Por Rubén P. Rivera
En mi artículo de la quincena anterior me referí a algunos pecados que cometemos los pastores; por descuido omití uno más que tenía en la lista, el cual incluyo hoy para cerrar la serie.
He aquí el pecado pastoral que me faltó:
FINANZAS: Algunos pastores enfatizamos el aspecto de los honorarios como asunto sobresaliente en la economía familiar, de modo que al recibir un nombramiento la pregunta que hacemos es ¿Cuánto va a ser mi sueldo? Peor aún: al llegar al nuevo lugar que se nos ha asignado pedimos de inmediato a los administradores un aumento del sueldo sobre la base de que tenemos compromisos que cubrir. Pero ¿qué trabajador que es recién contratado en una empresa llega pidiendo aumento de sueldo cuando ni siquiera ha demostrado que es digno de ello?
Por otra parte, hay pastores que manipulan la lista de gastos extras (gasolina, oficina, correo, mantenimiento, reparaciones, etc.) para que les quede algo a favor. El manejo de las finanzas es un índice que revela la honestidad o la falta de ella en los pastores. Aquí puede medirse también la fe del pastor, si es que confía en la promesa del Señor, que afirma: “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y las demás cosas vendrán por añadidura”, pues si Dios cuida de las flores del campo ¿no cuidará de sus siervos? Bien hace el sistema metodista al dejar la administración financiera de la iglesia en manos de laicos honestos, a fin de liberar al pastor de esa carga y facilitar con ello la mayor libertad para cumplir apropiadamente con su labor pastoral; después de todo, ese fue el sistema de Jesucristo, quien no manejó los haberes del grupo discipular, Judas era el tesorero y un grupo de mujeres atendían otros aspectos financieros. Eso sí, se requiere que haya justicia y honestidad por parte de quien o quienes administran la economía eclesiástica.
Dicho lo anterior pasemos al asunto de hoy: “Algunos pecados que cometen los feligreses”, con la esperanza de que -como en el caso de los pecados pastorales- podamos corregir, unos y otros, lo que nos corresponda.
1.- MURMURACIÓN. Cuando algún feligrés no esté acuerdo con lo que el pastor dice o hace, se suele caer en el pecado de la murmuración, que a veces degenera en calumnia. El problema no está en la diferencia de opiniones -lo cual es frecuente en donde haya dos o más personas- sino en no confrontar con tranquila franqueza nuestras diferencias y buscar juntos un acuerdo adecuado. Por murmurar contra Moisés, María fue castigada con lepra por parte del Señor. Este pecado no es cosa menor y puede provocar división en la iglesia, cosa que debe ser firmemente corregida, según Tito 3:10: “Al hombre que cause divisiones, después de una y otra amonestación deséchalo”.
2. DEJAR DE DIEZMAR U OFRENDAR: Hay congregantes que al no estar de acuerdo con su pastor en algún aspecto, dejan de diezmar u ofrendar, olvidando que el diezmo no es cosa nuestra, puesto que bíblicamente es algo que pertenece a Dios y por lo tanto no podemos tomar decisiones sobre lo que no nos pertenece; y en cuanto a las ofrendas, éstas son la expresión de gratitud por las siempre numerosas bendiciones que diariamente recibimos de Dios y que ciertamente no tienen que ver con nuestros desacuerdos con el pastor. Las misericordias del Señor son nuevas cada mañana y las seguimos recibiendo, sea que tengamos una buena o mala relación con nuestros dirigentes; por tanto, no se justifica el dejar de ofrendar.
3. RETIRARNOS DE LA CONGREGACIÓN: Algunos congregantes que se molestan por no estar de acuerdo con la manera de ser o actuar de sus líderes suelen irse de la congregación. Con esta actitud muestran inmadurez, pues es obvio que en toda congregación hallarán deficiencias, ya que la perfección solamente existe en el cielo. En una familia podemos tener diferencias, pero eso no cancela el apellido ni la genética, aunque tengamos serias discrepancias. Lo mismo ha de ocurrir en la iglesia, donde no debemos olvidar que seguimos siendo miembros los unos de los otros pese a nuestras diferencias. Hay que aprender a soportarnos en amor tal como lo recomienda Pablo en Efesios 4:2: “Con toda humildad y mansedumbre, soportándoos con paciencia los unos a los otros en amor”. Salirnos de una congregación solamente se justifica cuando A.- Hay herejía que no se corrige, pese a nuestras advertencias. B.- Cuando hay dictadura enajenante que nulifica el libre albedrío y puede conducir al suicidio colectivo, o al trastorno espiritual y mental. C.- Cuando hay pecado grave no sólo de una persona, sino de la congregación, y éste no se corrige pese también a nuestras advertencias. En todos los casos ha de orarse y aún ayunarse, antes de tomar la decisión de salir de la congregación.
4. BUSCAR UNA IGLESIA CÓMODA: Hay feligreses que buscan la congregación donde haya la mejor alabanza, según su gusto particular; o bien donde haya el pastor más elocuente, o el templo que se ubica más cerca de su domicilio. Éstas y otras razones, que tienen que ver con el gusto y comodidad personal, son totalmente irrelevantes cuando se trata de incorporarnos a una congregación. Lo que hemos de buscar es que se predique la Palabra de Dios con pureza y que podamos servir a Dios con efectividad. No es cosa de asistir sólo para recibir, sino también donde podamos darnos al Señor en servicio, tiempo, acción y finanzas. Por tanto, no importa si es una congregación pequeña, si no hay un buen organista o grupo de alabanza, si el predicador no es orador de altura; mientras que se cumpla con los elementos esenciales, hay que permanecer en ella.
5. EN POS DE LA FAMA: Hay grupos corales, conjuntos musicales y cantantes, que en cuanto se sienten más o menos competentes les da por buscar la fama, compitiendo, grabando y tratando de destacar en el medio artístico. Se olvidan de que fueron creados para ministrar en la congregación, caen en el pecado de la ostentación y abandonan su iglesia. Aún en los conciertos cristianos hay músicos que se adornan al interpretar los cantos, no tanto para glorificar al Todopoderoso sino para darse a conocer como virtuosos.
6. CACIQUISMO: No es raro encontrar congregaciones donde una familia o un pequeño grupo de creyentes se constituyen en líderes que controlan por años los asuntos congregacionales, a tal punto que nada puede hacerse sin su aprobación y aun el Pastor ha de someterse a sus decisiones. Puede que lo hagan con la mejor intención, pensando que es por el bien de la iglesia; pero ello no conlleva ningún beneficio, porque impide el sano crecimiento de la congregación. Por otra parte, hay que recordar que nuestra Denominación no es del tipo Bautista, donde la feligresía es la autoridad suprema. En nuestro caso el gobierno se equilibra entre el pastor y la congregación, siendo el primero quien preside y supervisa el buen funcionamiento congregacional, de manera que no debe haber lugar para congregantes que se aferran a los cargos por años y pretenden controlarlo todo.
7. CONTROL FINANCIERO: De vez en cuando se dan casos en que los tesoreros y aún la Junta de Administradores se consideran patrones y por ende dueños del control financiero de la congregación. El tesorero se niega a administrar las finanzas como lo disponen el pastor y los Administradores; en cambio, utiliza el dinero según su propio criterio, sin tomar en cuenta ni a uno ni a otros. Por otra parte, hay administradores que consideran que por ser quienes controlan las finanzas son patrones, y el pastor es su empleado, basándose en la vieja consigna de que “el que paga manda”; y por ello pretenden controlar al ministro en su horario de labores, gastos y maneras de cumplir su ministerio. Se olvidan de que no son patrones del pastor ni sus supervisores.
8. PÉRDIDA DE VISIÓN: En estos tiempos donde se están dando numerosos problemas globales y regionales de muchas clases, es muy fácil perder de vista nuestros objetivos y nuestros valores. La iglesia no está exenta de tal peligro y se pueden encontrar congregaciones que han caído en una rutina litúrgica, vacía de espiritualidad, y lo peor, hueca en cuanto a la visión bíblica. La visión y misión de proclamar el Evangelio a toda criatura y ser luz y sal de la tierra, se ha dejado de lado cuando nuestros templos se convierten en salas de espectáculos que buscan satisfacer el gusto de la estética y no el cumplimiento del mandato divino. Por ello escasean las personas redimidas y la transformación espiritual y moral de la sociedad. No se evangeliza; en el mejor de los casos, eso se ha convertido en el trabajo de una comisión que cumple muy parcialmente esta encomienda. El buen testimonio personal deja mucho que desear, porque no hay gran diferencia entre un metodista y un no creyente inmoral. Hay congregaciones que no tienen una visión clara del porqué existen y hacia dónde deben encaminar sus esfuerzos; por ello derivan en un club de costumbres medio religiosas, mezcladas con tradiciones populares y prácticas sociales que entretienen, pero no hay pecadores arrepentidos y menos redimidos por Dios; no hay evidencia de los dones espirituales ni menos de milagros, señales y prodigios que muestren al mundo la presencia de un cristianismo auténtico.
Como en el caso de los pecados pastorales, los de los congregantes no son todos los que podrían mencionarse, pero por ahora baste con los enlistados.
