Josías Serrano Salazar
Durante el Porfiriato, el metodismo mexicano tuvo un impacto transformador tanto espiritual como social. Hoy, ante una sociedad fragmentada y desencantada, la Iglesia Metodista enfrenta nuevos retos. En este ensayo reflexionaré sobre ese contraste histórico y cultural, con base en tres textos: el análisis de Jean Pierre Bastian sobre el metodismo en la época porfirista, la crítica de Lucas Magnin a la iglesia moderna en tiempos posmodernos, y la sabiduría atemporal de la Epístola a Diogneto. A través de ellos, propongo que, más allá de nuestra identidad denominacional, estamos llamados a vivir como cristianos: con una fe encarnada, peregrina y relevante.
Cabe señalar que en este breve trabajo me enfoco de manera particular en la obra de Bastían (1983) y en los datos vertidos en ella; sin embargo, esto no demerita el desarrollo de fuentes posteriores y actuales, así como el trabajo que desarrolló la Iglesia Metodista Episcopal del Sur (IMES), el cual fue tan basto como el de la Iglesia Metodista Episcopal (IME), pero que para los fines didácticos de este trabajo no son citados.
1. El metodismo en el Porfiriato: presencia, conflicto y testimonio.
Jean Pierre Bastian, en su obra “Protestantismo y Sociedad en México” (1983), documenta con detalle cómo el metodismo llegó a México en el contexto del liberalismo decimonónico, promovido tanto por intereses políticos como por convicciones espirituales. La Iglesia Metodista Episcopal (IME) no fue un simple injerto extranjero, sino que se insertó con sabiduría en las dinámicas sociales del México porfirista y desarrolló una identidad propia.
Su expansión no fue al azar. Se estableció en zonas claves del país, como Guanajuato, Zacatecas, Orizaba, Puebla, y la Ciudad de México, donde los obreros, artesanos e indígenas urbanos buscaban respuestas éticas y espirituales frente a la opresión del sistema. Allí, los metodistas no sólo predicaban el Evangelio en palabras, sino que fundaban escuelas, hospitales, imprentas, internados para niñas, orfanatos y clínicas. Bastian señala que, a finales del siglo XIX, el metodismo representaba la principal organización religiosa protestante del país, con una infraestructura impresionante para su tiempo.
No obstante, este crecimiento no fue pacífico, ni de color de rosa. Muchos católicos vieron en los metodistas una amenaza, al grado que los que los tacharon de proyanquis y colonizadores. Por tomar un ejemplo, entre 1873 y 1892, al menos 58 protestantes, la mayoría mexicanos, fueron asesinados por su fe. Esta cifra, lejos de ser meramente anecdótica, muestra que el metodismo no era percibido como un “club de extranjeros”, sino como un movimiento nacional transformador, que desafiaba tanto creencias religiosas como estructuras de poder.La IME no era simplemente una réplica de la estructura eclesiástica norteamericana, sino una red social y cultural profundamente enraizada en las condiciones mexicanas. Uno de los ejemplos más notables es el del pastor José Rumbia, quien fue perseguido no sólo por su predicación, sino por su compromiso con los derechos laborales de los obreros. En lugares como Pachuca y Río Blanco, los metodistas aparte de ser pastores, eran también educadores, organizadores sociales y referentes morales.
Este metodismo histórico nos deja una lección: la Iglesia fue relevante porque fue útil, valiente y ética. La estructura institucional sirvió al Reino de Dios, y no al revés. Por eso, hoy debemos preguntarnos: ¿seguimos caminando esa senda? ¿Nuestras instituciones reflejan esa visión o se han vuelto fines en sí mismas?
El desencanto.
En su libro La rebelión de los santos: Cristianismo y posmodernidad, Lucas Magnin (2018) diagnostica un fenómeno inquietante: el protestantismo moderno creció junto con la modernidad, pero no ha sabido adaptarse al colapso de esta última. En lugar de reformarse, muchas iglesias han quedado ancladas en estructuras, discursos y paradigmas que ya no responden a los dilemas del presente.
La modernidad, con sus grandes relatos, como el progreso, la razón, la ciencia, la democracia, el libre mercado, prometía un mundo cada vez más justo. Pero esas promesas fracasaron. El siglo XX, con sus guerras mundiales, genocidios, desigualdades y desastres ecológicos, dejó a millones desencantados. El resultado es lo que Bauman llamó la “modernidad líquida”, que es una era sin certezas, sin anclas, donde todo cambia y nada permanece.
Magnin describe así el impacto en la iglesia:
“La iglesia aceptó con toda credulidad las conclusiones de la utopía moderna, y por eso justificó una serie de prácticas que hoy consideramos inaceptables.”En ese marco, muchas iglesias metodistas se burocratizaron. Aunque tienen escuelas, comités, consejos, reglamentos y programas, todo eso valioso en su lugar, corren el riesgo de volverse estructuras bien organizadas, pero espiritualmente inertes. Seguimos predicando al “Dios de orden”, pero olvidamos al Dios que se hizo carne, que comió con pecadores, que sanó en sábado, que interpeló a los poderosos.
Magnin no llama a destruirlo todo, sino a encarnar nuevamente el mensaje. La encarnación, dice, no es sólo una doctrina, sino un modelo de misión:
“Si somos discípulos del Dios que se hizo carne, lo menos que podemos hacer es encarnarnos en nuestra realidad.”
Esto significa entender los dolores, ansiedades y búsquedas de nuestro tiempo. Una generación bombardeada por imágenes, angustiada por el futuro, agotada por la incertidumbre, no necesita más instituciones perfectas, sino comunidades humanas, sensibles, transformadoras. No debemos responder a la posmodernidad con miedo o negación, sino con fidelidad lúcida. No aferrarnos a “cómo se hacían las cosas”, sino preguntar: ¿cómo podemos encarnar el Evangelio hoy, aquí?
En ese sentido, el metodismo puede, y debe, recuperar su vocación histórica y en constante reforma. No para seguir modas, sino para seguir a Cristo en cada generación.
En el mundo, pero no del mundo: la vocación eterna del cristiano.
La Epístola a Diogneto, del siglo II, ofrece una de las visiones más puras de lo que significa ser cristiano. Los cristianos, dice el autor, no se distinguen por su lenguaje o costumbres externas, sino por su forma de vivir: “Habitan sus propias patrias, pero como forasteros… están en la carne, pero no viven según la carne… su ciudadanía está en el cielo”. Esta identidad como ‘alma del mundo’ les permite amar donde hay odio, bendecir donde hay injuria, y vivir la justicia aun siendo perseguidos. Este texto antiguo recuerda a la iglesia que nuestra mayor fidelidad no es a la estructura, sino a Cristo. Las instituciones, como las metodistas, son canales valiosos del amor de Dios, pero si olvidamos para qué fueron creadas, proclamar a Cristo, se vuelven fines en sí mismos. Hoy no necesitamos más burocracia, sino más santidad encarnada.Hoy, como ayer, el cristiano está llamado a testimoniar a Cristo con su vida. El metodismo tiene una historia de la cual sentirse orgulloso: construyó instituciones, sirvió a los necesitados y ofreció una visión alternativa del mundo. Pero su fuerza no estuvo en su forma, sino en su fondo: en una fe comprometida con la justicia y el Reino de Dios. En tiempos de posmodernidad, donde todo se fragmenta, necesitamos volver a esa raíz. No añorar la bendición del Estado, sino confiar en el Dios que nos llama a vivir como ciudadanos del Reino, aquí y ahora. Porque antes que metodistas, somos cristianos.
Conclusión: De vuelta a lo esencial
La historia del metodismo en México es una historia de valentía, visión y servicio. Supo encarnar el Evangelio en un país que necesitaba justicia, educación y esperanza. Hoy, en tiempos posmodernos, sus estructuras siguen siendo valiosas, pero no suficientes. No podemos añorar la bendición del Estado ni buscar aprobación social. Tampoco podemos refugiarnos en el pasado.
Lo que necesitamos es una reforma del corazón: volver a vivir como cristianos antes que como metodistas. Seguir usando nuestras escuelas, clínicas y templos como canales de amor, pero con la certeza de que el poder no está en la estructura, sino en el Espíritu.
Cristo sigue siendo el Señor de la historia. La pregunta es: ¿nos atreveremos a seguirlo hoy con la misma fe que ayer?
ACERCA DEL AUTOR
Josías Jared Serrano Salazar. 25 años. Nacido en la ciudad de
Puebla, congregante originario del templo Emmanuel. Actualmente
estudia el 4º semestre de la Licenciatura en Teología en el seminario
“Dr. Gonzalo Báez Camargo” de la IMMAR.
Recibió su primer cargo pastoral en el 2024, atendiendo la
congregación de “El Divino Redentor” en Santa Ana Coapan, Puebla
(pastor de fin de semana).
Bibliografía
Bastian, J.-P. (1983). Protestantismo y Sociedad en México. México DF: CUPSA.
Magnin, L. (2018). La Rebelión de los Santos: Cristianismo y Posmodernidad. Barcelona: Editorial CLIE.
VIVA, I. (Ed.). (s.f.). Carta a Diogneto.
