(Segunda y última parte)
Gerson A. Trejo Gutiérrez
Es claro que las diferentes familias mantienen un sigilo sobre su adhesión al protestantismo, pero la gente de San Lucas se da cuenta de los cambios. Por un lado ya no participan en las misas, la confesión y además realizan “nuevos rituales”, como sucede en la boda entre Pedro y Magdalena, hijos de los primeros convertidos; además el templo católico ya no será parte de la ceremonia ni el sacerdote, sino un pastor evangélico. Para el pueblo de San Lucas esto significa que “los engendros de Lucifer… estaban sembrando la mala semilla en el pueblo” (p. 48). Podemos ver que la boda confrontó a la sociedad en dos elementos: la diferencia religiosa y la social. Sus nupcias se realizarán a través de la liturgia no católica, con un pastor protestante. Pero además Magdalena era hija de una familia de muchos recursos; mientras que el papá del novio, es decir Andrés, sólo era “don”, generando la suspicacia de que el enamoramiento fue producto de un acto de brujería, por lo que “Doña Luisa es una vieja loca ¡De qué le sirve la experiencia y tanto dinero! Si viviera el esposo otra cosa sería”, puesto que “el finado sí era católico de verdad.” (p. 23).
Pasado este acontecimiento, el autor nos comunica que un “domingo del mes de agosto se verificó la reunión inaugural, en que solemnemente se declaró que quedaba establecido la nueva congregación” (pp. 48-49). Esto elementos traerán nuevas confrontaciones hacia los protestantes, de parte de varias personas del pueblo, asumiendo que sus reuniones presentan elementos externos, “por lo tanto” malignas pues no forman parte de la religión mayoritaria; trayendo el reclamo de “(¿)que no hay nadie que defienda la fe del pueblo(?)”. La primera respuesta saldrá de las “profundidades del mal”, es decir un “grupo de ebrios”, reunidos en una taberna, llamada La Campesina, quienes tramarán dar un “escarmiento” a los protestantes, mediante el asesinato del ministro Moisés “que es el más culpable de todos, el que ha pervertido a esos hombres y el que nos trae la ruina. Muerto él, ¿qué pueden hacer los demás?” (p. 49). Jacinto, un joven, se autonombra para realizar el crimen; posteriormente va al culto, se sienta “sin saludar a nadie” y espera a que “el ministro invocara al diablo, insultara a la virgen o vituperara a los católicos, para disparar su terrible pistola y consternar al auditorio”, sin embargo pasó que todo lo “que decía el predicador era indudablemente cierto”. Jacinto queda sorprendido porque termina arrodillándose cuando el pastor indicó hacerlo y, al darse cuenta, sale corriendo. Mientras eso pasa, sus compañeros esperaban el ruido de los balazos pero pasó que “Jacinto se lo tragó la tierra” (p. 50). Es claro que el autor quiere presentar que entre católicos y protestantes los espacios de reunión son completamente opuestos, en donde la taberna parece un espacio oscuro y profundo, lleno de alcohol, odio y donde se planea la muerte de las personas; mientras que el templo evangélico se convierte en un espacio abierto y celestial, pues ahí se habla de Dios, de amor y de transformación de la vida de las personas.
Posteriormente comienza una “persecución furibunda”. El crecimiento de los evangélicos se hace más evidente, cuando en sus reuniones participan unas cuarenta personas. Por parte de los católicos se revela que el “odio era tan profundo, la excitación tan manifiesta y los propósitos de exterminio tan tenaces, que no se daban tregua en la innoble tarea de insultar y amenazar” (p. 53). Se hace patente el incremento de “burlas y groserías”; la gente les comienza a no dirigirles la palabra; también les roban sus pertenencias; además, dice el autor, de que hubo casos en donde se negaron a participar como trabajadores en sus tierras; les incendiaron sus propiedades así como el templo recién edificado; sin olvidar que Anita, la protagonista, cuando “se anunciaba el primer himno, tomaba un anafre con lumbre, vertía en él un puñado de semillas de pimiento (chile), y se salía, murmurando: ahí tienen su incienso”, el cual “penetraba en el interior del templo” (pp. 76-77). No obstante, una de las situaciones más complicadas fue la muerte del pastor Moisés.
A pesar de tales acciones esta iglesia continuará creciendo; poco a poco dispondrán de nuevos espacios públicos, tanto visibles como inmateriales. Para eso quiero resaltar cuatro sucesos, los cuales hacen referencia a la integración de los evangélicos en San Lucas: la decisión de construir un templo y la inauguración del mismo, la negativa de unos enfermos por confesarse con el cura, la conversión de Anita y la incorporación de una escuela en el templo evangélico.
En el primer caso pasó que cuando una turba fue por don Simón y al llegar a su casa aventaron piedras y destrozaron “sus modestos muebles”, sin embargo en “medio del conflicto espiritual… se hizo sentir en toda su intensidad la eficacia de la Palabra de Dios y la predicación” (p. 61) logrando salir de esa situación; días después don Simón invitó a la congregación y les dijo que “Estas piedras las trajeron aquí los católicos… (y) Al pensar en la edificación del templo… estas piedras, (“de la sorpresa”) deben ir en el cimiento, para perpetuo recuerdo (p. 65). El templo se construyó gracias al esfuerzo de las personas; sin embargo sufrió un incendio, al parecer provocado, por lo que se reconstruyó.
El segundo caso fue cuando la esposa de don Andrés y su hijo Luis se enfermaron de tifo; ella logró aliviarse rápidamente, pero el hijo se “le agravó a tal grado que por momentos se temía un desenlace fatal” (p. 67). El sacerdote local supo y fue a visitarlos para “que ese pobre muchacho se confiese”, sin embargo la familia confrontó al sacerdote diciéndole “nuestras creencias son otras”; esto generó una acalorada discusión sobre el tema y al preguntarle a Luis si quería confesarse, éste le dijo que “no quiero confesarme… mi alma está bien”, generando que el sacerdote se marchara y posteriormente la población, al saber lo sucedido, “emprender una nueva cruzada” contra esta familia. La convalecencia fue larga; pero la “vigorosa robustez de Luis, sostenida por la fuerza incontrastable de la Providencia, triunfó sobre el mal… se le veía andar ya en regular estado de salud” (p. 71-72).
El caso de Anita fue muy significativo porque ella era una “socia distinguida de la Hermandad del Corazón de Jesús, Esclava de María y llevaba en el cuerpo una complicada colección de escapularios y amuletos”; además se opuso cuando se construía el templo, junto a su casa, llamándola “la sinagoga de satanás”. La relevancia que el autor presenta hacia Anita es porque cuando sus hijos se enfermaron de bronquitis, Anita los “encomendó a toda la corte celestial y encendió sendas velas al Santo Niño, a San Lucas y a la Virgen; pero como las criaturas empeoraban cada día, acudió al médico… el cual recetó el consabido purgante, con el aditamento de otros menjurjes y ungüentos, y se quedó tan fresco como la fresca mañana” (p. 76); a pesar de esto, uno de los hijos falleció, el cual fue sepultado con toda la tradición de la localidad. El autor menciona que “al otro día”, Anita se acercó al pastor Moisés, quien sabía de medicina y después de darle el pésame “le dio instrucciones claras y terminantes sobre el método que debía seguirse, encareciendo en particular que se administrara las medicinas sin interrupción y que se alimentara convenientemente al enfermito”; además le dijo que tuviera “fe en la Providencia, lo que los humanos no podemos, lo puede Dios. Con la ayuda del Señor vamos a hacer lo posible por salvar al niño” (p. 81). El niño mejoró. Anita dio gracias al pastor y “Naturalmente, las ocurrencias del ‘incienso’ no volvieron a repetirse”. Después de este “milagro”, doña Anita se fue integrando a la comunidad de evangélicos, generando gran indignación entre la población, pero sobre todo por parte del sacerdote.
Por último, pasó que tras la muerte del pastor Moisés, llegó el misionero Samuel (míster Sam). Él era un “recién graduado en una escuela teológica de los Estados Unidos, (quien) estableció, con el apoyo de ´predicadores nativos´ varias iglesias y también una escuela a favor de los niños del pueblo de San Lucas. Después de estos acontecimientos hubo una “reapertura del templo”, que generó “regocijo entre los congregantes del pueblo y de los contornos”, al cual llegaron “más de trescientas personas” y que “no sólo despertó emociones y remembranzas, sino avivó la fe de los veteranos y suscitó sentimientos de piedad en todos los oyentes” (pp. 108-109). Se dice que la escuela “caminaba viento en popa. Se abrió con quince niños… Al mes, la matrícula registraba veintiocho alumnos, y a los dos meses treinta y cinco” (p. 115). La escuela se caracterizó porque el pastor Sam “les enseñaba a leer con paciencia ejemplar, les corregía sus faltas con dulzura, jugaba con ellos a las hora de recreo, los llevaba a excursiones por el campo y los aficionaba a formar colecciones de insectos y plantas”; todo esto generó un “prestigio en los pueblos y villorrios aledaños” (p. 116), esto a pesar de que el sacerdote prohibió que la gente asistiera; sin embargo el método “lleno de amor” era completamente diferente al usado por el “profesor” de la escuela, que usaba métodos “salvajes”, situación contraria en este nuevo espacio educativo.
3. Consideraciones finales
El protestantismo mexicano también tuvo un rostro rural, generando preguntas sobre la conformación, crecimiento y problemas en el espacio donde la influencia del catolicismo determinaba profundamente la vida pública y privada de las personas. Las experiencias del pastor metodista Victoriano D. Báez fueron plasmadas en la novela Anita y el Cristo de San Telmo , en donde conoció de manera directa, pláticas y del periodismo, la intimidad de las situaciones de hombres y mujeres cuando cambiaron de religión. La novela es una mirada desde “adentro” que permite profundizar el pensamiento de una minoría religiosa que enfrenta las construcciones identitarias de la población mexicana de finales del siglo XIX y principios del siglo XX; la cual proyecta la revalorización de las liturgias en las diferentes ceremonias religiosas, así como el mejoramiento de las personas a través de la educación, el trabajo, la salud, etcétera, en beneficio de una sociedad que se planteaba modernizarse (10).
Por su parte, la historiadora Martha Eugenia Ugarte comenta que la jerarquía católica estaba preocupada por el aumento de movimientos protestantes en las haciendas del país donde “seducían” a las personas y de la violencia que también generaban hacia los sacerdotes (11).Esta situación nos invita a cuestionar cómo sucedió en poblaciones más “cerradas”. Sabemos que con James Thompson entraron Biblias a México, pero no se compara con su distribución que se fue dando después de la guerra con los norteamericanos (12), principalmente en la frontera y centro del país, así como cuando aparecieron la Iglesia de Jesús y la entrada de las diferentes denominaciones protestantes. Con esto tenemos dos elementos fundamentales para la vinculación de las personas con el protestantismo: la cantidad de Biblias distribuidas entre los mexicanos y la conformación de espacios para que la gente estudiara directamente o a través de diferentes materiales los cuales criticaban a la jerarquía católica y sus rituales. También es claro que no podemos olvidar las políticas gubernamentales como la crisis de credibilidad que vive el catolicismo, pero tampoco dejar a un lado, como se ha hecho, las interacciones sociales en las propias comunidades, las cuales permitieron construir una dimensión mucho más íntima donde las familias y las personas de una localidad se integraron a las nuevas organizaciones religiosas no católicas.
Con la llegada de estos grupos no solo hubo diferencias religiosas sino una disputa entre protestantes y católicos en dos frentes: un espacio físico y también el imaginario, el cual constituye esta dimensión fundamental para analizar sobre la “otredad” y la “mismidad”. Los católicos dirán sobre los protestantes que son agrupaciones desvinculadas con las raíces del país y que no son cristianas sino diabólicas, es decir que la principal oposición simbólica estará relacionada con cierto arraigo con lo mexicano, en donde la religión es un punto no solo tradicional sino constructor de la dinámica social y la fiesta es sello de las ceremonias que liga a la comunidad. Por su parte los protestantes criticarán el concepto de tradición y establecerán la necesidad de una renovación religiosa la cual conlleva a “no colocar vino nuevo en odres viejos” para asumir una actitud de oposición al alcohol, baile, juego, etcétera porque perjudica a la familia y beneficia, se plantea, principalmente al sacerdote.
Para el catolicismo fue una confrontación al ver que se establecían propuestas religiosas alternativas y que la gente comenzó a integrarse a alguna de ellas. Esto nos habla de que hubo diferentes formas de evangelización en las localidades rurales, y que las relaciones interpersonales fueron una oportunidad para comentar y discutir sobre temas religiosos, aunque creo que no los únicos, planteando otra forma de espiritualidad. Posteriormente se adhirieron otras personas, hubo reuniones en casas, crecieron y hubo construcción de templos, escuelas y en ocasiones dispensarios; además, dentro de estos nuevos espacios se realizaron cultos dominicales, también ceremonias especiales, como de Navidad, Semana Santa, bautizos, matrimonios, inauguraciones, etcétera. La influencia que tenían el sacerdote y otras personas quedaron desplazadas por los pastores, misioneros, maestros y más. Ante tales cambios de propuestas religiosas frente a la “tradición”, hubo una defensa basada en que buscaban alterar la vida de los mexicanos y sus propuestas eran “extrañas” y “diabólicas”, produciendo entre la comunidad, la justificación de actos de violencia hacia las personas que integraban esos nuevos cultos.
La evangelización protestante al interior de los pueblos del país fue una gran confrontación a la dinámica de vida de esas regiones rurales. El diálogo entre las personas fue un elemento por el cual la gente conoció las nuevas propuestas religiosas en las comunidades del país, generando fuertes controversias; y que en muchos casos no fue posible construir espacios de diálogo para favorecer que las diferencias pudieran ser resueltas por formas pacíficas; tenemos que fue constante el uso de la violencia en todas sus dimensiones, generando hasta muertes. El “campo”, como espacio religioso, tuvo un proceso lento sin embargo las dinámicas confrontaron la vida en diversas dimensiones, dando lugar a mucha intolerancia ¿de una sola parte? Me parece que la novela del pastor Victoriano es una invitación a conocer un poco sobre el pasado protestante, porque cuestiona la dinámica de los diferentes con una mayoría católica pero también es una invitación a preguntarnos sobre ¿cómo nos comportamos frente a los “otros”?
Acerca del autor:
Gerson A. Trejo es historiador; actualmente pastor en la Iglesia El Divino Redentor, en la colonia El Ancón, Los Reyes, Estado de México; estudiante en el Seminario Gonzalo-Báez Camargo; casado con la Tania Tamez Grenda (Presbítera) y con dos hijos: Luca Simeí Trejo Tamez y Libni Sofía Trejo Tamez.
NOTAS:
10. Geertz, Clifford, La interpretación de las culturas, España, Gedisa, 1989
11. Ugarte, Marta Eugenia, op. cit., p. 1482
12. Los soldados norteamericanos también distribuyeron Biblias y así también generaron un “despertar” entre los mexicanos para lograr una libertad religiosa. Véase Howland, John, “México Today” en Envelope Series, Vol. XVII, Julio 1914, No 2, p 20
