Por Rubén Pedro Rivera
La gesta revolucionaria de México tuvo en su arranque una gran multitud de protestantes apoyando sus ideales originales. Entre ella militaron numerosos metodistas, tanto laicos como pastores. Algunos de ellos llegaron a figurar como generales por su capacidad de líderes y sus cualidades personales. En las tropas zapatistas hay que mencionar a José Trinidad Ruiz, Otilio Montaño, Benigno y Ángel Zenteno, Rubén Jaramillo, entre otros. En las tropas constitucionalistas estuvieron Enrique Paniagua, Victoriano D. Báez, Gonzalo Báez Camargo, Abel Carro, Andrés Angulo, Anastacio Maldonado, Daniel Rodríguez, Alfonso Herrera, Benjamín N. Velasco, Andrés, Gregorio y Carlos Osuna; mientras que, en las tropas de Villa, se contó con José Trinidad Rodríguez, Calixto y Lucio Contreras y Severino Ceniceros. Estos son sólo unos cuantos de los que en realidad llegaron a ser líderes.
El contingente protestante, al ser de los primeros en apoyar la revolución, fue también de los primeros en caer bajo las balas de los opositores, de allí que la mayoría de ellos no llegaron a ver el fin de la conflagración armada; sus nombres fueron suplidos por nuevas oleadas de revolucionarios que llenaron las páginas de las noticias mientras que aquellos que fueron los motores de arranque pasaron a un plano segundo y aún fueron olvidados. Entre estos olvidados hoy traigo a nuestra memoria dos casos: Calixto Contreras y Severino Ceniceros. Ambos son originarios de Durango y militaron en la División del Norte. Sus acciones bélicas, en su caso, comenzaron antes del inicio del movimiento revolucionario.
Ya desde la segunda mitad del siglo xix, los vecinos de Santiago y San Pedro Ocuila, del partido de Cuencamé, Dgo., venían teniendo serias disputas con el dueño de la hacienda de Sombreretillos de Campa, Laureano López Negrete. Mientras que los de Cuencamé tenían iguales conflictos con la familia González Saravia, dueña de la hacienda de Atotonilco, todo por cuestiones de límites territoriales. Si bien la zona geográfica es semidesértica, el arbusto denominado guayule crecía abundantemente y de forma silvestre por todas partes. Esta planta producía caucho en forma tal que estuvo a punto de amenazar el monopolio mundial de caucho. Obviamente los terrenos subieron de valor, así como la ambición de los hacendados, apoyada por el sistema hacendario de Porfirio Díaz. Estos hacendados dieron en invadir las propiedades de los vecinos de Cuencamé y de los pueblos de Ocuila y Santiago, quienes reclamaron sus derechos repetidamente acudiendo a las instancias del gobierno estatal y federal sin que se les hiciera justicia. Inclusive los esbirros de la familia López, emboscaron a una comisión de ocuilenses que iba a entrevistarse con el hacendado, con el resultado de haber asesinado a dos de los tres comisionados, escapando solamente uno para dar la noticia a sus paisanos. Esto provocó un levantamiento encauzado por los hermanos Machado y por Antonio Contreras, hermano de Calixto, que trajo por consecuencia el envío de la gendarmería montada de Durango, la cual logró aprehender a catorce cabecillas de los alzados, entre ellos a Severino Ceniceros, todos los cuales fueron encarcelados en Cuencamé. Calixto mientras tanto había sido aprehendido también y enrolado de leva en el ejército federal donde aprendió el manejo de diferentes armas y la disciplina militar, cosas que le serían muy útiles en los años siguientes.
Por ese tiempo Cuencamé no estaba muy informado de los levantamientos antirreeleccionistas por la razón de que tenía sus propias luchas locales; sin embargo, en 1900 un grupo de cuencameros habían publicado un manifiesto apoyando las iniciativas del partido liberal de San Luis Potosí; el manifiesto lo publicaron en el periódico Bandera Roja, de Durango, en noviembre de 1900 y lo firmaban el pastor metodista Francisco Montelongo y su feligrés Severino Ceniceros, entre otros. Ese año, Ceniceros organizó en su pueblo un club liberal denominado “Ignacio Zaragoza”; este club envió delegados al primer congreso liberal celebrado en San Luis Potosí, figurando el pastor Montelongo como su delegado.
Calixto regresó a Cuencamé, tras su reclutamiento de leva; y al conocer más detalles del plan maderista decidió apoyarlo y levantarse en armas el 20 de noviembre. Ya en acción tomó parte con el grupo lagunero para apoderarse de Torreón, la noche del 19 de noviembre, acompañado de sus hijos que ya fungían como jefes de un grupo pequeño de ocuilenses. Para el mes de diciembre, Calixto contaba con 200 fieles seguidores con los cuales invadió la hacienda de Sombreretillos para hacerse justicia por los agravios del pasado. En Chihuahua, Pascual Orozco y Villa estaban ganando varias batallas locales. Calixto a su vez, atacó Cuencamé y libertó a los prisioneros, entre los cuales estaba Severino. Las llamas de la Revolución se habían multiplicado en Durango y destacaban los nombres de Tomás Urbina, Orestes Pereyra, Jesús Agustín Castro, Luis Moya, los hermanos Arrieta y otros más. Mientras tanto, Calixto nombró a Severino su secretario personal y mano derecha; juntos realizaron una serie de batallas en Velardeña, Peñon Blanco, San Juan de Guadalupe, etc., conquistando así la mitad del Estado de Durango. Asedió luego la capital del Estado y posteriormente Lerdo y Gómez Palacio, que quedaron igualmente sometidas al coronel Calixto (el grado se lo había dado su misma tropa).
El 22 de mayo de 1911 se dio a conocer la renuncia de Porfirio Díaz; por consiguiente, se entendió que la Revolución había triunfado y se debían acatar las órdenes de cesar las hostilidades y licenciar a los rebeldes recogiéndoles sus armas; pero hubo tropas que se negaron a entregarlas, entre ellas la de Calixto y Severino, que quedaron con 300 hombres con base en Cuencamé. Desde allí Calixto logró que se nombrara Jefe Político del Estado a Severino.
Sobrevino un breve período de paz que aprovechó Calixto para repartir tierras de la hacienda de Sombreretillos entre los despojados de Santiago y Ocuila, quienes recibieron así 30,000 hectáreas en tierras de agostadero ricas en guayule.
En noviembre de 1911, Calixto, acompañado de Severino y otros líderes de los municipios cercanos a Cuencamé, viajaron a la ciudad de México para felicitar a Madero por su elección presidencial ganada y para informarle de los problemas agrarios que todavía subsistían en Durango. La entrevista no fue agradable, pues mientras Calixto y Severino hablaban de justicia y reparto de tierras, Madero hablaba de democracia y libertad. El encuentro terminó con una fuerte molestia en ambas partes, sin llegar a ningún acuerdo. Antonio Castellanos, miembro del grupo, le dijo al presidente que “los campesinos de Peñón Blanco se habían levantado por la promesa agraria que se entreveía en la parte final del artículo 2º. del Plan de San Luis y esperaban el cumplimiento de la promesa” (MARTÍNEZ Y CHAVEZ, “Durango”. p. 136).
De regreso a su nativa base de Cuencamé, Calixto, decepcionado de Madero, fue nombrado jefe político del Estado con el encargo de pacificar a los numerosos grupúsculos que merodeaban por todo el Estado sin ideales ni fines políticos, sino simplemente apoderarse de riquezas ajenas. El encargo fue cumplido en poco tiempo dada la pericia de Calixto y el apoyo general de los pueblos que confiaban en él y en su tropa.
Ante la defección de Pascual Orozco y su unión al huertismo, Calixto y Severino fueron asignados a combatirlo, cosa que no tomó mucho esfuerzo pues Orozco fue derrotado en estación Conejos y hubo de retirarse a Chihuahua con sus aliados duranguenses Benjamín Argumedo y Cheché Campos.
Las vicisitudes de la política se volvieron luego contra Calixto y sus allegados, pues el Gobernador Carlos Patoni, de la vieja oligarquía, logró que los coroneles Calixto Contreras y Domingo Arieta fueran enviados a México con una fuerte escolta y se desarmara a sus tropas. Cuencamé fue atacada por orozquistas, pero por la valiente defensa que encabezaron Severino Ceniceros y los hijos de Calixto, se evitó la derrota. Calixto y Arrieta lograron fugarse de la prisión en 1913.
Fue en febrero 24 de 1913 cuando un grupo de rebeldes se reunió en casa de Severino para considerar lo que deberían hacer, ya que tanto Madero como Pino Suárez habían sido asesinados. Al día siguiente se les unieron grupos de Ocuila, Pasaje, Peñón Blanco y Santa Clara, todos los cuales temían que podrían volver a quitarles sus tierras. La situación se agravó cuando el gobierno del Estado les exigió el reconocimiento de Huerta como presidente. A lo cual los alzados contestaron, por propuesta de Severino, que el Ayuntamiento de Cuencamé jamás reconocería como legítimo al usurpador Huerta. El mismo Ayuntamiento pidió a Calixto que dejara a un lado su resentimiento con la política maderista y apoyara a los cuencamenses. Ceniceros ordenó el regreso a las armas y envió mensaje a Orestes Pereyra con guarnición en Nazas, informándole de la situación; ante lo cual Orestes marchó de inmediato a Cuencamé con 300 rurales, justo a tiempo, pues el 3 de marzo la población fue atacada por los federales, que sólo se pudo salvar cuando llegó Calixto con un refuerzo de Ocuila, venciendo a los sitiadores. Al siguiente día se reunieron los jefes revolucionarios y se dio forma a la llamada Junta Revolucionaria de Cuencamé, cuya meta era derrocar al gobierno usurpador de Huerta y restaurar el gobierno democrático.
Sobrevino posteriormente una serie de batallas con victorias y derrotas tras las cuales Calixto, comandando más de 2000 hombres, fue nombrado General de la Brigada Juárez, con Severino Cisneros como su segundo al mando, logrando el control total del Estado de Durango y parte de La Laguna. Al poco tiempo y ya bajo el mando de Carranza, se intentó tomar Torreón sin lograrlo. Calixto se retiró a Pedriceña donde el 21 de septiembre recibió un mensaje de Francisco Villa invitándolo a reunirse con él en la hacienda de La Loma y ofreciendo cooperar para tomar Torreón, pidiéndole que le diera el día y la hora para celebrar dicha reunión.
A la cita de La Loma acudieron, aparte de Calixto y Severino, Tomás Urbina, Maclovio Herrera, Orestes Pereyra, Eugenio Aguirre Benavides, Raúl Madero, José Isabel Robles, Sixto Ugalde, Juan E. García, Benjamín Yuriar y el propio Francisco Villa. Una vez reunidos se tocó el asunto de la necesidad de unificar las fuerzas bajo un solo jefe, para obtener mayores y mejores logros; para el caso Villa propuso a Calixto a Urbina y a él mismo para la jefatura, ante lo cual Calixto tomó la palabra para agradecer la deferencia de tomarlo en cuenta, pero consideraba más capacitado a Francisco Villa para el cargo, tras lo cual todos coincidieron en la proposición de Calixto; y así nació la División del Norte, que tiempo después se estrenó tomando a Torreón, donde Ceniceros fungió como jefe de la Brigada Juárez, porque Calixto fue herido de cierta gravedad. De allí a su tiempo la División marchó a Zacatecas, donde las brigadas de Severino y de Calixto cumplieron a cabalidad con la misión que Villa les encomendó.
Vino luego la Soberana Convención de Aguascalientes, donde Severino y Calixto estuvieron entre los representantes de la División del Norte. Calixto formó además parte de la comisión que nombró la Convención para ir a Morelos a invitar a Zapata para participar en la Convención; cuando el presidente de la comisión, el Gral. Felipe Ángeles, presentó a los miembros de su comisión, al llegar el turno de Calixto, Zapata comentó: “También me da gusto ver en Morelos a usted, general pues por ser hijo, del pueblo humilde y un luchador por la tierra es usted el revolucionario del norte que más confianza inspira” (MAGAÑA, “Emiliano Zapata”, p. 198).
Tras la malograda Convención, Calixto fue enviado a tomar Guadalajara, misión que cumplió para reintegrarse después al cuerpo mayor del ejército villista, que ya no pudo ver más glorias pues fue derrotado varias veces retrocediendo hacia Chihuahua.
Un dato histórico interesante es el que nos proporciona la visita de una comisión zapatista a la jefatura de la División del Norte, enviada con el propósito de hablar del futuro de la Revolución. Esta comisión iba encabezada por el profesor metodista Otilio Montaño y en ella Pancho Villa destacó la importante labor de Calixto Contreras en pro del agrarismo, para recalcar la similitud de ideales en sureños y norteños.
Poco antes de la Convención de Aguascalientes, Severino fue nombrado Gobernador de Durango, cargo que desempeñó puntualmente y que sólo dejó para asistir con Calixto a la mencionada Convención donde Villa fue designado como jefe de las huestes de la Convención; y ya como tal envió a Severino con su brigada a las órdenes de Felipe Ángeles hacia Saltillo y Monterrey, donde participó honorablemente en las batallas de Ramos Arizpe y General Cepeda, para entrar victoriosamente en Monterrey. Felipe Ángeles y su contingente se mantuvieron en campaña en Nuevo León y Tamaulipas, para replegarse a Torreón tras las derrotas de Villa en Celaya y Aguascalientes. En éstas últimas batallas, Calixto fue el único general proveniente de la División del Norte que participó con gallardía, aunque sin lograr la victoria.
Ante la racha de batallas perdidas por parte de Villa, el desaliento cundió en la tropa del Centauro, de modo que hubo deserciones destacándose en cambio la lealtad de Calixto y Severino para con Villa, de modo que los dos formaron parte del contingente villista de 14,000 soldados que entraron en Sonora para batir a los enemigos, pero fueron vencidos en Hermosillo habiendo de regresar a Chihuahua.
Villa llegó a la hacienda de Bustillos, donde, en vista de los acontecimientos negativos para su causa, tomó la decisión de disolver a la División del Norte, con el resultado que 11,000 villistas entregaron las armas. Un grupo reducido quedó con el Centauro, mientras que Calixto y Severino decidieron continuar la resistencia desde Cuencamé, por lo cual regresaron a su antigua base con unos pocos cientos de militantes, encontrando a su pueblo incendiado porque unos días antes el general Francisco Murguía -a la sazón comandante militar del Estado- había tomado a Cuencamé y a manera de venganza, ordenó la expulsión de los habitantes y el incendio total, a fin de exterminar del todo el foco de rebeldía que era característico de Cuencamé. El incendio afectó a nuestro templo, que de esta manera vio destruidos sus archivos y edificio.
Este suceso exacerbó los ánimos de numerosos campesinos regionales que se sumaron al grupo de Calixto, quien pronto contó con más de 2,000 seguidores a los cuales organizó en pequeños grupos, encargándoles hostilizar al enemigo en diferentes partes del Estado; Severino encabezó uno de estos grupos.
En el mes de marzo de 1916, tras la incursión a Columbus, se difundió la falsa noticia de la muerte de Villa, quien al estar herido hubo de ocultarse en la sierra chihuahuense por varios meses. La noticia trajo desaliento en los combatientes revolucionarios, muchos de los cuales se acogieron a la amnistía ofrecida por el gobierno; entre ellos estuvo Severino; no así Calixto, que se negó a rendirse y siguió combatiendo hasta ser invitado por el gobierno para sumarse a las fuerzas que se oponían a las fuerzas de la expedición punitiva dirigida por el general Pershing. Calixto aceptó negociar con los jefes carrancistas y cuando las negociaciones estaban por terminar, un sicario del general Maycotte asesinó traidoramente a Calixto, en julio de 1916. Ante este hecho la mayor parte de sus seguidores se desalentaron y renunciaron a la lucha, pero una minoría siguió al general Lucio Contreras, hijo de Calixto, y huyó a Chihuahua para reunirse con Villa. Lucio murió posteriormente en la toma de Parral.
Dos cosas quedan por recalcar respecto a las acciones memorables de Calixto. La primera es la relacionada con su honestidad, que puede verse cuando Villa lo dejó como encargado de custodiar una gran cantidad de oro y valores que habían sido obtenidos como préstamo forzoso de los banqueros de Torreón, tras la toma de la ciudad por las fuerzas de la División del Norte. Calixto cuidó con absoluta honradez el tesoro a él encomendado. La segunda acción se refiere a la decisión que Calixto tomó en 1913 de acuñar monedas de plata con la leyenda “Muera Huerta”, mismas que causaron tanto encono en el dipsómano usurpador Huerta, que ordenó la sentencia de muerte para todo aquel al que se le encontraran monedas de ese cuño.
Por lo que toca a Severino, tras su licenciamiento, fue gobernador de Durango en dos ocasiones, Senador federal de 1930 a 1936, defensor desde su juventud de los campesinos humillados y despojados de sus derechos y propiedades. Fiel compañero y correligionario de Calixto hasta la muerte, culto y conocedor de las leyes, usó de su experiencia para servir a todos los oprimidos que solicitaron sus servicios.
Los nombres de Calixto y Severino figuran hoy en letras doradas, en el recinto del Congreso durangueño.
Es justo que los metodistas recordemos con gratitud a Dios, las vidas de quienes, como Calixto y Severino, sirvieron a Dios y a sus semejantes en la forma que sus circunstancias y carácter se lo permitieron. No he comprobado si también Lucio Contreras, el hijo de Calixto, fue miembro de nuestra iglesia; porque, si así fuera, deberíamos hablar de tres generales revolucionarios metodistas olvidados. ¡Honor a quien honor merece!
