Desde los 12 años de edad supe que Dios me llamaba al ministerio pastoral. Aún recuerdo ese día con mucha emoción, cuando resonaron en mi corazón aquellas palabras: “¿A quién enviaré?” y yo respondí: “Heme aquí, envíame a mí”. Desde entonces tracé mi camino: terminar la secundaria, cursar la preparatoria y después ingresar al Seminario Metodista Juan Wesley (SMJW) para estudiar la licenciatura en teología.
Los años de formación
Durante esa etapa muchos me aconsejaban estudiar otra carrera “por si el pastorado no alcanzaba para vivir”. Pero yo estaba convencido de que si Dios me había llamado, también proveería lo necesario.
Estuve cuatro años como interno en el SMJW. Fue un tiempo precioso, pero también de pruebas. Los fines de semana eran los más difíciles: el comedor cerraba desde el viernes al mediodía y el hambre se hacía sentir desde ese momento hasta el domingo, cuando recibíamos una pequeña ofrenda en las iglesias donde servíamos como seminaristas. Sin embargo, Dios nunca me dejó sin alimento; a veces mis padres o mi abuela (que hoy está con el Señor) me enviaban un apoyo que me ayudaba a librar esos días.
El inicio del ministerio
Cuando me gradué, llegué lleno de ilusión a la Conferencia Anual celebrada en la iglesia Príncipe de Paz en San Pedro, N.L. Oré: “Señor, donde sea que me envíes, allí iré”. Sin embargo, para mi sorpresa, no recibí un nombramiento. Volví a casa con un título en teología, pero sin iglesia qué pastorear. Fue un momento de profunda tristeza.
Tiempo después, el Superintendente de la zona Piedras Negras–Nava–Acuña me citó y me dijo:
“Pedro, tienes una oportunidad única. Hay una iglesia en las afueras de Piedras Negras con un comedor comunitario de lunes a viernes. Son unos 10 hermanos y más de 30 niños. La ofrenda es de $400 a la semana y el trabajo es diario. ¿Quieres ir?”.
No lo dudé. Había orado que serviría donde Dios me enviara, y acepté. Ese mismo día cumplía 21 años y comencé oficialmente mi ministerio. Pero surgió la gran pregunta: ¿cómo vivir con $400 a la semana? Claramente no alcanzaba. Sin embargo, una vez más, nunca me faltó qué comer.
La duda del corazón y la fidelidad de Dios
El salario era bajo y eso me hizo pensar en mi futuro. Llegué a creer que quizá nunca podría casarme: “¿Cómo voy a sostener un hogar con $1,600 al mes?” Pero Dios no sólo proveyó alimento, sino también talentos que en su momento yo no consideraba útiles, pero que serían parte de su provisión.
Habiendo crecido en la frontera, el inglés era parte de mi vida cotidiana: televisión, videojuegos y películas venían en ese idioma. Ese don me abrió puertas: pude comunicarme con el grupo de hermanos de San Antonio que financiaban el comedor comunitario, y juntos logramos grandes cosas para la iglesia y los niños. Más adelante, ese mismo talento me permitió dar clases de inglés en un colegio en Altamira, Tamaulipas, durante mi tercer campo pastoral. También di clases de música en mi segundo campo. La enseñanza se convirtió en una manera de complementar mis ingresos.
Nuevas etapas y nuevos retos
En 2020, ya ordenado como presbítero itinerante de la CAO, fui enviado a Río Bravo, Tamaulipas, en plena pandemia. La iglesia estaba prácticamente cerrada. Ahí descubrí que otro de los talentos que Dios me dio —la tecnología— sería clave. Empezamos a transmitir cultos en línea y a levantar la vida espiritual de la congregación.
En ese mismo tiempo inicié trabajos digitales como mi cuenta en Twitter/X, @porktendencia, que hoy tiene más de 739 mil seguidores y de la cual recibo ingresos constantes. También en ese tiempo empecé el servicio en El Evangelista Mexicano, colaborando en diseño y publicación digital desde la gestión del hermano Martín Larios hasta la actualidad con la hermana María Elena Silva.
Todo esto ha sido parte de la forma en que Dios ha provisto.
Dios nunca falla
Hoy, después de 8 años de ministerio, puedo testificar que es verdad: como pastor muchas veces no alcanza. Los salarios no son grandes y nunca tuve la expectativa de que lo fueran. Pero nunca me ha faltado lo necesario.
Ahora que estoy casado, doy gracias porque en nuestra mesa nunca ha faltado pan. Dios nos ha bendecido con trabajo, con hermanos amorosos que nos invitan a comer o llegan con tamales recién hechos. Además, esos pequeños talentos —el inglés, la música, la tecnología— se han convertido en canales de provisión para nuestra vida.
Quizá no tenemos todo lo que queremos, pero siempre hemos tenido todo lo que necesitamos. Y hoy puedo decir con certeza: Dios siempre provee.
Pbro. Pedro Manrique Bustos Dávalos
