A un votante

A un votante

Referencia: ¿Qué piensas hacer en las elecciones? Obras de Wesley, tomo 7, pp 281
Daniel 2:21 Reina-Valera 1960

21 Él muda los tiempos y las edades; quita reyes, y pone reyes; da la sabiduría a los sabios, y la ciencia a los entendidos.

Hoy, que estamos en la antesala de las elecciones más grandes de nuestra nación -ya que elegiremos presidente, senadores, diputados, en algunos casos gobernadores, presidentes municipales, etcétera-, es importante recordar este pasaje de la palabra: “Él muda los tiempos y las edades; quita reyes, y pone reyes; da sabiduría a los sabios, y ciencia a los entendidos”.

Como cristianos sabemos que la palabra de Dios que es la Biblia, tiene autoridad y es verdad. Pero podríamos pensar: “¿Cómo es que Dios permite gobiernos malos para las naciones?”

Ya la misma palabra nos hace ver por qué sucede esto, en 1º de Samuel capítulo 8, un grupo de ancianos pide a Samuel les constituya un rey tal como las otras naciones lo tienen. Ante ésta solicitud Dios mismo le pide a Samuel que escuche lo que le están pidiendo, pero también le dice que les dé a conocer lo que sucederá si Dios permite lo que están pidiendo. El profeta les muestra lo que había de pasar si continuaban con su petición y que después de ello (verso 18), “Y clamaréis aquel día a causa de vuestro rey que os habréis elegido, mas Jehová no os responderá en aquel día”.

Lo trágico es que oyendo esto, ahora no sólo los ancianos, sino el pueblo entero, “no quiso oír”, y conocemos lo que sucedió.

Es tan grande el amor de Dios que respeta nuestra decisión, aún, cuando esto implica que le rechazamos a Él y no a sus ministros: 7 “Y dijo Jehová a Samuel: Oye la voz del pueblo en todo lo que te digan; porque no te han desechado a ti, sino a mí me han desechado, para que no reine sobre ellos”.

Vivimos en un país con un sistema de república representativa, democrática, federal y laica. Por lo tanto, al elegir gobernantes lo hacemos por lo que la mayoría decida; y es aquí donde como cristianos debemos hacerlo con sabiduría; es por ello que la carta de Wesley a un votante puede ayudarnos a tomar dicha decisión. Wesley escribe y comienza:

“¿Qué piensas hacer en las elecciones parlamentarias? ¿Votarás por alguno de los candidatos? Si es así, espero que no hayas recibido dinero a cambio. Estoy seguro de que conoces las exigencias del juramento que harás declarando que no has recibido «regalo o recompensa alguna, directa o indirectamente, ni promesa de ello, a cuenta de tu voto» en las presentes elecciones. Seguramente te asusta la idea de cometer perjurio –un perjurio deliberado e intencional, hecho con toda calma y premeditación. Si ya eres culpable, detente ahora mismo; no sigas adelante. Está en peligro tu alma. ¿Venderías tu país? ¿Venderías tu propia alma?

¿Venderías a Dios, tu Salvador? ¡Dios no lo permita! Sería mejor que rechazaras las treinta piezas de plata o de oro, y le dijeras a quien te lo ofrece: «Señor, no venderé el cielo. Ni usted ni todo el dinero del mundo pueden pagar su precio.»

Espero que no hayas recibido, ni recibas, alguna otra cosa: invitaciones, comida o bebida. Si aceptas alguna de estas cosas a cambio de tu voto, estás cometiendo perjurio.

¿Cómo podrás prestar juramento de que no has recibido regalos? Si no pagaste por ello, pues entonces fue un regalo. ¿Qué harás? ¿Venderás tu alma al diablo por un trago o por un mendrugo de pan? ¡Piensa en lo que estás haciendo!”

Si pensamos que éstas prácticas son propias de naciones como la nuestra, ¡oh decepción! ya en la Inglaterra del siglo XVIII era común, y aquí el llamado a no “vender” nuestra nación, ¡nuestra propia alma!

Y continúa: “Actúa como si toda la elección dependiera sólo de tu voto, y como si todo el Parlamento (y, por ende, la nación toda) dependiera de esa sola persona por quien tú votarás para que ocupe una banca. Pero si de nadie aceptas regalos, ¿por quién votarás?

Por quien ame a Dios. También debe amar a su país y tener principios férreos, inconmovibles. Por sus frutos le conocerás: se abstiene de toda apariencia de mal, es celoso de buenas obras, y hace el bien a todos cada vez que tiene oportunidad. Se preocupa por poner en práctica constantemente los mandamientos de Dios. Y no lo hace simplemente como un deber o como algo de lo cual preferiría ser excusado, sino que se goza en estas oportunidades de servir, considerándolas un privilegio y bendición de los hijos de Dios.

Pero ¿qué harás si ninguno de los candidatos presenta estos frutos?”

Muy revelador éste pasaje que Wesley nos presenta: votar por quien ame a Dios; y ¿cómo saber quién de los candidatos ama a Dios? La palabra nos ayuda para saber esto “por sus frutos los conoceréis”, pero la percepción de los frutos de los candidatos varía tanto como la lista del padrón electoral. Sin embargo, como creyentes en la palabra encontramos que podemos pedir discernimiento, y sin duda que Dios nos dará la perspectiva tal como en el caso del pueblo en tiempos de Samuel; y de la misma manera, cada uno tenemos la oportunidad de tomar una decisión, sea que aceptemos o rechacemos a Dios y su voluntad. El texto de Daniel nos dice que Él pone y quita a las personas en autoridad, pero también vemos que toma en cuenta la voluntad de las naciones. Quiera nuestra nación decidir con sabiduría.

La carta de Wesley continúa: “Pues, entonces, vota por aquel que ama al Rey, al rey Jorge, quien Dios en su sabiduría y providencia ha dispuesto que reinara sobre nosotros. Debemos amar al Rey y tenerle en alta estima, aunque sea sólo en virtud del lugar que ocupa. «Rey» es un nombre sagrado, adorable. El Rey es un ministro enviado por Dios para nuestro bien. ¡Cuánto más tratándose de nuestro Rey, que ha sido en muchos sentidos una bendición para sus súbditos! Te resultará muy fácil reconocer a quienes no le aman, porque tales personas se vanaglorian en avergonzarlo.

No temen hablar mal de los dignatarios, ni siquiera de quien gobierna su pueblo.

Quizás me digas «Pero yo amo a mi país, así que lo hago en defensa de sus intereses». Pues temo que no sabes lo que dices. ¿Porque amas a tu país estás en contra del Rey? ¿Quién te enseñó que se puede separar al rey del país, enfrentando a uno y otro? Puedes estar seguro de que quien lo hizo no ama a ninguno de los dos. Quienes verdaderamente aman su país no dicen esta clase de tonterías.

¿Acaso no comparten un mismo y único interés, el país Inglaterra y el Rey de Inglaterra? Si el país fuese destruido, ¿crees que esto beneficiaría al Rey? Si algo malo le ocurriera al Rey, ¿acaso esto beneficiaría al país? No es posible separar sus intereses. El bienestar de uno implica el bienestar de ambos. O tal vez tengas otra clase de objeción. Probablemente digas: «Yo defiendo la Iglesia, defenderé la Iglesia de Inglaterra por siempre. Por eso votaré por ______, él es un verdadero hombre de iglesia, un amante de la iglesia.»

¿Estás seguro? Amigo, piensa un poco. ¿Qué clase de «hombre de iglesia» es él? ¿Un hombre de iglesia que frecuenta prostitutas, que juega por dinero, que se embriaga? ¿O es un hombre de iglesia que miente, que jura y maldice? ¿No es un fanático que persigue disidentes y está pronto a mandarlos al infierno a la menor señal? ¡Vergonzoso! ¡Vergonzoso! Llamas «hombre de iglesia» a alguien con menos conocimiento de Dios que un turco pagano; llamas «hombre de iglesia» a alguien que ni siquiera simula tener el interés que un pagano sincero tendría en la religión. Sólo ama a la iglesia quien ama a Dios y, en consecuencia, ama también a toda la humanidad. Cualquier otro que hable de amor hacia la iglesia, miente. Desconfía de una persona así.

Por sobre todas las cosas, desconfía de quien dice amar la iglesia, pero no ama al Rey. Si no ama al Rey, no puede amar a Dios. Y si no ama a Dios, no puede amar la iglesia. Esto significa que alberga el mismo sentimiento por la iglesia y por el Rey: no ama a ninguno de los dos.

Ten cuidado, tú que sinceramente amas a la iglesia y, por lo tanto, no puedes menos que amar al Rey: guárdate de no separar el Rey y la iglesia, así como tampoco debes separar al Rey de la nación. Deja que los demás hagan como les parezca; lo que ellos hagan no tiene nada que ver contigo.

Tú actúa como una persona honrada, un súbdito leal, un auténtico inglés que ama su país y la iglesia, en una palabra, ¡actúa como cristiano! Una persona que no teme a nada excepto al pecado y que no busca otra cosa que el cielo. Su único deseo es dar gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres”.

Es claro que, al no tener un régimen monárquico, la figura del rey es difícil de trasladar a nuestra situación. Sin embargo, ya Wesley nos insta a buscar algunos aspectos que nos ayuden a discernir si quienes son candidatos son leales a la nación, aman a su país y a Dios; cómo actúa, es apostador, se embriaga, miente, jura, maldice, persigue disidentes, es honrado, teme al pecado, hay temor de Dios, ama a la humanidad.

Es entonces que debemos tomar en cuenta todo esto que Wesley hoy nos recomienda hacer, a la hora de votar y elegir a nuestros gobernantes, rogando a Dios nos dé sabiduría, en lo personal y como nación para buscar que sea el gobernante que Él ha dispuesto y podamos experimentar lo que Proverbios 29 nos enseña: cuando los justos dominan, el pueblo se alegra, el rey (gobernante) con juicio afirma la tierra, conoce el justo la causa de los pobres. 

Sea Dios con nuestra nación.

El título en inglés dirige este tratado a un «freeholder». Esto se refiere al requisito de tener cierta propiedad para votar. Puesto que el tema del tratado no es la propiedad, sino el uso del voto, hemos preferido la traducción «A un votante». El propio Wesley no tenía el derecho al voto, pues siempre limitó sus posesiones a lo necesario. En su respuesta a los reclamos de los rebeldes norteamericanos, publicada en este volumen, insiste en que la libertad no requiere el derecho al voto, pues él mismo se considera libre y sin embargo no puede votar.

Pablo Ordaz.
“Emmanuel”, Mineral del Monte, Hgo.