1950 fue declarado por el Papa Pío XII como “año mariano”. En todo el mundo católico se llevaron a cabo distintas jornadas desde el mismo Vaticano, las grandes catedrales y parroquias de todo el mundo. De 1947 a 1953 nosotros vivimos en la Privada Aldama (hoy se llama Amado Nervo) está ubicada entre las calles Comonfort y Francisco I. Madero; en esa Privada habitábamos como 14 o 15 familias, casi en todas las casas había niños y niñas, adolescentes y jóvenes; como parte de las actividades del “Año Mariano” se organizaron distintos eventos en nuestra privada, desde arreglar la calle con listones blancos y amarillos – colores del Vaticano- y blancos y azules – los colores marianos-, se rezaba el rosario por las noches y los sábados los niños y adolescentes recibían el catecismo dirigido por señoritas enviadas por la parroquia correspondiente. Nosotros éramos la única familia evangélica –metodista y no participábamos en ninguno de estos eventos. Tal vez esto provocó el enojo de los líderes religiosos de nuestro vecindario…
Un domingo mi hermano Calo y yo, ya muy bañados y arreglados con nuestras mejores ropas nos fuimos a la iglesia, era temprano, mi mamá y mi hermana Luz nos alcanzarían en la iglesia…
Calo y yo decidimos irnos a pie hasta la iglesia y usar el dinero que mi mamá nos dio para el pasaje del autobús de la ruta en un buen helado … muy contentos, Biblia en mano iniciamos nuestra caminata… a unas tres o cuatro cuadras un grupo de muchachos y niños de nuestra privada, nos estaban esperando, los muchachos más grandes nos tomaron los brazos y los torcieron hacia atrás en tanto que los demás chicos nos tiraron nuestras biblias al suelo, nos patearon, nos dieron golpes en el estómago y lo más cruel, nos untaron “chile habanero” en la cara; nos restregaron ese chile sumamente picante en la frente, las mejillas, la boca, la nariz, las orejas y el cuello. Hubo un momento en que en medio de nuestro gemir y llanto por lo que nos estaban haciendo, mi hermano Calo les gritó preguntando ¿Por qué nos hacen esto? Y uno de los muchachos nos respondió: “Porque los judíos y ustedes los protestantes mataron a nuestro Señor Jesucristo”. Dicho esto, nos soltaron y emprendieron la huida… mi hermano y yo decidimos continuar a la iglesia; llegamos directamente a la casa pastoral, nos recibió nuestro pastor Garza y Garza y su hermana Carmelita… sorprendidos de lo maltrecho que estábamos, nuestros rostros enrojecidos y los ojos inflamados por el llanto y el daño del chile… Al tiempo que nos lavaban la cara les platicamos lo que había pasado; luego de limpiarnos y curarnos, el pastor se sentó en el escalón del porche de la casa pastoral y nosotros junto a él, nos preguntó: ¿Por qué les hicieron esto? Y le contamos a nuestro pastor lo que los muchachos nos dijeron: “Porque los judíos y ustedes los protestantes mataron a nuestro Señor Jesucristo”. Acto seguido el pastor abrió su biblia en San Juan 10:17-18 y nos dijo: Niños González escuchen lo que dice la Biblia, son palabras del Señor Jesús: “…Yo pongo mi vida… nadie me la quita, sino que yo de mi mismo la pongo” y agregó: “Jesús murió por nosotros, Él voluntariamente ofreció su vida para nuestra redención. ¿Entienden esto?” Nosotros le contestamos que sí entendíamos lo que el Señor hizo por nosotros. El pastor nos aconsejó que no guardáramos rencor contra los niños y muchachos que nos atacaron y humillaron, nos dijo que Jesús desde la cruz del calvario perdonó a todos las ofensas…
Mi convicción personal es que ese día, apenas a los nueve años de edad, yo me convertí a Cristo. Había recibido la enseñanza cristiana desde que tuve uso de razón, pero esa mañana yo acepté a Cristo como mi salvador personal; entendí que Él puso su vida por mí… cuando cumplí doce años hice mi Profesión de Fe, pero mi conversión a Cristo fue aquella mañana dominical… todo comenzó –esto es lo curioso- al restregarnos en la cara “el chile habanero”.
Mi hermano y yo nunca les reclamamos nada a nuestros agresores. Eran nuestros vecinos, algunos eran compañeros de la misma escuela, nunca guardamos resentimientos ni a las señoritas catequistas que después supimos fueron las que les enseñaron semejante mentira…
No tenemos ningún trauma, aunque a decir verdad jamás he comido “el chile habanero”; por algo será…
