La plena humanidad de Jesús
Nuestro segundo artículo de religión dice, al referirse a Jesús:
Del Verbo, o Hijo de Dios, que fue hecho Verdadero Hombre
El Hijo –quien es el Verbo del Padre, verdadero y eterno Dios, y de una misma sustancia con el Padre– tomó la naturaleza humana en el vientre de la bienaventurada Virgen. De esta manera, dos naturalezas enteras y perfectas, la divina y la humana, se unieron en una sola persona para jamás ser separadas. Por lo tanto, hay un solo Cristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, quien en verdad padeció, fue crucificado, muerto y sepultado, para reconciliar a su Padre con nosotros; y para ser sacrificio, no sólo por la culpa original, sino también por los pecados personales de los hombres. (Disciplina 2022-2026, p.42)
La doble naturaleza de Jesús, divina y humana, fue dada a conocer a este mundo hace más de dos mil años y en la llamada Semana Santa hacemos un memorial de los sucesos relacionados con su última semana de vida terrenal. Y recordamos que la mayoría de las veces que se refirió a sí mismo, lo hizo mencionando la frase “el Hijo del Hombre”. En esa plena fusión de naturalezas, la divina y la humana, sin embargo, vemos completamente manifestada la manera como un ser humano debe vivir: de manera muy distinta a como lo hizo el primer Adán, éste, el segundo Adán, se ganó a pulso -perdónesenos la expresión- el “derecho” -terrible derecho- de ser el sacrificio perfecto por nuestros pecados. Es de esa plena humanidad de Jesús, la que el Padre quiso desde el principio que todos viviéramos, pero que fue degradada por el pecado de la desobediencia, que queremos escribir ahora:
En esa plena humanidad, Jesús experimentó las sensaciones físicas de un ser humano: nació como un bebé (Lucas 2:6-7), tuvo hambre (Lucas 4:2), sueño (Lucas 8:23), sed (Juan 4:7). Ciertamente, tuvo las vivencias físicas que todos hemos llegado a tener.
Experimentó las emociones de un ser humano: desde la compasión por la viuda de Naín (Lucas 7:12-13), impaciencia con los discípulos incrédulos (Lucas 9:40-41), ternura por los niños (Lucas 18:16-17), expectación (Lucas 22:14-15), agonía (Lucas 22:44), tristeza (Marcos 14:33-34; Juan 11:33-35), amor (Marcos 10:21; Juan 13:1), enojo por la avaricia de los líderes religiosos (Marcos 11:15-17) y regocijo por lo que sus discípulos le testificaban (Lucas 10:21); toda la gama de las emociones y sentimientos humanos fue recorrida por Jesús.
Todos los milagros que hizo, los hizo en el poder del Espíritu Santo, no usando su propia divinidad. Como humano, plenamente dependió de él para llevarlos a cabo. Lucas 4 nos dice que Jesús fue lleno del Espíritu Santo (versos 1,14).
No usó máscaras buscando guardar alguna imagen. Cuando trataban de adularlo para hacerle tropezar, ponía nombre a la conducta de los líderes religiosos, a los que llamó hipócritas. La simulación nunca fue usada por Jesús, ni siquiera cuando hubiera podido salvarlo de la crucifixión. Recordemos el pasaje cuando el sumo sacerdote le pregunta si era el Cristo, el Hijo del Bendito, en Marcos 14:61-62; aquí Jesús podría haber negado esta afirmación, y quizá hubiera evadido la condena del concilio; pero hacerlo hubiera sido ir contra su integridad como hombre, y eso jamás ocurrió.
En esa plena humanidad, sin dejar de ser también plenamente Dios, se entregó a sí mismo para pagar la fianza que nosotros jamás podríamos haber pagado por nuestra salvación.
Con ese tremendo ejemplo de plena humanidad que Cristo nos da, ahora podemos vivirla, dentro de nuestra naturaleza caída, por la acción vivificadora del Espíritu Santo. Por esa bendita persona de la Trinidad, que viene a todo aquel que recibe a Jesús como su Señor y Salvador, podemos caminar a diario fortalecidos para dar el fruto que Dios siempre ha querido que tengamos: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza (Gálatas 5:22-23).
Esta Semana Santa, recordamos que Cristo, en su plena divinidad y humanidad, se entregó completa e incondicionalmente para pagar el rescate que necesitábamos dar por nuestra vida eterna, y que jamás hubiéramos podido liquidar. Con su sangre derramada, pagó por la nuestra.
Invitamos a nuestros lectores a reflexionar, al leer las colaboraciones de nuestros escritores de esta edición, en esa maravillosa realidad de que en Cristo, que nos redimió de la maldición hecho por nosotros maldición, podemos ser plenamente humanos, pero con esa plenitud que Dios quiso que tuviéramos desde la misma creación.
María Elena Silva Olivares
Directora de El Evangelista Mexicano
