EDITORIAL

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Donde hubo fuego, ¿cenizas quedan?

Ante el cierre de la Escuela Julián Villagrán en Pachuca, Hidalgo, hay lugar para la reflexión en torno a la tarea de instituciones educativas como ésta, surgidas de un deseo sincero de testificar de Cristo. Esta noticia trajo a nuestra mente un paralelismo entre un terreno baldío por limpiar y cierta experiencia habida años atrás, en relación con otra institución educativa metodista, que relatamos enseguida. 

En cierta ocasión  teníamos que limpiar un terreno donde había ramas y hojas secas, pero también había ramas verdes. Utilizamos una maceta de barro como fogón, y allí mi esposo comenzó a quemar la hojarasca y las ramas secas. Las ramas verdes no las quemó, sino que las puso en un contenedor para tirarlas. A medida que el fuego se iba apagando, agitábamos un cartón encima de la hoguera para reavivar  el fuego. Finalmente, el terreno quedó limpio de hojas y ramas.

Esta experiencia la relaciono en paralelo con otra que nos tocó vivir hace algunos años: a su servidora le pidieron  tomar la dirección de un jardín de niños perteneciente a la Iglesia Metodista, que estaba pasando por dificultades económicas y se había quedado sin director. La indicación era: “Considere la posibilidad de cerrar el jardín”. 

Esta indicación chocó en nuestro interior con el concepto de lo que era la labor de la iglesia en su testimonio a la comunidad. ¿Cómo era posible entrar a dirigir una institución de la iglesia con la intención de cerrarla?

Sin dar más detalles, relacionaré la experiencia del fogón que narré al principio con ésta, de la dirección del jardín de niños, para enfatizar en lo que el Espíritu Santo hace cuando lo dejamos actuar:

⁃ Entramos a dirigir el jardín pidiendo en oración a  Dios la dirección para poder continuar la obra que él había empezado en esa institución, buscando no cerrarla, sino poner orden; esto me recuerda la manera en que mi esposo quería poner orden en el terreno por limpiar.

⁃ La forma de limpiar el terreno que se dispuso fue poner un pequeño fogón donde quemar  la hojarasca y las ramas secas. De manera semejante, en relación con el jardín de niños, pudiera decirse que “prendimos fuego” a la institución a través de grupos de oración que reclutamos entre personas de la iglesias de la localidad donde estaba ese jardín de niños, a la manera como prendimos una hoguera para quemar la hojarasca y ramas secas del terreno por limpiar. Consideramos que no éramos las personas más aptas para el puesto de la dirección ; pero, si estábamos dispuestas y Dios veía esa disposición, arderíamos en el fuego de la oración al Señor, y pediríamos que el Espíritu Santo nos guiara en cada paso del trabajo. Nuestro ejército de oración lo conformaron hombres y mujeres sencillos, pero constantes para orar, que incluso fueron a la escuela de que les hablo para interceder, y allí el Espíritu Santo les mostraba cosas que había que cambiar en esa institución. Haciendo uso de la autoridad que Dios nos daba entonces al dirigir el plantel, hicimos los cambios que, según discerníamos,  el Señor iba indicando.

◦ En el caso del terreno, cuando parecía que el fuego se extinguía, soplábamos y el fuego ardía nuevamente. En el caso del jardín de niños -al igual que avivamos el fuego de la hoguera-, al apagarse la hoguera del ánimo, la avivábamos pidiendo en oración fuerzas y entusiasmo para seguir adelante. Dios contestó enviando a personas que nos dieron aliento y dirección en cuanto a decisiones que debían tomarse; y una vez teniendo la certeza de lo que debía hacerse, lo hacíamos.

⁃ El terreno del que les hablé al principio quedó limpio. Igualmente, tiempo después el jardín no sólo no cerró sus puertas, sino que incluso se extendió hasta llegar a ser además una escuela primaria. La manera como fluyeron los recursos y se dieron las circunstancias para que esto ocurriera, sólo puedo atribuirlas al fuego y viento del Espíritu Santo.

En esta edición del 30 de septiembre, última del año 94 de este órgano oficial de la Iglesia Metodista de México -la siguiente edición, primero Dios, ya corresponderá al año 95- recordamos a la Escuela Julián Villagrán, que con tristeza hemos sabido ha cerrado sus puertas. Quedan bellos recuerdos de su relevancia como escuela, según nos reseña uno de los artículos de este número; y nos preguntamos, ¿estará realmente “muerta” esa noble institución? ¿No será posible que el fuego del Espíritu Santo reavive la flama de la misión que tuvo desde sus inicios?