Por Rubén Pedro Rivera
Uno de los más graves problemas familiares que padecemos en nuestro tiempo es el machismo violento. Es ya cotidiano el hecho de enterarnos de uno o más feminicidios cada día. Pese al avance de la ciencia es de notar el retroceso de los valores éticos. El respeto a la vida humana ha disminuido con el paso del tiempo. La violencia intrafamiliar raya en lo irracional y despiadado. Los valores que embellecieron al matrimonio en tiempos pasados se consideran hoy caducos y obsoletos. Esto explica, en gran parte, la decadencia moral de la sociedad contemporánea.
Dentro del cuadro deprimente de una sociedad en declive moral, los cristianos no parecen estar influyendo lo suficiente como para detener, si no remediar, el desastre. Los casos de violencia intrafamiliar y la violación del pacto matrimonial también se dan dentro del territorio de quienes se dicen seguidores de Jesucristo. Esto es lo peor de todo, ya que la historia nos recuerda que la caída de las naciones poderosas del pasado se debió, no tanto a los ataques del exterior, como a la corrupción espiritual intramuros.
Tal como se dan los acontecimientos, es obvio que estamos a punto de recibir la justa vara correctiva del Omnipotente. Por tanto, es tiempo de reconocer nuestros errores y graves pecados y volvernos a Dios antes de que sobrevenga el juicio.
Este panorama trae a nuestra consideración el momento histórico en el que el patriarca Abraham se resiste a considerar y aplicar la petición de su esposa Sara, respecto a expulsar de su casa a la sierva Agar y a su hijo Ismael, si bien tal medida parecía injusta. Fue la voz divina la que llevó a Abraham a tomar las medidas necesarias para aceptar la solicitud de Sara. “En todo lo que te dijere Sara, oye su voz… (Génesis 21:12), le dijo el Señor.
Aunque hay mucho más contenido en este suceso patriarcal, lo que interesa al artículo presente es reconocer que la opinión de la esposa es y debe ser respetable; porque bien puede estar en lo correcto, aunque no siempre lo parezca, cuando pide expulsar de nuestros hogares, iglesia y sociedad lo que es reprobable a los ojos de Dios.
En vez de menospreciar a la mujer y llegar a los reprobables extremos de la violencia, hay que recordar el mandato celestial dicho a Abraham, y aplicarlo a los esposos de hoy y siempre: ¡Oye la voz de Sara!
