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EDITORIAL: El mover del Espíritu Santo

Una de las doctrinas fundamentales del metodismo es el testimonio del Espíritu Santo, que nos da la seguridad de que somos hijos de Dios. Es el Espíritu Santo quien nos capacita para vivir la vida cristiana, y sin él nuestros esfuerzos humanos por vivir en santidad son vanos. El 24 de mayo recordamos la conversión de Juan Wesley, inicio del movimiento metodista, cuando su fundador recibió testimonio por el Espíritu Santo de que sus pecados eran perdonados por la obra de Cristo; y el próximo 8 de junio celebraremos el Pentecostés, recordando aquel día en que la tercera persona de la Trinidad se derramó por vez primera sobre los discípulos de Jesús, y con ello dio inicio a la iglesia cristiana. 

Hemos escuchado ya que el libro de los Hechos de los Apóstoles debiera llamarse más bien Hechos del Espíritu Santo, por el papel protagónico que el Santo Espíritu tiene en todos los sucesos descritos allí. Y a lo largo de la historia tenemos testimonio del mover suyo en Su Iglesia, de diferentes maneras, resaltando para nosotros algunas épocas más que otras, pero siempre actuando en y a través de los creyentes en Jesús. 

En particular para los metodistas mexicanos hay una referencia clara y más reciente, en la década de los 70, en que hubo un gran mover del Espíritu, manifestado en conversiones de personas y llamado a servir en la iglesia de una gran cantidad de jóvenes y adultos; incluso se habla de experiencias con niños que oraban con fervor por otros. 

En su  libro de reciente publicación “Historias de una Historia”, el Pbro. Jubilado Baltazar González Carrillo comparte varias de estas experiencias. En particular deseamos referirnos a una donde relata que, al no contarse en ese tiempo en México con un seminario metodista para ayudar a la formación ministerial de quienes sentían el llamado a servir, surge la idea de abrir uno propio. En ese libro, el pastor Baltazar González escribe: 

“el Seminario Evangélico Unido cerró sus puertas en 1970 y los pocos estudiantes que deseaban ser pastores unos se fueron al Instituto Latino, cuyo director era el hermano Ricardo Zepeda; otros se inscribieron en el Instituto Evangelístico de México, que dirigía el respetado Pastor Edelmiro J. Espinoza y sus hijos; otros más se fueron a estudiar a los seminarios en los Estados Unidos. Ante la falta de un seminario propio, y lo más crítico, la falta de vocaciones, fue motivo de preocupación en nuestras iglesias del norte.

Fue el avivamiento espiritual de 1973 lo que motivó a la Conferencia Anual Fronteriza reunida en la iglesia El Divino Salvador, de Nuevo Laredo, la que tomó el acuerdo de organizar, por lo pronto, un instituto bíblico” (González Carrillo, 2025, 191-192).

Eso fue el inicio de lo que hoy es el Seminario Metodista Juan Wesley, en la ciudad de Monterrey, N.L; un ejemplo de que el mover del Espíritu hace que de lo que no se ve, surja algo visible para la gloria de Dios. 

El Espíritu Santo nos hace tener fe, esa fe que como dice Hebreos 11:3, nos hace entender que el universo fue constituido por la Palabra de Dios, “de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía”. Esa persona invisible, moviéndose en nosotros y a través de nosotros, nos lleva a efectuar acciones que muestran el poder de Dios de modo que sirva de testimonio a otros: un grupo de creyentes que organiza un comedor para migrantes donde se les predique la palabra, uno que vaya a la cárcel a compartir la vida que Cristo da a quienes están recluidos, un grupo de personas que ayude a mujeres maltratadas a encontrar libertad en Cristo… todos estos son testimonios del mover de la tercera persona de la Trinidad haciendo visible la gracia de Dios al mundo.

Su presencia nunca ha dejado de estar; si bien a veces puede resultar ser un “silbo apacible” que nos susurra la voluntad de Dios para nuestra vida, esa voz NUNCA SE CALLA. La decisión nuestra de buscarle y dejarnos guiar por él -recordando que “todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios” (Romanos 8:14)- es lo que hace la diferencia entre una vida estéril y una que muestra el fruto de ese Santo Espíritu. Él siempre ha estado allí, a nuestro lado; somos nosotros los que decidimos dejarlo moverse en nosotros y a través de nosotros, o hacernos sordos y hacerlo entristecerse con nuestra terquedad.

Los ríos de agua viva que Jesús prometió a quienes creyeran en él, esos que inundan el corazón y brotan para refrescar las vidas de otros, esa agua profetizada desde Ezequiel 47, nunca ha dejado de correr. Somos tú y yo quienes decidimos si meternos a la corriente del Espíritu o si nos conformamos con quedarnos a la orilla, secos y sin fruto.

Agradecemos a nuestros colaboradores de esta edición los escritos que nos regalan, e invitamos a ustedes a leerlos, comentarlos y compartirlos. Cada uno es una muestra del mover del Espíritu Santo en la vida de sus autores. 

Un saludo fraternal para ustedes,
María Elena Silva Olivares
Directora.

Referencia

González Carrillo, B. (2025). Historias de una Historia. El Regidor.