EDITORIAL

EDITORIAL

Dejando huella

En días pasados, caminando por calles de la ciudad en la que vivo, pude ver paredes con leyendas y calcomanías que daban un aspecto de suciedad y descuido a esos lugares. Este es un fenómeno que ha estado presente desde hace mucho tiempo en los centros de población:  entre más grande la ciudad, más fácil es invisibilizarse, y más abundantes estas pintas y deformaciones del paisaje.

Podemos preguntarnos el porqué de estas expresiones que afean el aspecto de una comunidad; y sin buscar ahondar en explicaciones, podemos decir de manera general que sus autores -quienes regularmente aprovechan la oscuridad y la falta de vigilancia para realizarlas- buscan decir “aquí estamos”, “somos los dueños de este lugar”, “somos alguien”, “no dejaremos que nos olviden”. En suma, lo que intentan es dejar huella, de la manera que sea.

Ver estas pintas nos recuerda que mucha gente las usa para buscar visibilizarse, con diferentes propósitos; pero con ello reflejan un vacío interior que necesita ser llenado, una necesidad legítima de ser reconocidos, pero satisfecha de una manera totalmente ilegítima, porque lesionan la propiedad ajena y buscan respeto o incluso temor al hacerlo. La necesidad humana de “ser alguien”, que el otro nos vea, está contaminada por la naturaleza caída.

La necesidad de ser vistos, de ser reconocidos, de sentir que dejamos una marca con nuestro paso por el mundo, Dios la conoce, y sabe cómo llenarla. A lo largo de la Biblia presenciamos encuentros de diferentes personajes con el Señor, en situaciones donde sentían que nadie los veía, y siempre recibían el mismo mensaje del Señor: Él nos ve, nos conoce y nuestra huella está grabada en la palma de su mano (Isaías 49.16), como le dice a Sion cuando éste piensa “Me dejó Jehová, y el Señor se olvidó de mí”:

  • Él vio a Agar cuando desfallecía sin agua en el desierto, con su hijo, y le abre los ojos para que vea una fuente de agua que los reanime (Génesis 21:15-20).
  • Él vio la aflicción de los hebreos en Egipto, y descendió para librarlos usando a Moisés como líder (Éxodo 3:7-10).
  • Él vio a Elías cuando huía desesperado por las amenazas de Jezabel, diciendo: “Basta ya, oh Jehová, quítame la vida, pues no soy yo mejor que mis padres” (1 Reyes 19:3-7).
  • En el Nuevo Testamento, Jesús ve las multitudes y tiene compasión de ellas, que estaban como ovejas sin pastor (Mateo 9:36)
  • Jesús oye que la hija de Jairo ha muerto y le dice al padre: “No temas, cree solamente” (Marcos 5:35-36)

Cuando creemos que nadie nos ve, que no dejamos huella en ninguna parte, entonces Dios se encarga de recordarnos que sí dejamos huella, que Él nos ve y nos oye. Esta certeza, necesitamos comunicarla a quienes gritan su deseo de ser vistos, sea pintando una pared o tomando actitudes que buscan llamar la atención ajena, como sea que la puedan conseguir.

En este número de El Evangelista Mexicano tenemos testimonios de gente que busca dejar su huella para que otros vean al Señor que los ha transformado: leeremos la crónica de dos “Conciertos con causa” para ayuda a un comedor de migrantes en Tijuana, B.C.N., realizados por la iglesia Nuevo Pacto. También está la crónica de los comienzos de la iglesia metodista en Jalapa, Veracruz, y veremos un interesante archivo con imágenes de remembranza por los 150 años del Instituto Mexicano Madero en Puebla.

Leeremos el testimonio de dos metodistas que ahora están ya en la presencia del Señor: nos referimos a dos escritos recordando al hermano Héctor García Escorza y al Rev. Gordon Fletcher Anderson, recientemente fallecidos; dos varones que realmente dejaron huella en la vida de nuestra Iglesia Metodista de México. Y un escrito  nos habla del proceso de aprender a vivir con la ausencia de los que han partido, en “Aprendiendo a vivir tu ausencia”.

Invitamos a leer estas colaboraciones y otras que tenemos preparadas para ustedes en este último número de enero.

Termina el primer mes del año 2024: una nueva oportunidad para dejar huella que anime a otros a recordar, como dice el himno “Hay quien vele mis pisadas” (de los Santos, 1973, 117): 

Hay quien vele mis pisadas
En la sombra y en la luz;
Por las sendas escarpadas
Velará por mí Jesús. 

María Elena Silva Olivares.


Referencias

de los Santos, J.N. (1973). Hay quien vele mis pisadas. En Himnario Metodista (p. 117). Comité del Himnario de la Conferencia Río Grande de La Iglesia Metodista Unida.