022.
La fe en el poder sanador del Señor ha acompañado a mi familia desde la conversión de mi mamá. Luego esa fe nos fue trasmitida a sus hijos no sólo en el hecho de leer la Biblia –que esto ayuda- también en la oración de intercesión por los enfermos de la iglesia y vecinos que venían con mi mamá para que orara por su sanidad o bien, por otras peticiones… fue en ese ambiente de ver con mis propios ojos las sanidades que Cristo operaba por el poder del Espíritu Santo en la oración ferviente de mi madre…
Un día –yo tenía como siete años- me apareció en el anverso de mi mano derecha un granito que parecía un simple piquete de algún mosquito… pero ese granito creció y luego se llenó de pus. Le dije a mi mamá y ella de inmediato me lavó bien y luego me puso alguna pomada; sin embargo no hizo efecto y aquel grano se hizo una fea llaga que había crecido como una rueda en forma de carátula de reloj; es decir, que ya abarcaba más de la mitad de la superficie de mi mano; además me dolía y cuando –por las mañanas- me quitaba la venda para lavarme y aplicarme algún medicamento, ésta era ya una llaga que despedía malos olores. Esto preocupó a mi mamá y a mi familia y me llevaron al médico. El doctor dijo que tenía una seria infección y que la llaga podría producir gangrena –y de ser así- dijo, había que amputar la mano para evitar su ramificación al antebrazo o el brazo entero…
En esa situación alguien le dijo a mi mamá que en la iglesia Pentecostal que estaba a unas cuatro o cinco cuadras de nuestra casa esa noche comenzaba una Campaña de Sanidad Divina y que el predicador era un evangelista norteamericano… Una hora antes del servicio inaugural mi mamá y yo, ya estábamos en esa iglesia, pero nuestra sorpresa fue que ya estaba totalmente lleno el sótano de esa iglesia. ¿Por qué el sótano? Les platico: esa iglesia tenía un templo con una capacidad como para cien o ciento cincuenta personas; la iglesia había hecho planes [para] construir un grande y hermoso templo, pero primero hicieron un sótano para tener sus reuniones mientras terminaban el nuevo santuario.
El sótano estaba lleno y afuera y arriba había muchísima gente –muchos enfermos- entre ellos yo, esperando que hasta afuera llegara el poder sanador del Señor.
El sótano tenía unas pequeñas ventanas y en una de ellas me senté con mis piernas colgando hacia adentro. Mi mamá, -muy cerca de mí- y yo no perdíamos detalle del servicio que se celebraba en el interior: cantábamos, orábamos y luego escuchamos la predicación por medio de la cual el pastor americano nos movía a tener fe en el poder de Cristo para sanar. Cuando acabó de predicar anunció que ahora venía la oración de fe; pidió que los enfermos que estaban dentro y fuera del recinto (sótano) no se movieran de su lugar –porque no había forma de hacerlo- ya estaba por orar cuando fijó su mirada en mí… y dijo a los ujieres: “traigan a ese niño que está en la ventana”, vinieron por mí dos varones que en peso y con algunas dificultades –por tanta gente- me llevaron hasta la plataforma. El predicador me preguntó qué tenía en mi mano –que seguía vendada- le dije que una fuerte infección. Enseguida derramó sobre las vendas que cubrían mi mano aceite de olivo, oró con gran voz, apretó mi mano y luego los mismos ujieres me llevaron cargando hasta regresarme a la ventana en donde esperaba mi mamá, por cierto muy conmovida… hasta las lágrimas…
Al día siguiente –como siempre- mi mamá procedió a quitarme las vendas –debo decirles- que cuando el predicador apretó mi mano cesó el dolor y no volvió –cuando me quitaron las vendas tampoco tuve dolor y luego vino lo sorprendente ¿Cómo explicarlo? Imaginen cuando nos cae en el pantalón una bola de lodo, al día siguiente el lodo ya está seco y nosotros quitamos la tierra seca y sólo queda una mancha en la ropa… mi mano ya no me dolía, no tenía pus, el color amoratado había desaparecido, sólo se me veían los huesos y tendones de la mano… El Señor me había Sanado ¡Gloria a Su nombre!
Hoy, sesenta y cinco años después ustedes pueden observar muy detenidamente mis manos y podrán notar que mi mano derecha está ligeramente más delgada que la otra, pero está tan sana que a lo largo de mi vida la he usado sin impedimento y ahora mismo con mi mano derecha estoy escribiendo una más de las Historias de una Historia. ¡Bendito sea Dios!
“… sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán” S. Marcos 16:18c – Orden de Cristo –
