EDITORIAL

EDITORIAL

¿Tinta y pluma o cara a cara?

La cultura de la inmediatez nos lleva a querer todo rápidamente. Queremos hacer las cosas con mayor velocidad, abarcando un mayor espacio, o mayor cantidad de personas a la vez. Este impulso de querer todo más velozmente se muestra en cosas tan simples como la manera en que comemos: ¿Por qué hacer una salsa usando un molcajete, si podemos hacerla con una licuadora?¿por qué usar una licuadora, si podemos usar un procesador de alimentos?¿o por qué hacer una salsa, si podemos comprarla en la tienda más cercana?

La idea de hacer las cosas más rápido parece tener un buen propósito: ahorrar tiempo. Pero ese tiempo que ahorramos, con frecuencia se vuelve un vacío que buscamos llenar con más actividades, entrando en una espiral de movimiento que difícilmente detenemos.

Otro ejemplo de esta búsqueda por “ahorrar tiempo” y estar en varias partes a la vez -un deseo de hacer algo que por cierto sólo le corresponde al Creador de nuestra vida-  ha propiciado que aprovechemos las redes sociales como un “en vez de” y no un “además de” el contacto personal. Desde hace más de dos décadas en que cobraron auge las redes sociales -y aún antes con el crecimiento desmesurado de los medios de comunicación masiva- el deseo de ser vistos, y de estar presentes en varias partes al mismo tiempo, ha sido satisfecho y a la vez alimentado por tantas redes sociales como ahora tenemos a la disposición de nuestras manos, con sólo oprimir las teclas de un dispositivo. 

Esto nos crea la ilusión de que estamos “allí”, junto a los demás, cuando les enviamos un mensaje personal, les reenviamos una meditación o un archivo músical o de imagen. Creamos listas de difusión o grupos y pensamos que al mandarles información “valiosa” estamos siendo cercanos a ellos, como si el contacto virtual fuera un sustituto del contacto personal. Recuerdo la anécdota, real,  del pastor de una iglesia grande en número de miembros, quien en una reunión se ufanó de poder “pastorear” a sus feligreses a través de un chat de Messenger -”¡esto es la iglesia!”, decía, enseñándonos la lista de mensajes que intercambiaba con distintas personas de su congregación-; y cuando alguien le preguntó. “¿qué pasa si se va la luz y ya no tiene acceso a ese chat?”, se molestó, diciendo que eso lo iba a pensar cuando sucediera.

¿De dónde nace esta fruición por lo virtual en vez de lo presencial? Como ya dijimos, una de las razones puede ser esa ancestral tendencia a querer “ser como dioses”, y pretender tomar la atribución de Dios, de ser omnipresente. Nos afanamos por decir que estamos en dos, tres, cuatro, quince o veinte redes sociales a la vez, y podemos llegar a organizar nuestro tiempo para producir materiales virtuales, girando alrededor de esta sola actividad de producción de medios.

Por otro lado, cuando nos vemos enfrentados al contacto personal, lo llenamos de ruido externo, que hace difícil la interacción “cara a cara”, poniéndonos frente a frente con las personas que significan algo para nosotros. Este ruido puede ser música, o simplemente el televisor encendido. ¿Cuántas veces hemos estado, o hemos sufrido estar cerca de, reuniones donde el volumen del sonido ambiental hace dificilísima la conversación con otros? Al momento de redactar esta editorial estoy expuesta al sonido ambiental de una de las llamadas “preposadas”, organizada por unos vecinos, festejos que abundan en estas fechas.  Pero en vez de retirarnos o levantar la voz pidiendo ambientes más propicios para la conversación, ya sea en pareja o en grupo, nos conformamos con elevar el volumen de la voz y hablar casi a gritos con nuestros interlocutores.  

¿Qué dice la Biblia al respecto? Leamos II Juan 12 y III Juan 13-14. Resulta interesante que hace más de dos mil años el discípulo amado expesara la necesidad humana de estar cerca del otro en dos de sus cartas. En el primer texto, siendo ya anciano, se dirige a “la señora elegida” expresándole: Tengo muchas cosas que escribiros, pero no he querido hacerlo por medio de papel y tinta, pues espero ir a vosotros y hablar cara a cara, para que nuestro gozo sea cumplido ; y en el segundo texto afirma: Yo tenía muchas cosas que escribirte, pero no quiero escribírtelas con tinta y pluma, porque espero verte en breve, y hablaremos cara a cara. En ambos textos, el subrayado es nuestro, para llamar la atención en cuanto al hecho de que el apóstol privilegiaba el contacto personal por encima del mensaje escrito.

Es cierto: tenemos la palabra de Dios escrita, y ahora también por medios digitales. Pero conformarnos con sólo leerla así, sin considerar que esos medios son agregados, ampliaciones, complementos, NO SUSTITUTOS DE, nuestra comunión íntima con el Señor; y más aún, pensar que sólo compartiendo la palabra escrita ya hacemos bastante, cuanto tenemos bien claro el mandato de Jesucristo de IR Y HACER DISCÍPULOS; pensar esto, repetimos, nos lleva a perder de vista que nuestra vida tiene sentido en relación con otros, y sobre todo con Aquél que siempre nos llama tiernamente para que lo busquemos (Pero así dice Jehová a la casa de Israel: Buscadme, y viviréis, Amós 5:4).

En este mes de noviembre, preámbulo de la época de Adviento, que podamos recordar que lo esencial no es “la tinta y la pluma”, sino el vernos “cara a cara” con Aquél que nos amó, y con aquellos que nos rodean.

En el presente número de El Evangelista Mexicano tenemos testimonios de esos encuentros “cara a cara”: el XI Encuentro Nacional de Esposas de Pastores Metodistas, la III Conferencia del Distrito Bernabé de la CAO, y el 143 aniversario del templo metodista Emmanuel en Real del Monte, Hidalgo, y la visión de La Iglesia como una Comunidad de Esperanza, entre otros escritos. Invitamos a que lean estas crónicas y otras aportaciones de nuestros colaboradores. Son nacidos de su pluma y tinta, recordando siempre que lo más importante es el contacto personal, “cara a cara”.

Un “abrazo digital”, ante la imposibilidad de hacerlo personalmente, para ustedes.

María Elena Silva Olivares