Dr. Ernesto Contreras
drernestocontreras@hotmail.com
¡Gloria a Dios! Que nos concede el grande privilegio, gozo y bendición de tener en nuestra congregación y familia de la fe, personas que después de arduos estudios, perseverancia y disciplina, han logrado llegar al maravilloso día de su graduación. Todos nosotros aquí nos felicitamos por poder participar de esta hermosa celebración, y junto con ustedes, alabamos a Dios y le damos gracias por sus vidas.
En un país y en un mundo como el nuestro, en que completar un ciclo escolar sigue siendo el privilegio de la minoría, debemos estar muy conscientes de la bendición tan excepcional que es que Dios, por su pura misericordia, nos haya permitido nacer en el tiempo, lugar, hogar, y circunstancias, en el que nacimos. También debemos dar gracias a Dios porque nos hemos podido criar y desarrollar en una sociedad que está en paz y no en guerra, y que ha podido construir toda la infraestructura necesaria para que nosotros hayamos podido ir a la escuela, tener maestros, útiles, y recursos suficientes para terminar este ciclo escolar.
Pero como siempre, todo privilegio trae responsabilidades, y Dios nos enseña que a todo aquel a quien se haya dado mucho, mucho se le demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá. En el llamado Sermón del Monte, encontramos un resumen de la grande responsabilidad que tiene, durante su peregrinar terrenal, el hijo de Dios que ha sido bendecido con conocimientos y ciencia, a la luz de la sabiduría divina. Jesucristo dice: “Ustedes son la sal de la tierra. Ustedes son la luz del mundo. Una ciudad asentada sobre un monte no puede ser escondida. Tampoco se enciende una lámpara para ponerla debajo de un cajón, sino sobre el candelero; y así alumbra a todos los que están en la casa. Que así alumbre su luz delante de los hombres, de modo que vean sus buenas obras y glorifiquen a nuestro Padre que está en los cielos” (Lc 12:48; Mt 5:13-16).
Desde la época del oscurantismo de la Edad Media, la gente se convenció que el conocimiento era la luz que sacaría al mundo de las tinieblas de la ignorancia, del fanatismo, y del atraso económico, social y cultural en que se encontraba. El Renacimiento del siglo XVI, trajo una época de nueva luz, sabiduría, arte y conocimiento humanos, y transformó la sociedad completa en forma rápida. Desde entonces, el conocimiento y la ciencia han ido como la luz de la aurora que va en aumento, y, por ejemplo, al siglo XX se le llamó con mucha razón, el siglo de las luces.
Durante los primeros milenios, el hombre descubrió cada dos o tres siglos, algo que revolucionó su vida, como el fuego, el metal, la rueda, y la escritura; pero en los últimos 500 años, hubo descubrimientos trascendentales como la imprenta, el continente americano, etc., etc., cada 50 y hasta cada 25 años. Sin embargo, todo esto no es nada comparado con lo que ha sucedido en los últimos 50 años, en que se han descubierto más cosas que las descubiertas en todo el resto de la historia.
A las personas que murieron a fines del siglo antepasado, antes del año 2,000, y después de cumplir 100 años de edad, les tocó en vida ver más nuevos descubrimientos que nadie en la historia de la humanidad: El descubrimiento de la electricidad, el telégrafo, el fonógrafo, los rayos X, la máquina de escribir, el ferrocarril, el foco, el motor, la anatomía humana, los automóviles, los aviones, la física y química modernas, los grandes buques de metal, los cohetes, el ADN, la computadora y miles de cosas más. En ese tiempo, hubo casi un descubrimiento trascendental por año.
Un niño que se gradúa hoy de primaria ha visto más inventos en su corta vida, que la mayoría de los adultos que murieron hace un poco más de 75 años, al principio de la Segunda Guerra Mundial; pero con el progreso de la tecnología a un ritmo realmente impresionante, en este siglo XXI, casi a diario, y a veces hasta varias veces en un día, se descubren nuevas cosas, como innovaciones en el teléfono celular, que están cambiando radicalmente la forma en que la sociedad suple sus necesidades, se divierte y trabaja. Todo parece indicar que estamos presenciando el cumplimiento de una de las profecías para el tiempo del fin, escrita por el profeta Daniel, la cual dice que en los últimos tiempos, la ciencia se aumentará (Dn. 12:4).
Este progreso en muchas áreas de la ciencia, como la física, la química, la biología y la tecnología, ha sido fenomenal en los últimos 25 años, y nos han permitido gobernar y aprovechar mejor la naturaleza, y conocer más el cuerpo humano, y controlar muchos procesos anormales y enfermedades. El hombre ha llegado a la luna y ha fotografiado otros planetas del sistema solar arrojando así luz respecto al funcionamiento del cosmos, el sistema solar y la tierra. Con los últimos conocimientos sobre el cosmos y el genoma humano, cada vez es más ridículo aceptar las teorías infantiles de la generación espontánea de la materia y de la vida, la aparición de las especies por evolución por puros sucesos al azar, sin dirección, sin propósito, y por la llamada selección natural, como alternativa a la obra por Diseño y creación inteligente del Ser infinitamente Sabio y omnipotente que la Biblia llama Dios.
Pero tanto conocimiento, sabiduría y progreso humanos en nada han modificado la raíz de los problemas del hombre, que está en su conducta pecaminosa que por naturaleza es heredada (Ro. 5:12). Los más maravillosos conocimientos aportados por grandes hombres de ciencia (que en gran porcentaje han sido cristianos ejemplares), han sido usados para el bien de la humanidad; pero también han sido usados por otros para inventar males e instrumentos, sistemas y formas de pecar y hacer daño a otros, cada vez más agresivos; de tal manera que muchas naciones que han llegado hasta las mayores alturas de conocimientos, progreso y riqueza, se están derrumbando hasta lo más profundo como consecuencia de los necios, malvados y depravados que usan el saber para hurtar, matar y destruir la felicidad, salud, la integridad y la vida de los demás (Jn. 10:10).
Qué claro le resulta al cristiano reconocer que la luz de la ciencia, el conocimiento y la sabiduría humanas, no es la luz que rescata al hombre de la ceguera espiritual y de las tinieblas del pecado. La persona que no reconoce que sólo la luz de Cristo es la que libra al hombre de la esclavitud de la concupiscencia y la tendencia natural que el hombre tiene para hacer el mal, y que sólo el poder sobrenatural del Espíritu Santo es el que nos permite vivir en victoria contra las tentaciones y asechanzas del diablo y sus demonios, como dice la Escritura, tiene la vista muy corta; es ciego, habiendo olvidado la purificación de sus antiguos pecados (2 Pd. 1:9). Hoy como siempre, la única solución real, duradera y efectiva contra la maldad, el pecado y la condenación que aqueja a la humanidad, es la luz de las buenas nuevas de salvación, vida abundante y vida eterna que Dios ofrece gratuitamente a través de Jesucristo.
Las Sagradas Escrituras nos informan que Jesucristo y su Santo Espíritu, es la luz divina que fue enviada a este mundo para traer salvación e iluminar el camino de los hombres mientras peregrinan temporalmente por este mundo de maldad, rumbo a la gloria celestial, donde la luz de Dios brilla eternamente con toda su plenitud; pues dice la Escritura que ahí el rostro de Jesús es como el sol cuando resplandece en su fuerza, de tal manera que no habrá allí más noche; y los salvos no tendrán necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará (Ap. 1:16 y 22:5).
Por ello se dice que cuando Jesucristo vino a este mundo: El pueblo que andaba en tinieblas vio gran luz; los que moraban en tierra de sombra de muerte, luz resplandeció sobre ellos (Is. 9:2), pues en Él estaba la vida y la vida era la luz de los hombres. La luz en las tinieblas resplandece y las tinieblas no prevalecieron contra ella (Jn. 1:5). Aquella luz verdadera, que alumbra a todo el mundo, venía al mundo, y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros, (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad (Jn. 1:14). Jesús dijo: Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida (Jn. 8:12). Entre tanto que estoy en el mundo, luz soy del mundo (Jn. 9:5). Aún por un poco está la luz entre vosotros; andad entre tanto que tenéis luz, para que no os sorprendan las tinieblas; porque el que anda en tinieblas, no sabe a dónde va. Entre tanto que tenéis la luz, creed en la luz, para que seáis hijos de la luz (Jn. 12:35,36).
Jesucristo es la luz que nos permite limpiar más y más las tinieblas que aún permanecen en nuestra vida. Él dice: Yo, la luz, he venido al mundo, para que todo aquel que cree en mí no permanezca en tinieblas (Jn. 12:46). Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo (2 Co. 4:6).
Lo segundo que tenemos que aceptar como cristianos, es el reto que el mandamiento de Cristo nos pone delante: Ustedes son la luz del mundo. Así alumbre su luz delante de los hombres, para que vean sus buenas obras, y glorifiquen a nuestro Padre que está en los cielos (Mt. 5:14,16). Siendo manifiesto que somos carta de Cristo, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón (2 Co. 3:3).
Jesús dijo: Erráis, ignorando las Escrituras y el poder de Dios. Cómo debe pesarnos que, por nuestra ignorancia de las Escrituras, nuestra falta de obediencia a Dios y nuestro frecuente caer en tentación, no podamos vivir siempre en victoria, felices y llenos de éxito y satisfacciones legítimas.
¡Cómo debe haber en nosotros el deseo de que Jesucristo resplandezca sin estorbos en nuestra vida para que otros quieran venir a esta Luz Admirable que salva, sana, restaura, y saca de las tinieblas del pecado y la maldad!
Es por ello que es mi sagrada obligación el decirles con el Apóstol Pedro: Amados, yo les ruego como a extranjeros y peregrinos, que se abstengan de los deseos carnales que batallan contra el alma, manteniendo buena su manera de vivir, para que en lo que murmuran de ustedes como de malhechores, glorifiquen a Dios al considerar sus buenas obras (1 Pd. 2:11,12).
Porque como dice el apóstol Pablo: en otro tiempo eran tinieblas, mas ahora son luz en el Señor; anden como hijos de luz, y no participéis de las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendedlas (Ef. 5:8 al 11). Para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo; asidos de la palabra de vida (Fil. 2:15,16). Así que, si todo tu cuerpo está lleno de luz, no teniendo parte alguna de tinieblas, será todo luminoso, como cuando una lámpara te alumbra con su resplandor (Lc. 11:36).
La noche está avanzada, y se acerca el día. Desechemos, pues, las obras de las tinieblas, y vistámonos las armas de la luz. Andemos como de día, honestamente, no en glotonerías y en borracheras, no en lujurias y lascivias, no en contiendas y envidia, sino vestidos del Señor Jesucristo y no provean para los deseos de la carne (Ro. 13:12 al 14).
Mira pues, no suceda que la luz que en ti hay, sea tinieblas. Porque ¿qué comunión tiene la luz con las tinieblas? Y ¿qué concordia hay entre Cristo y satanás? Y ¿qué acuerdo entre el templo de Dios y los ídolos? Porque todos nosotros somos el templo del Dios viviente (2 Co. 6:14 al 16), y todos nosotros somos hijos de luz e hijos del día. No somos de la noche ni de las tinieblas. Por tanto, no durmamos como los demás, sino velemos y seamos sobrios, habiéndonos vestido con la coraza de fe y de amor, y con la esperanza de salvación como yelmo (Ts. 5:5 al 8).
En tiempos de tanto oscurantismo espiritual como el que nos ha tocado vivir, es preciso que con urgencia aceptemos el reto de ser la luz del mundo. ¡Ya basta de ser remedos de cristianos y pobres reflejos de la Luz Divina! ¡Ya basta de ser mediocres cayendo en tentación y ofendiendo a Dios, a nuestros amados y la iglesia de Cristo! Dice la Escritura: Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos y te alumbrará Cristo (Ef. 5:14). Este es el mensaje que hemos oído de Él, y les anunciamos: Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en Él. Si decimos que tenemos comunión con Él, y andamos en tinieblas, mentimos, y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como Él está en luz, tenemos comunión unos con otros y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado (1 Jn. 1:5 al 7).
Es a nosotros y no a los ángeles que hacen la perfecta voluntad de Dios, a quienes Dios llama linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo escogido por Dios para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable (1 Pedro 2:9).
No es pretexto válido ante Dios el que, reconociendo nuestra limitación e incapacidad natural para ser dignos hijos y siervos de Dios, queramos justificar el vivir en derrota y vergüenza espiritual. Somos llamados a vivir en victoria y Dios nos ha prometido el poder del Espíritu Santo para vivir en victoria, con sólo pedirlo. Nuestro Señor Jesucristo dijo: Pidan y se les dará; busquen y hallarán; llamen y se les abrirá. Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. ¿Qué padre de ustedes, si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿o si pescado, en lugar de pescado, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Pues si ustedes, siendo malos, saben dar buenas dádivas a sus hijos, ¿cuánto más nuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan? (Lc 11: 9 al 13).
Dios sabe que tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros (2 Co. 4:7), y por ello, a pesar de nuestras debilidades, podemos decir que somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó (Ro. 8:37), y se entregó a sí mismo por nosotros (Ef. 5:2). Cristo Jesús, Señor nuestro.
Si tu eres un hijo de Dios que por imprudencia, ignorancia o necedad has caído en las tinieblas del pecado, ¡arrepiéntete hoy! y escucha las consoladoras palabras de la Biblia, que dicen: Mas yo a Jehová miraré, esperaré en el Dios de mi salvación; el Dios mío me oirá, porque, aunque caí, me levantaré; aunque moré en tinieblas, Jehová será mi luz. La ira de Jehová soportaré, porque pequé contra Él, hasta que juzgue mi causa y haga mi justicia; Él me sacará a luz; veré su justicia (Mi. 7:7 al 9). ¿Qué Dios como Tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se deleita en la misericordia. Él volverá a tener misericordia de nosotros; sepultará nuestras iniquidades, y echará en lo profundo del mar nuestros pecados (Mi. 7:18-19).
Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no está en nosotros. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a Él mentiroso y su palabra no está en nosotros (Jn. 1:8,10). Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas. Mas el que practica la verdad viene a la luz para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios (Jn. 3:20,21). Pues todas las cosas cuando son puestas en evidencia por la luz son hechas manifiesta porque la luz es lo que manifiesta todo (Ef. 5:13) Así pues, si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad (1 Jn. 1:9).
Y a aquel que es poderoso para guardarnos sin caída, y presentarnos sin mancha delante de su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén (Jd. 1:24,25).
