EL SUPERMERCADO DE LA FE: Sabor frente a sustancia
disputas necias de hombres corruptos de entendimiento
y privados de la verdad, que toman la piedad
como fuente de ganancia; apártate de los tales.
1 Timoteo 6:5
Los supermercados se “comen” a las tiendas pequeñas, pues atraen a los consumidores con su oferta más variada. En cuanto una gran tienda se instala en algún lugar, los negocios cercanos más pequeños sufren merma en sus ventas y pueden eventualmente llegar a desaparecer. Éste es un hecho muy común hoy en día.
Haciendo una similitud con este fenómeno de la economía, vemos en la actualidad surgir iglesias autónomas de gran tamaño, con una “oferta” de cultos más espectaculares, con predicadores afamados, música ejecutada con cierto profesionalismo e instalaciones atractivas… lideradas por uno o más pastores que administran estas congregaciones como si fueran empresas, o como pequeños feudos de los cuales ellos son los señores.
La novedad de estos grupos puede ilustrarse como me compartió cierto joven: esos grupos ofrecen sabor frente a sustancia. Él me explicó que las sopas instantáneas de pasta estilo oriental, por ejemplo, imitan el sabor de las sopas que son tradición en los países orientales -las cuales llevan sustancias como caldo de hueso, que requiere tiempo para su cocimiento-; pero aquéllas ofrecen una mayor rapidez de preparación y ése es el factor que las vuelve tan atractivas al paladar: en un menor tiempo dan la misma sensación de sabor, aun cuando no tengan la misma sustancia, el mismo valor nutricional. De igual forma, las llamadas megaiglesias ofrecen un “sabor” agradable al paladar espiritual de quienes asisten a ellas (podemos escuchar comentarios como “allí sí me edifico”, “allí se siente más la presencia del Señor”, o “me siento tan bien cuando estoy en el culto”), aún cuando la sustancia, la doctrina, el crecimiento real que una persona tenga al formar parte del cuerpo de Cristo sea muy poca.
En estos “supermercados” de la fe, los líderes tienen preocupación por la imagen personal, la proyección que den en redes sociales o a distancia; y los cultos se convierten en un “performance”, una representación cuidada, donde la enseñanza sustancial de la Palabra de Dios no es lo que más importa. El resultado de este esfuerzo es un “espectáculo” que mueve los sentidos, causa admiración y atrae multitudes; aunque las personas que asisten a estos grupos advierten que en tiempo de necesidad -una enfermedad, la pérdida de un familiar, la celebración de un matrimonio, etcétera- no pueden acercarse a la persona que se ostenta como pastor de la iglesia, porque antes tienen que pasar por la atención de uno o más líderes, y acaban buscando atención espiritual en otro lado, aunque no por eso necesariamente dejarán de asistir a esa megaiglesia, porque les gusta su “sabor”, aun sin la sustancia.
Frente a esta “competencia”, las iglesias denominacionales han visto mermada su membresía y pudieran pensar si realmente su tarea es significativa, si realmente Dios estará con ellas en su trabajo. Se olvidan que lo que hace valiosa a una congregación es el énfasis en la obra redentora de Cristo, la presencia del Espíritu Santo como guía, la Palabra de Dios como norma de fe y conducta; es la comunión de los santos como medio de gracia, así como la impartición de los sacramentos (el bautismo y la Cena del Señor); y sobre todo, es la capacidad para alcanzar a los perdidos, como dijera Juan Wesley: esa sustancia en el trabajo del reino supera el “sabor” de la oferta que dan las megaiglesias, pues es el medio en el cual se desarrolla genuinamente un creyente hasta alcanzar lo que Pablo llama “la estatura del varón perfecto” (Efesios 4:13).
Como alguien dijo, se nos olvida que la entrega íntegra al Señor no son luces, “performances”, sino el llamado al servicio a los necesitados -sean viudas, huérfanos, alcohólicos, drogadictos, migrantes- y de este servicio no se habla mucho en esas megaiglesias. El “sabor” de la experiencia que ofrecen éstas no sustituye a la sustancia de una congregación fundada en la roca que es Cristo. Nuestras iglesias deben recordar esta verdad.
Invitamos a leer las colaboraciones de nuestros escritores de la segunda edición de junio. En ellas podemos encontrar la experiencia surgida de sus corazones y la convicción de que Dios es fiel. El sigue siendo el Señor, y nosotros seguimos siendo sus siervos.
Con aprecio y respeto a nuestros lectores,
María Elena Silva Olivares
Directora de El Evangelista Mexicano
