Un diván del tamaño del Estadio GNP

Un diván del tamaño del Estadio GNP

Leonel Iván Jiménez Jiménez 

“Sobra tanto / dentro de este corazón…”

Hace veinticinco años, estando en plena secundaria, no hubiera imaginado escuchar “Antología” en vivo junto a otras sesenta y cinco mil personas. En aquel tiempo, el salón de clases se inundaba de la música de Shakira cuando mis compañeras sacaban clandestinamente sus discmans para cantar a sus amores imposibles. Un poco en secreto y con esas canciones, llegué a pensar que era “cuestión de tiempo y fe” para que la niña rubia de segundo de secundaria me hiciera caso. Tanta era mi fe que en el anonimato le envié una rosa un catorce de febrero esperando que intuyera quién era el remitente. Claramente no sucedió, pero en ese momento estuve de acuerdo con Shakira al decir que: “Para amarte / necesito una razón / y es difícil creer / que no exista una más que este amor.”

A bastante distancia de esos años de primeros amores y dolores, Julieta -mi esposa- y yo fuimos al Estadio GNP para escuchar a Shakira en el primero de siete conciertos que programó en la Ciudad de México, rompiendo récord de asistentes en el antes llamado Foro Sol. Estaba en mi oficina de la superintendencia cuando Shakira anunció en redes sociales su gira 2025. Sabiendo que Julieta es fan de Shakira (y recordando las “canciones viejitas”) tuve que hacer una pausa en las labores de ese día para inscribirnos en la página que nos pondría en los primeros lugares para la preventa a sus conciertos. Semanas después compramos los boletos, luego de suspender nuevamente las labores del día para esperar en la fila virtual compitiendo con varias miles de personas que estaban conectadas al mismo tiempo. Una semana antes del concierto, los últimos preparativos debían realizarse: conseguir una peluca morada, modelar para que Julieta la arreglara, sacar una corbata negra para completar el outfit de “Las de la intuición”. 

El día del concierto, el Estadio GNP explotó en un espectáculo de otro mundo. Confieso que prefiero la música de Shakira de los primeros discos (Dónde están los ladrones, Pies descalzos, Servicio de lavandería y Fijación oral, vol. 1, incluido el MTV Unplugged), pero una vez en el concierto es imposible no contagiarse con la energía de la cantante, la música y la gente. Ahí estuvimos sesenta y cinco mil personas cantando y saltando, recordando historias que transcurrieron con la música de Shakira de fondo, volviendo al tiempo de la secundaria o la universidad, de los primeros amores y las rupturas que parecían ser el apocalipsis. Mi momento favorito de la noche: cuando Shakira cantó “Inevitable” convirtiendo al estadio entero en un mar de luces rojas. 

“Si es cuestión de confesar…”

Es bien sabido que Shakira ha contado parte de su historia a través de sus canciones. Cuando Shakira amaba a Antonio de la Rúa nos regaló canciones como “Días de enero” y, ahora el rompimiento con Piqué (su ahora exesposo y padre de sus hijos), detonó una nueva etapa creativa para la colombiana. Ella no lo esconde o maquilla, tanto así que en sus conciertos ha agregado el video de un lobo (Piqué, por supuesto) que abandona a sus crías. 

Shakira se une a artistas como Taylor Swift que han apostado por contar su historia y capitalizarla, teniendo éxitos sin precedentes al conectar con quienes les siguen. Esto no es nuevo, tanto así que en algunos círculos académicos en Estados Unidos se ha considerado con seriedad el tener a Taylor Swift como heredera de la “poesía personal” (también llamada “poesía confesional”) (1), movimiento con representantes tan distinguidas como Anne Sexton y Sylvia Plath, quienes hablaron de su cuerpo, sexualidad, emociones, vidas y relaciones de maneras en que antes no se había hecho (2).  

Como lo explica Rachel Greenhaus, especialmente para las mujeres ha sido un arma de doble filo el usar su autobiografía en la producción de su arte. Por un lado, con mucho morbo se espera que sus poemas (en el caso de Sexton y Plath), novelas (el caso de Annie Ernaux) o canciones (como en Swift y Shakira) expresen “la verdad” de lo que sucedió en sus vidas, juzgando supuestas omisiones o tergiversaciones de lo que “se sabe” acerca de ellas. Un ejemplo es la manera en que se ha criticado a Shakira por no contar “la verdadera historia” de lo sucedido con Piqué y pintarse como una víctima o no sincerarse sobre otras relaciones que ha hecho públicas. Por otra parte, se critica esta forma personal de producción artística como demasiado sencilla o básica, pues “simplemente” están contando su vida, dando a entender que no serían capaces de elaborar algo más complejo que su propia biografía, cayendo en el juicio que tacha este género como sentimentalismo puro. Esta crítica ha sido la misma para la obra de Anne Sexton, Sylvia Plath o Annie Ernaux.  

Es necesario considerar, por lo menos, dos cuestiones. Primero, notar la diferencia entre una autobiografía y el arte personal o confesional, el cual no busca contar las cosas tal cual sucedieron, sino expresarse a partir de lo vivido. Canciones como las de Shakira, tal como los poemas de Plath y Sexton, están basadas en vivencias, pero no buscan narrar con exactitud lo que sucedió en sus vidas. Se apropian de lo vivido para expresarse sin la preocupación de defender “la verdad” (siempre entrecomillada) de un suceso biográfico.  

También hay que subrayar la aportación que mujeres artistas han hecho en este rubro en tiempo reciente. Tomar la propia historia y trabajar sobre ella ha sido parte fundamental de la obra de escritoras como Jazmina Barrera, Alma Delia Murillo, María José Ramírez, Nayeli García Sánchez, Alaíde Ventura, entre muchas otras. La autoficción ha sido un género de enorme relevancia en la literatura contemporánea en la que se exploran sucesos personales sin tener una clara delimitación entre elementos que sucedieron y elementos ficticios. No hay nada de simpleza en este ejercicio, ni tampoco es un acto del sentimentalismo patriarcalmente asociado a lo femenino. Más bien, la autoficción reconoce el valor de la propia historia y reflexiona a partir de ahí, problematizando los temas que tocan. 

Para la fe cristiana no es extraño el contar la propia historia. El testimonio que se promueve en reuniones y liturgias es el contar la propia experiencia reconociéndole tanto valor que debe ser compartido. Sin embargo, vale la pena preguntarse qué es lo que se cuenta al momento de testificar. Al creyente se le invita a contar las cosas tal cual las experimentó, aunque eso no necesariamente represente fielmente lo que sucedió en realidad. Por ejemplo, si un creyente testifica que ha sanado o ha salido con bien de una cirugía complicada, dará gracias a Dios por ese hecho milagroso; sin embargo, la ciencia médica bien podría explicar los detalles de su enfermedad, procedimientos para la curación y recuperación. 

El relato creyente de ninguna manera es mentira, sino que es una confesión de fe. En el testimonio hay una apropiación de la experiencia propia validada como trascendental. Ese testimonio conecta con otras personas que escuchan y se sienten identificadas en lo que se narra o en la esperanza que provoca el relato. Si bien el testimonio no exige que se relaten los hechos duros de un suceso, eso no significa que se esté contando una mentira. En el testimonio se cuenta una experiencia de fe desde la perspectiva subjetiva del creyente. En pocas palabras, el testimonio es autoficción que construye la fe. 

Dentro de la fe cristiana contamos lo que creemos, lo cual va mucho más allá de si es algo “falso” o “verdadero”. Al contar historias de fe -bíblicas o personales- hacemos un acto de confesión: confesamos que Dios estuvo presente. Es así como, por ejemplo, puedo confesar que Dios ha provisto de alimento, ha actuado en medio de la enfermedad o ha hablado a través de un evento. Esto no se encuentra en conflicto con la veracidad de un hecho, pero va más allá: nuestra historia se lee a partir de lo que creemos. Un criterio diferente sería el discernir si el testimonio conduce a la salud o es alienante. 

“Suena sincero, pero te conozco bien y sé que mientes…”

A espacios donde el arte y la mercadotecnia se unen, por lo que también es necesario subrayar que las canciones de Shakira están hechas para facturar. Aquí es donde probablemente haya una separación entre la poesía confesional y la autoficción literaria respecto a cantantes como Taylor Swift o Shakira. Mientras que escritoras como Sexton y Plath exploraron una amplísima gama de temas (incluyendo, por supuesto, sus desventuras amorosas) y dieron pasos disruptivos en varios sentidos, personalidades como Shakira se centran en contar una y otra vez sus experiencias en el amor, terribles la mayor de las veces, y de una intensidad inabarcable. 

Refiriéndose a Taylor Swift, Atahualpa Espinosa estudia la apariencia vulnerable de la cantante y sus canciones: “se trata de trozos de la vida privada de una mujer que ha pasado por más de lo que podemos concebir, desde el otro lado de la cerca que la separa de nosotros, dueños de vidas pequeñas y sin sobresaltos” (3) Cualquiera de nosotros y nosotras puede identificarse con el amor, las rupturas y el caos que suele generarse luego de una relación, pero ¿es igual nuestra desventura a lo que vivió Shakira con un futbolista de talla internacional o el hijo de un expresidente?, ¿es tan intenso nuestro amor o desamor al grado de que hay varios millones de dólares en juego?, ¿nuestras expresiones de amor pueden ser tan intensas como las de Shakira cantando a sus hijos en vivo? Podríamos llegar a pensar que nuestra vida es ordinaria frente a la colosal intensidad de la cantautora. 

Lo cierto es que esa (aparente) intimidad expuesta, la intensidad sin límites y la catarsis son -diría Shakira- facturables. Lejos de demeritar lo que hace, visibilizarlo permite advertir la manera en que participamos de sus conciertos y escuchamos sus canciones. El problema no está en aceptar que Shakira, como personalidad del espectáculo, está diseñada para que sus canciones sean hits y sus conciertos tengan sold out. Lo problemático es cuando las canciones, el espectáculo y la atención a historias ajenas (fabricadas o no) se convierten en el único diván al cual nos acercamos para hacer catarsis y tratar de resolver lo que sucede en nuestra vida. 

Como iglesias solemos ser negligentes respecto a la salud mental. El culto, las actividades y las reflexiones también las convertimos en los únicos divanes para las y los creyentes. Olvidamos que los agentes de pastoral son eso: compañía humana y religiosa para quienes van atravesando de una experiencia a otra y de etapa en etapa, pero no especialistas en salud mental. Las iglesias tienen la responsabilidad de seguir siendo espacios de reflexión, descanso, conexión y celebración litúrgica, pero también deben fomentar que las personas cuidemos de nuestra salud.

Cuando las iglesias son el único diván, los cultos o actividades son un espacio catártico parecido a un buen concierto de Shakira, que se disfruta y ayuda a desahogar, pero no resuelve los temas de fondo. Los testimonios pueden traer la misma problemática que las letras de Shakira o Taylor Swift: historias intensas, deseables, pero inalcanzables (¿puedo comparar mis penas al dolor del hermano que cuenta una intensa historia de radical regeneración o de sanación milagrosa?). 

Un concierto de Shakira es tan disfrutable como lo es una liturgia o un espacio de convivencia con la congregación. Para algunas personas, incluso es una experiencia necesaria, tanto que están dispuestas a invertir varios miles de pesos para asistir a un concierto o invertir varias horas para estar con la iglesia. El disfrute en los conciertos, el cantar a todo pulmón “Pies descalzos, sueños blancos”, escuchar historias en un culto, crear conexiones con la comunidad o sumarse a sesenta y cinco mil personas para ver un espectáculo, es -en mi opinión- parte de las cosas que vale la pena experimentar, aunque sea una vez. No obstante, nada de eso puede sustituir ir al diván para sanar, pasar de una etapa a otra y envejecer con un corazón que sana. 

***

Anne Sexton pensaba, al igual que Kafka, que un poema debe servir como un hacha para el mar congelado que está en nosotros (4). Lo mismo podemos decir de las canciones, sermones, testimonios y otras expresiones: son elementos que nos ayudan a pasar por aquello que parece intransitable. Necesitamos escuchar historias de otras personas que nos ayuden a poner en palabras lo que no alcanzamos a decir y que nos ayuden a seguir confesando aquello en lo que creemos. Necesitamos contar nuestra historia para encontrar que, más allá de la catarsis, es posible encontrar descanso al compartir. Nuestra historia también puede ser un instrumento que abra paso para que otras personas puedan transitar. 

Sería infructuoso sumergirse en una discusión sobre la calidad de las canciones de Shakira en comparación con las poetas y escritoras que he mencionado. Más allá de eso, lo cierto es que las canciones de la colombiana nos han acompañado a transitar por vivencias, amores y desamores en momentos en que era difícil contar la propia historia y dolores. Eso ya es suficiente razón para poder entregarse de lleno a un concierto, ya sea de Shakira o de quien uno prefiera. 


NOTAS:

  1. Por ejemplo, el breve artículo de Rachel Greenhaus “Taylor Swift: 1989’s Confessional Poet”
    https://daily.jstor.org/taylor-swift-confessional-poet/ 
  2. La poesía completa de ambas está ahora disponible en excelentes traducciones al español: Anne Sexton, Poesía completa (Madrid: Lumen, 2024) y Sylvia Plath, Dime mi nombre. Poesía completa (Barcelona: Navona, 2022). 
  3. Atahualpa Espinosa, “El negocio de torturar poetas” 
  4. https://www.latempestad.mx/silencio-selectivo-el-negocio-de-torturar-poetas/ 

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