La vida adulta comúnmente se vuelve rutinaria. Tan es así, que se nos olvida que el tiempo sigue su curso, se reduce, y de pronto la convivencia de un ser amado, sin previo aviso, ya no puede ser; porque se ha ido. El pasado 14 de enero fue llamada a la presencia de Dios una tía muy amada, esposa de pastor en la Conferencia Anual Oriental, madre de dos hijos hermosos, quienes a su vez han formado familias ejemplares.
En estos días grises, recurrí a una plática que celebramos en la iglesia que pastoreo, una conferencia que llevaba por nombre “Aprendiendo a vivir tu ausencia”, impartida por mi amiga y psicóloga Marisol Quintero. Plenaria que me gustaría exponer de forma escrita y breve, para ayudarnos a caminar en el proceso de una persona que está viviendo una pérdida.
Cuando perdemos a un ser amado, empezamos una etapa de vida, la cual tarde o temprano todos transitaremos, y se llama duelo. El duelo es la forma de reajustar nuestra vida a la nueva situación que atravesamos; una vida sin la persona amada.Y es que cuando perdemos a alguien, hay una parte de nosotros que también se va, porque dejamos de cumplir ese rol que nos vinculaba con dicha persona. Es decir, se vuelve un tiempo pasado: “era mi esposa”, “era mi madre”, “era mi amiga”, era mi tía”, y llega un vacío profundo, duro de lidiar con él.
La pérdida de un ser amado es un dolor muy profundo, que afecta el cuerpo, generando malestares físicos. Dolor familiar, ya que alcanza a un grupo de personas. Dolor del alma y espiritual, al no poder conciliar la voluntad de Dios (aunque haya la esperanza latente). En una pérdida duele el pasado, el presente y el futuro. Duele toda la vida en su conjunto. Y lamentablemente, forma parte de la vida pasar por ese valle oscuro.
Para nosotros como portadores de paz, amor y esperanza, nos es necesario entender que el duelo, la tristeza y el caos de pensamientos son parte del proceso de pérdida y no de una carencia de fe, por lo que de manera breve comparto las etapas que experimenta una persona ante una pérdida.
Negación
La negación es una reacción que se produce de forma habitual e inmediata después de una pérdida. No es infrecuente que cuando experimentamos una pérdida súbita, tengamos una sensación de irrealidad o de incredulidad. Se puede manifestar con expresiones tales como: “aún no me creo que sea verdad”, “es como si estuviera viviendo una pesadilla”, e incluso con actitudes de aparente “entereza emocional” o de actuar “como si no hubiera pasado nada”. La negación nos permite amortiguar el dolor ante una noticia inesperada e impresionante. Es como una defensa provisoria.
Ira
A menudo, el primer contacto con las emociones tras la negación puede ser en forma de ira. Empiezan los sentimientos de frustración y de impotencia que pueden acabar en atribuir la responsabilidad de una pérdida irremediable a un tercero (hasta a Dios mismo). Surge la rabia, los porqués. La ira se desplaza en todas direcciones. La familia debe aprender a no tomar esto como algo personal.
Depresión
A medida que avanza el proceso de duelo y se va asumiendo la realidad de la pérdida, se comienza a contactar con lo que implica emocionalmente la ausencia, lo que se manifiesta de diversos modos: pena, nostalgia, tendencia al aislamiento social y pérdida de interés por lo cotidiano. Aunque se denomina a esta fase “depresión”, sería más correcto denominarla “pena” o “tristeza”. De algún modo, sólo doliéndonos de la pérdida se puede empezar el camino para seguir viviendo a pesar de ella.
Negociación
En la fase de negociación, se comienza a contactar con la realidad de la pérdida al tiempo que se empiezan a explorar qué cosas hacer para revertir la situación. En este punto la persona intenta llegar a acuerdos para superar la traumática vivencia. Se traen a la memoria reflexiones, experiencia, enseñanzas y herencia que dejó la persona amada.
Aceptación
Supone la llegada de un estado de calma asociado a la comprensión, no sólo racional sino también emocional, de que la muerte y otras pérdidas son fenómenos inherentes a la vida humana. Se podría aplicar la metáfora de una herida que acaba cicatrizando, lo que no implica dejar de recordar, sino poder seguir viviendo con ello.
Como sabemos, toda pérdida conlleva un duelo: salud, trabajo, divorcio, distancia, y por supuesto la muerte. Ante cualquier pérdida es necesario aceptar la realidad de la pérdida, experimentar esta realidad, y aprender a vivir con las emociones que la pérdida esté generando,
Como una persona que actualmente está experimentando una pérdida, mi invitación es ser prudente con lo que bien intencionadamente queramos decir. Frases como: “el tiempo lo cura todo”, “no llores”, “Dios tiene un propósito”; en ese momento de dolor, no sanan el corazón. Lo mejor que podemos hacer, al igual que los amigos de Job, es llegar, en silencio, y simplemente estar. En un momento tan doloroso, las acciones tienen más peso que algunas palabras.
Somos llamados a acompañar los procesos de duelo, a ser empáticos y pacientes con la persona que sufre. El dolor y las pérdidas algún día llegarán a la puerta de nuestra casa. Estemos preparados con paz. Que nuestros brazos, compañía y palabras sean sazonados con amor, esperanza, y fe.
Pbra I. Ana Borunda
CANCEN
