UNA VIDA SIN PROPÓSITO

UNA VIDA SIN PROPÓSITO

Sobreviviendo sin Edgar 

Giuseppina Lauretano de Avitia

El Rev. Edgar Avitia Legarda entregó su vida al Señor a la edad de 13 años, siendo miembro de la Iglesia Metodista La Santísima Trinidad en la ciudad de Chihuahua, Chihuahua. Edgar se apasionó con Dios, escribiéndole poemas y cantos, y desde muy joven sintió el llamado al ministerio. 

Después de que nos casamos, Edgar anunció que aplicaría a la escuela de teología Perkins, la cual es parte de la universidad Southern Methodist University en la ciudad de Dallas, Texas. Después de terminar sus estudios teológicos, sirvió los primeros 13 años como pastor, capellán, y superintendente de la Conferencia Río Grande de la Iglesia Metodista Unida. Sus últimos 22 años de vida sirvió como secretario ejecutivo de Latinoamérica y el Caribe con la Junta General de Ministerios Globales, una de 13 agencias de la Iglesia Metodista Unida de los Estados Unidos.    

Mi vida como esposa de Edgar fue llena de amor y aventuras. Como todo matrimonio, incluía desacuerdos y diferencias de opinión. Sin embargo, el amor, la comprensión, la comunicación, y las resoluciones bíblicas que llegaríamos a practicar fueron lo que nos ayudó resolver todo; y con los años, nuestro amor creció y fuimos una pareja bastante feliz. Pero como suele a suceder, nos damos cuenta de que la vida pasa como un viento – y que nuestra vida en esta tierra es pasajera. En los momentos más felices de mi vida, y precisamente cuando empezamos a planear nuestra vida después de la jubilación, cae la desgracia.

La última vez que miré a Edgar a los ojos fue el 27 de junio del 2023, aproximadamente a las 9:20 de la mañana. Esa última vez que nos miramos a los ojos fueron literalmente unos segundos. Sin embargo, fue un momento eterno y muy íntimo.  Un momento que nunca olvidaré.

Estaba parada a su lado, llorando con angustia después de haber presenciado la cuarta convulsión que Edgar tuviera en un lapso de aproximadamente 15 minutos. Lo estaba intensamente mirando a los ojos mientras que los paramédicos lo subían a la ambulancia. Una mirada que llevaba mensaje.

Mi mirada le estaba rogando que no me fuera a dejar; que mejorara y que volviera a mi lado. En esos mismos momentos Edgar también me estaba mirando a los ojos y me respondió con una pequeña sonrisa. Y mientras sonreía, me guiñó un ojo contestando mis ruegos y diciéndome que no me preocupara, asegurándome que él iba a estar bien. Y le creí.

Pero lo que yo creí, no resultó. Pues el “bien” que yo entendí fue un bien físico; un bien terrenal. Sin embargo, el bien del que Edgar me señalaba con su sonrisa y su guiño era un bien celestial; espiritual; un bien eterno. De hecho, Edgar está totalmente bien. Pues no hay mejor situación en la que podamos estar que estar en la presencia de nuestro creador. Realmente, los que nos quedamos atrás somos los que podríamos no estar bien.

Yo, por ejemplo, después de meses de profunda tristeza y llanto diario, decidí salirme de la casa y volver al salón de clases como maestra, porque el silencio en mi casa era tan fuerte que resultaba ensordecedor. Sin embargo, a pesar de que estaba tratando de superar esa depresión por medio de la distracción de un trabajo, no hubo mejoramiento. Al contrario, este último año sentí que mi vida no tenía absolutamente nada de propósito. ¿Cuál propósito podría yo tener viviendo en este mundo sin Edgar? Su muerte me había dejado completamente devastada. Me preguntaba: ¿Por qué es que Dios se llevó a este gran hombre que estaba involucrado en tantas obras para el reino de Dios? ¿Por qué es que Dios decidió llevarse a Edgar y dejarme a mí? ¿Se habrá equivocado Dios? Con el tiempo, y siendo mujer de fe, tuve que confiar en lo que siempre he creído en lo más profundo de mi corazón, lo cual es que Dios nunca se equivoca.

La profundidad de la evolución de ese momento final, de esa mirada a los ojos, no la pude entender hasta un año después. Sólo pude confiar que tanto ese momento, como la muerte de Edgar, y ultimadamente, la continuación de mi vida sin Edgar, eran parte de un plan perfecto de Dios. Tuve que confiar en Dios, aunque no comprendía por qué un Dios de amor y compasión me dejaría pasar por un dolor tan grande.

Después fue que entendí que Dios hizo conmigo lo que yo misma hice con mi hija Nydia. Lo mismo que muchos padres y madres han tenido que hacer en alguna ocasión. Nydia tenía 4 años. Se tropezó y se cayó sobre un metal que le cortó la frente profundamente. Sangraba tanto que tenía miedo que se pudiese morir desangrada. Por supuesto que la llevé inmediatamente a emergencias. Pero porque había escasez de personal, el doctor me pidió que colocara mi cuerpo encima de mi hija para mantenerla quieta y así poder coserle la frente. No me quedaba otra. La detuve lo más estable que pude para que el doctor pudiera coserla con precisión. Pero como se pueden imaginar, mi hija lloraba, gritaba, y me rogaba que la soltara. Que por favor la llevara a la casa. Que ya no quería estar allí. Yo, con lágrimas en los ojos y una angustia enorme, no le pude conceder su petición. La tuve que detener hasta que el doctor terminara. Sería la mejor manera de que ella sanara y terminara con una cicatriz menos notable en la frente. Fue difícil para mí, pero lo hice por amor a ella. Y yo sé que al final de cuentas, ella podía sentir mi amor; pues al soltarla, me abrazó fuertemente y se quedó dormida, sintiéndose segura y amada en los brazos de su madre.  

Así mismo a veces Dios nos detiene firmemente y nos deja pasar por insoportables dolores. Nosotros, por otro lado, muchas veces no entendemos y le rogamos que nos suelte del dolor que estamos experimentando. A través de este duelo he aprendido que Dios puede convertir nuestro dolor en un hermoso propósito – si se lo permitimos; el dolor puede resultar en bendición – si dejamos que Dios obre en medio de nuestro dolor; y a pesar de todo el dolor, podremos sentirnos seguros y amados en los brazos de nuestro Padre Dios.

Después de mucha oración, este dolor profundo que yo he sentido terminó revelándome mi nuevo propósito. Pues realmente, no sólo se trata de cumplir un sueño de Edgar, pero más precisamente, se trata de cumplir un proyecto que Dios mismo inspiró en Edgar.

Este proyecto del que hablo se convirtió en una entidad oficial de la Iglesia Metodista de México durante la Conferencia Anual de CANCEN, que tomó lugar en la ciudad de Delicias, Chihuahua, los días 20 a 22 de junio del 2024. Durante un momento de oración, sentí en lo más profundo de mi alma una confirmación de mi nuevo propósito. Pues fue en esta misma conferencia que fui elegida Vocal-enlace y Colaboradora de la comisión que se encargará del  “Archivo e Historia CANCEN – Rev. Edgar Avitia Legarda”. En otras palabras, ahora seré oficialmente parte del equipo que se encargará de realizar el sueño de Edgar; y prometo que junto con los distinguidos Pbro. Luis Alberto Reza Franco, Dr. Carlos Alejandro Muro Flores, Ing. Simón Chairez Gamboa, y el Lic. Samuel Hernández Bencomo, haremos todo lo posible porque este sueño se haga una realidad. Porque este archivo sea una fuente de inspiración e información a todos los seminaristas, pastores, y laicos no sólo de CANCEN, sino de todo México y aún más allá.

Edgar, historiador distinguido y premiado por la Iglesia Metodista Unida, mi esposo amado y querido: terminaremos la labor que empezaste – y tu sueño se hará realidad con la ayuda de Dios. 

Edgar, ahora soy yo quien te manda una sonrisa y un guiño. Ahora soy yo quien te manda decir que voy a estar bien, y que siempre te amaré.

Sobre la autora

Nació en El Paso, Texas, hija del Rev. Vittorio Lauretano Parolina y Evangelina Endlich Cruz. Giusy fue la segunda de 7 hijos y ha radicado en los Estados Unidos, en Italia, y en México. 

Giusy es maestra bilingüe de la Universidad de El Paso, Texas (UTEP), y tiene una maestría en Administración Educacional de la Universidad de Sul Ross en Alpine, Texas. Giusy trabajó 9 años como asistente administrativa de 3 superintendentes de la Conferencia Río Grande de la Iglesia Metodista Unida; 12 años como maestra bilingüe; y 9 años como ejecutiva de educación misional y presupuestos de misioneros con la Junta General de Ministerios Globales.

A la edad de 19 años, Giusy conoció a Edgar Avitia Legarda en la Iglesia Metodista El Divino Salvador en Cd. Juárez, Chihuahua. Se casaron casi dos años después. De esta unión nacieron un hijo, Bruno, y una hija, Nydia. Nydia les dio 3 nietos: Kaylee, Marcus, y Nathaniel. Edgar pasó a mejor vida 4 meses antes de que cumplieran 40 años de casados.

Un comentario sobre “UNA VIDA SIN PROPÓSITO

  1. Thank you!
    You’re a true inspiration to me and all our family.

    God is faithful to his word when he promises to change our sorrow and grief into joy.
    I have witnessed the joy you have found in Christ through this beautiful opportunity God has given you in continuing Edgar’s dream.

    I foresee a wonderful and exciting journey for you as you take on Edgars passion and continue the race.

    Love you forever,

    Your sis, Angie Lauretano

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