La niñez en perspectiva. Reflexiones de ayer y hoy.

La niñez en perspectiva. Reflexiones de ayer y hoy.

Oswaldo Ramirez González

“Dejad a los niños venir a mí y no se los impidáis, porque de los tales es el reino de los cielos”.
Mateo 19:14.

“Cuidemos de nuestros niños, porque de ellos son el futuro”

Cuántas veces hemos escuchado esta frase que de hecho pareciera más un slogan vacío que una encomienda de gran valor; y es que es cierto que los tiempos que corren no son para nada fáciles, como no lo han sido los que les anteceden. Hablar del futuro y de la niñez es un tema por demás importante, en tiempos en los que la tecnología y la reeducación prima no sólo en las escuelas sino en nuestros hogares.

A toda época de la vida en el tiempo, Dios y las circunstancias le corren diferentes vicisitudes. En el pasado, a nuestros abuelos los asustaban para alinear su comportamiento con cosas como “te va a llevar el coco”, “va a venir por ti el señor del costal”; o en regaños en la calle les decían sentencias como “si no te comportas le voy a decir a la señora (o señor) que te lleve”. Lo anterior era suficiente para que los infantes se condicionaran al orden del buen comportamiento.

Por otra parte, para algunos de mi generación, estas amenazas y sanciones para mediar nuestra conducta, además de ir acompañadas de represiones físicas, como el típico chanclazo o cinturón, se acentuaban factores alejados de la fantasía de brujas y duendes. El temor y la protección de los padres ya no sólo era por factores geográficos remotos, de tradiciones o supersticiones populares, sino por la inmediatez del entorno; el borrachín y vicioso del barrio o los “robachicos”, estos últimos, según las leyendas urbanas de aquel momento, causantes de esporádicas desapariciones, eran peligros más latentes a los que nuestros padres nos advertían sobre el tiempo fuera de casa y los seguros para convivir y jugar. A cuyo caso, por naturaleza infantil a veces hacíamos caso mientras que, en otras, el dolor de la experiencia nos hacía presos de castigos más allá de los físicos, como el no poder prender la televisión en semanas o prohibirnos ver nuestro programa favorito.

Con el tiempo, estos castigos evolucionaron según las circunstancias; a la prohibición de ver la Tv le siguieron la de no usar el videojuego y en los últimos años la de no usar el teléfono celular o Tablet; aunque claro, a todas las anteriores casi de manera indistinta le ha acompañado la de no salir a jugar o rolar bicicleta con tus amigos o primos. Cabe señalar que al mismo tiempo que cambiaron la modalidad de éstos, las condiciones contextuales se complicaron un poco más. Los temores y peligros son más tangibles; dejamos de temerle al señor del costal y ahora estamos atentos a las desapariciones forzadas, secuestros, armas y drogas en las escuelas, violencia física y psicológica, que en gran medida se ayuda de los medios de comunicación electrónica para dañar a las juventudes e infancias de la actualidad.

Nos encontramos al límite de la pérdida mental de la infancia e inocencia, debido a las eventualidades de nuestro entorno; música, moda “infantil”, ideologías de género: el cocktail ideal para desdibujar a la niñez y hacer más difícil la tarea para los padres del siglo XXI. Hoy el gran reto de los jóvenes padres los pone de cara no sólo en pro de la gestión de los medios tecnológicos -de los cuales la gran parte de las veces sus hijos les llevan ventaja en comprensión y destreza-, sino en la compleja tarea de formar y reforzar los valores familiares, morales y cristianos para fomentar una infancia segura. Esta tarea se extiende no sólo a los progenitores, sino a todo el entramado familiar y social: tíos, abuelos, familiares, docentes y desde luego nuestras congregaciones.

Volviendo al punto inicial sobre si los niños son el futuro, diremos que, además de ello, son el presente, porque en ellos se cierne la inocencia; son la semilla de la cual, el fruto que obtengamos será el resultado del amor a Dios, al prójimo y a ellos mismos; o en su terrible defecto, lo opuesto a lo anterior. 

Finalizaré esta reflexión con un texto del siglo antepasado, en el cual considero subyace en cierta medida la esencia de la inocencia y amor a Dios que ningún niño (a) debería perder. El texto fue publicado en El Evangelista Mexicano Ilustrado, órgano de prensa oficial de la Iglesia Metodista Episcopal del Sur, con fecha de 15 de abril de 1896. Dios bendice a nuestras niñas y niños:

La Oración de un Pequeñito.

Un pequeñito dijo una ves á su padre: “Papá, ojalá que usted le dijera algo á Dios de mi, pues si yo pudiera le diría mucho, mas tengo una vocecita tan baja, que creo no podrá llegar hasta el cielo, pero como usted tiene una voz fuerte, estoy seguro que le oirá.”

El padre tomó al niño en sus brazos y le dijo que aun cuando Dios en aquel momento esta rodeado por sus santos ángeles que tocan sus harpas de oro y cantaban uno de los cánticos más grandes y hermosos de los que se entonan en el cielo, estaba seguro que les diría: “Silencio, dejad de cantar por un momento. Allá abajo en la tierra, hay un niño que quiere susurrarme algo en el oído, y yo quiero escucharlo.”


Fuente.

Evangelista Mexicano Ilustrado, El. “La oración de un pequeñito”, 15 de abril de 1896, Pág. 63.