Pablo Negrete Solís
La historia de la libertad religiosa en México está profundamente entrelazada con los procesos políticos, sociales y espirituales que dieron forma a nuestra nación. Desde el monopolio religioso colonial hasta la consolidación del Estado laico, el camino hacia una auténtica libertad de conciencia fue largo y complejo. En ese recorrido, la Iglesia Metodista de México desempeñó un papel relevante como promotora del pluralismo religioso, la educación y la participación social inspirada en los valores del Evangelio.
Durante los tres siglos de dominio español (1521–1821), la Iglesia católica fue la única institución religiosa permitida en el territorio novohispano. El catolicismo estaba estrechamente ligado al poder político y a la identidad nacional, y cualquier disidencia religiosa era vista como una amenaza tanto espiritual como social. En ese contexto, la libertad religiosa no existía ni como concepto jurídico ni como práctica social: la religión y el Estado eran una sola entidad.
Con consumación de la independencia de México en 1821 surgieron nuevas ideas inspiradas en el liberalismo europeo y norteamericano. Aunque la primera Constitución de 1824 mantuvo el catolicismo como religión oficial, el debate sobre la libertad de conciencia comenzó a abrirse paso.
Fue hasta las Leyes de Reforma (1855–1860), impulsadas por Benito Juárez y los “liberales”, que se separó jurídicamente a la Iglesia del Estado. La Ley de Libertad de Cultos (1860) permitió por primera vez practicar y difundir religiones distintas al catolicismo.
Este cambio abrió la puerta a la llegada de misioneros protestantes, entre ellos los metodistas, quienes encontraron un ambiente propicio para predicar el Evangelio, fundar escuelas y promover la lectura de la Biblia en lengua española.
Los primeros misioneros metodistas (de manera oficial) llegaron a México en la década de 1870, enviados por la Iglesia Metodista Episcopal de los Estados Unidos. Su labor coincidió con el espíritu reformista, que valoraba la educación y el progreso social.
Desde sus inicios, la Iglesia Metodista de México se distinguió por tres pilares fundamentales:
Educación y alfabetización: estableció escuelas, colegios y centros de formación que impulsaron la lectura de la Biblia y la formación ciudadana.
Participación social: fomentó valores de trabajo, responsabilidad y libertad de conciencia entre los nuevos creyentes.
Unidad nacional: a diferencia de otras misiones, el metodismo adaptó rápidamente su mensaje a la cultura mexicana, buscando construir una iglesia autónoma y comprometida con su pueblo.
En 1930, la Iglesia Metodista de México se constituyó como una denominación independiente, separándose administrativamente de la iglesia metodista norteamericana. Desde entonces, ha sido una voz activa en favor del diálogo, la educación y la cooperación entre las iglesias.
La Constitución de 1917, producto de la Revolución Mexicana, ratificó la separación Iglesia-Estado y reafirmó la libertad de creencias en su artículo 24. Sin embargo, las restricciones a la participación pública del clero y las limitaciones a la educación religiosa generaron tensiones durante varias décadas.
A pesar de ello, las iglesias protestantes —entre ellas la Metodista— continuaron su labor pastoral y educativa, respetando las leyes pero también defendiendo el derecho de los ciudadanos a vivir y expresar su fe.
Con las reformas constitucionales de 1992, México reconoció oficialmente la personalidad jurídica de las iglesias, marcando una nueva etapa de madurez democrática y religiosa. La Iglesia Metodista fue una de las primeras en obtener su registro legal bajo este nuevo marco.
En la actualidad, la Iglesia Metodista de México continúa comprometida con la defensa de la libertad religiosa y la promoción de los derechos humanos. Su testimonio se refleja en:
El diálogo interreligioso: promueve espacios de encuentro y cooperación con otras confesiones cristianas y religiones.
El compromiso social: impulsa proyectos educativos, ecológicos y comunitarios que expresan una fe viva y activa.
La formación cívica y espiritual: enseña a sus miembros que la libertad religiosa implica responsabilidad, respeto y servicio al prójimo.
La evolución de la libertad religiosa en México ha sido un proceso de transformación profunda, donde las convicciones espirituales y los ideales democráticos han aprendido a convivir.
La Iglesia Metodista de México, desde su llegada, ha sido testigo y protagonista de esa historia: defensora de la libertad de conciencia y promotora de una fe comprometida con la educación, la justicia y el amor cristiano.
Hoy, más de un siglo después, la Iglesia Metodista continúa afirmando que la verdadera libertad religiosa no consiste solo en creer, sino en vivir y servir con fe, esperanza y amor en medio de la sociedad mexicana.
